Categorías: Opinión

La escasa representatividad de los partidos

Después de las elecciones se ha repetido el ritual de duelo democrático, la manera de entender la democracia representativa se mantiene firme a pesar de las enormes alegrías de partidos emergentes que muestran unas credenciales de permeabilidad a la participación cívica evidentes.

Sin embargo, el mensaje de estos nuevos adalides de la participación política tendrá que corroborarse siguiendo su evolución dentro de los sistemas de gobierno y oposición; los abstencionistas habituales tendrán que comprobar fehaciente sus nuevas maneras de relación con la sociedad antes de otorgar su confianza a unos u otros. Estamos viviendo en unas sociedades tan profundamente desilusionadas con los partidos políticos que se autocastigan con la baja participación. Esta mutilación de la democracia por parte de los ciudadanos responde en gran parte al proceso de degeneración de partidos que se fraguó en los años ochenta y noventa cuando empezaron los primeros grandes escándalos de financiación ilegal (casos Filesa y Naseiro por poner los dos ejemplos más sonados de aquellos años) hasta hoy en día dónde la corrupción inunda a los dos grandes partidos políticos (caso Bárcenas o el mal uso de los fondos europeos en Andalucía). A partir de aquí, la sensación de impunidad de los partidos políticos quedo socialmente sentenciada y la baja participación se instaló en la sociedad española. Con independencia de otras consideraciones sociológicas que también hay que tener en cuenta, el hartazgo de contemplar una democracia poco participativa que solo pide el voto cada cuatro años pero no favorece una auténtica participación en los asuntos de la polis. Por todo ello, cabe indicar que los partidos políticos que han obtenido representación electoral no son representativos de la sociedad en su conjunto. De hecho en Ceuta más del 50% de los votantes ha dimitido de ejercer su derecho al voto. Entre los que han votado habrá convicción e interés real en muchos pero también hay un porcentaje que han votado por miedo al cambio político que vendrá, otros tantos por pura clientela partidista y algunos para castigar la pérdida del puestecito. Nuestro sistema electoral no obliga al voto pero da por hecho que alguna de las opciones será buena para el elector, una falacia que trata simplemente de tapar los fallos del sistema. De hecho, no existe el voto abstencionista que quede registrado como un voto de protesta ante la imposibilidad de encontrar opciones apropiadas. Si pudiéramos votar abstención, se podría conocer el porcentaje real de los que optan por esta opción y obligaría a reconocer el fracaso de los partidos políticos como animadores de la participación democrática. El movimiento ‘Escaños en Blanco’ trata de hacer visible la preocupación de muchos electores españoles que no se sienten representados por los partidos políticos. En una parte significativa, los partidos políticos funcionan como círculos de ideología cerrada (véase nuestro artículo de la semana pasada) que son incapaces de buscar consensos entre ellos y dejar que otras ideas los penetren impulsando amalgamas y mestizajes edificantes. Siempre nos hemos preguntado por qué con tan escasa representatividad ciudadana real el señor Vivas se ha arrojado tanto entusiasmo al impulsar sus políticas dilapidadoras en obras y mamotretos costosísimos (por ejemplo, el complejo de la Manzana del Revellín). De la misma manera, podríamos indicar la discutida y polémica fecha de celebración del Día de Ceuta, algo tan inapropiado como plenamente rechazado en círculos musulmanes de Ceuta; otra imposición sin consenso. Atreverse a dejar de lado la muy consensuada Agenda 21 local de Ceuta implica un comportamiento soberbio y narcisista importante, todo ello a pesar de tener que escuchar su eterno discurso complaciente. Ahora que ha vuelto a salir reelegido el señor Vivas se podría plantear si es conveniente continuar exhibiendo la simbología de la conquista portuguesa para sus finalidades políticas. Quizá podría ser más acertado que se replanteara el Día de Ceuta para que sea más incluyente y colectivamente aceptado. Esto podría traerle menores réditos electorales pero a la larga podría ser más positivo para la integración social. No creemos que identificar el poder institucional con una religión y una época sea apropiado para la cohesión social, Ceuta es de todos sus habitantes y no tiene su inicio en época portuguesa como tampoco será su final cuando no haya gobiernos del partido del señor Vivas. La utilización de determinados símbolos de otras épocas para representar institucionalmente un ayuntamiento es algo que deja huella en la mentalidad colectiva. En este sentido cabe indicar que la conducta imitativa es una importante herramienta que nos permite adquirir una serie de comportamientos y habilidades adaptativas. Sin embargo, estas mismas capacidades de aprendizaje sirven para modelarnos y modelar otros comportamientos en los demás y la política no es ajena a ejercer estas influencias. Este es un tema que nos preocupa puesto que determinados comportamientos políticos pueden motivar a otros a hacer algo parecido pero de signo contrario. Por ese motivo, a lo largo de estos años hemos intentado comunicar algunas de nuestras ideas a través de las páginas del decano sin ningún éxito evidente por lo refractario que se muestra el partido en el poder. Está claro que la mayor parte de los representantes de los partidos políticos viven y piensan dentro de un sistema ideológico cerrado, una burbuja protectora de pensamiento idealizado que no permite que haya agentes sociales independientes que aporten sugerencias a tenor de algunas realidades ambientales o socioeconómicas. De todos modos, es difícil conocer el grado de influencia que las representaciones políticas utilizando símbolos históricos han tenido en otros para construir sus mensajes políticos. No obstante, entendemos que se deberá valorar el grado de influencia que el apego a la simbología cristiana y portuguesa ha tenido en los demás partidos. Lo evidente es que si repasamos las opciones políticas que se han presentado en estas elecciones reconoceremos sin duda símbolos de otra religión y banderas de Ceuta de otros épocas dónde el islam era la corriente religiosa predominante. Algo de choque de civilizaciones hay en esto. Pensamos que la ciudadanía ya está sacando sus propias conclusiones al respecto. Las movilizaciones y plataformas ciudadanas han sido grandes protagonistas en estas últimas elecciones y aparecen ante los agotados y hastiados ciudadanos como opciones plausibles ante la plaga de oportunistas que recorre todos y cada uno de los partidos políticos. En Ceuta, la agenda 21 fue un proyecto participativo e ilusionante que consiguió congregar a muchas asociaciones y ciudadanos entorno a un proyecto común para el progreso ambiental y social de nuestra ciudad. Lamentablemente yace en el cajón de los proyectos olvidados por la administración local que estimó interesante favorecer el proceso de unidad popular pero nunca aportar los medios para ponerla en marcha. Un nuevo ciclo político comienza y peor gestión ambiental que la vivida en los últimos cuatro años nos parece imposible. Ya veremos lo que le tiene reservado el partido del gobierno a la sostenibilidad ceutí para la que posiblemente será la última legislatura del señor Vivas.

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