Categorías: Opinión

La España rumana

Ahora, debería estar escribiéndoles acerca de la magnífica faena del diestro José María Manzanares al fabuloso astado de Núñez del Cuvillo, tarde para la historia que supuso el indulto del toro y abrir la Puertas de Los Príncipes de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Tendría que estar buscando en mi paleta de colores de la palabra para relatar tanta torería, rememorándoles cada pase, cada gesto, el clamor de los tendidos y el reencuentro de la fiesta con su esencia. Pero me temo muy mucho que no estamos para hacer crónicas taurinas, teniendo como tenemos, un panorama social tan oscuro y en el cual nos vemos inmersos, ahogados en una crisis que se encuentra más cerca de revolcones y fuertes cogidas que de puertas grandes. La realidad nos acerca a una miseria sin precedentes que no entiende de primera fila, de barrera, ni de puros, pero que se hunde sin esperanzas ni recursos para remontar la situación. Y ante tanto pesimismo justificado surgen los aprovechados, personajes que pretenden hacer de nuestra debilidad un tesoro, mangantes de todas las procedencias que vienen a importar su poca vergüenza y el dudoso arte de quedarse con lo ajeno.
Si leen la prensa a diario, además de reconstruir las noticias modificadas por esa izquierda que monopoliza los medios de comunicación (y otros estamentos callados del país), se darán cuenta de la cantidad de sucesos delictivos protagonizados por ciudadanos de origen rumano. Rumanía, un país situado al sureste europeo y que aprovechando su adhesión a la UE en 2007 se ha dedicado a desparramar su población por todo el continente. Población que justifica su etnia gitana para colocar asentamientos chabolistas por toda Europa, pero que han encontrado la horma de su zapato en nuestra denostada España. La facilidad para delinquir con pocas consecuencias los ha traído a racimos, convirtiéndose en verdaderos especialistas en determinados delitos de hurto, extorsión, robos, estafas, falsificación, piratería, tráfico de armas, tabaco, droga, etc. Uno de sus favoritos, sin duda alguna, es el robo del hilo de cobre, ya sea del tendido eléctrico o de toda aquella maquinaria que posea el dichoso metal, haciéndose habitual en cualquier sumario de noticias, tanto que ya lo damos como un suceso normal.
Y al igual que antes había gremios que se dedicaban a determinados oficios (carreteros, curtidores, herreros…), ahora los rumanos han centrado su ilegal profesión en el robo y venta del cobre, siempre aprovechando la manga ancha de nuestras leyes y el poco pudor de quien paga por ese tipo de mercancías (normalmente españoles que tasan la chatarra y se aprovechan del bajo coste de lo usurpado, fomentando sólo la dañina economía sumergida).
Los rumanos justifican su llegada por la falta de recursos en su nación instalándose en nuestro país sin ninguna clase de impedimento. La defensa ante tanto estropicio nos suena familiar, pues se muestran como víctimas del racismo en España y toda Europa, utilizando ese parapeto de manera reiterada cada vez que se plantean la revisión de las leyes de extradición o cuando se programa reinterpretar el espacio Schengen para controlar el libre tránsito de personas y mercancías por todos los países del UE.
Difícil situación, donde el Ministerio de Asuntos Exteriores debería coger el toro por los cuernos, sacando automáticamente del país a todo aquel que no tuviera contrato de trabajo y con más razón a los ciudadanos rumanos que delinquen en España (aunque no veo yo a Trinidad Jiménez metiéndose en determinados temas, siempre pensando que en pocos años tendrán la nacionalidad española y podrán ser sus votantes).
No estaría de más controlar la frontera con Francia, deteniendo el tránsito de ciudadanos que no vienen a hacer turismo ni con las perspectiva clara de acceder a un empleo en España (cortapisas laborales a los de fuera y trabajos con garantías a los españoles deberían ser condiciones indispensables para sacar la cabeza de un pozo demasiado profundo e insostenible).
En conclusión, seguimos siendo un nido de delincuencia de primer nivel mundial, actuando sin determinación y dándole cobijo a lo peor de los cuatro puntos cardinales. Es tan enorme el sopor que me produce la desidia de nuestros dirigentes nacionales, tan magna indolencia ante la irregular inmigración rumana, que me viene a la cabeza la letra de las “Habaneras de Cádiz” del maestro Burgos, permitiéndome reescribirla y adaptar su estribillo a las circunstancias para decir:
“España es Rumanía con más rumanos y Rumanía es España pero sin parados…”

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