La España que viene

No es necesario esperar a que el partido con más respaldo de la oposición llegue al poder para saber de qué manera va a proceder en la consecución de sus objetivos durante la próxima legislatura. Al menos en lo que concierne a sus primeros movimientos, condicionados por las circunstancias imperantes o exaltados por la excesiva habilidad parlanchina de los miembros más relevantes del partido, que más bien parece un amago para atraer a los votantes más extremados, o eso quiero pensar de buena fe por la cordura de este país.
Las comunidades que desde hace pocos meses pertenecen al absoluto dominio de dicho partido evidencian el desarrollo de sus tan auto-alabas medidas pro-sociales fundamentalmente basadas en lo que más han criticado desde que estalló la gran recesión del año 2008: los recortes. Desde entonces aquel partido ha argumentado que los citados recortes eran una temeridad, signo de un gobierno débil, y que el aumento de los impuestos era improductivo, requiriendo para el pueblo, en lugar de ello, un impulso inmediato (no especificado) para consolidar un equilibrio económico y laboral lo antes posible.
No obstante, las comunidades que están siendo gobernadas por el partido erigido en protector del español de a pie parecen haber obviado las directrices del partido central, si es que estas han sido algo más que mero populismo alguna vez, ya que su línea de actuación ha tomado una senda diametralmente opuesta a los pilares de la crítica y de las intenciones del partido.
La inexistencia de ideas no puede mostrarse más límpida que ahora: la única estrategia que se ha practicado ha sido la agudización del denostado recorte, ofendido cada vez que ha echado mano de él el gobierno socialista, y ahora presentado como la salvación de unas cuentas (menos terribles de lo que apuntan) que justifican su ensanchamiento.
Mientras tanto, el Partido Popular central se dedica a regurgitar inmediatas derogaciones de leyes de contenido social que no solo fueron aprobadas por vías cristalinas sino que, además, han alcanzado un notable consenso social a gran escala. Es decir, parte de sus aspiraciones, que deberían centrarse única y exclusivamente en la creación de una estructura sólida que no solo sirva superar esta recesión sino para soportar de buena manera todas las que pudieran acontecer en un futuro cercano, mediano y/o lejano, se mantienen firmes en remover de nuevo la crispación y pronunciar el malestar.
¿Para qué perfeccionar lo recientemente asentado pudiendo deflagrarlo y sumergir de nuevo a la nación entera en debates en gran medida apaciguados? Revolver un poco más el caos, genial idea, ¿por qué no?
Ironía aparte, espero sinceramente que esto último se quede únicamente en una maniobra propagandística, de acercamiento a un sector del electorado más recio, que no vea la luz, por lo menos, mientras la actual situación prosiga castigando al pueblo español. Con la ciclópea depresión y los recortes a los que España tiene que hacer frente tiene suficiente. Las pataletas ideológicas que se reserven para cuando el país no tenga nada más grave de lo que preocuparse.