Al igual que Paul Charles, el camerunés que falleció el pasado martes en la planta de transferencia, alrededor de 400 inmigrantes han intentado colarse en alguno de los camiones que embarcan en el puerto. Estos son los datos oficiales que maneja el Instituto Armado y que son fiel reflejo de una presión migratoria que registra también sus altibajos.
De media se está procediendo al rechazo de entre cuatro y seis inmigrantes. Comenzaron con los magrebíes, que eran quienes, hasta abril, protagonizaban todos los intentos de embarque en el puerto. Después tomaron el testigo los subsaharianos, coincidiendo con el repunte en las entradas y los primeros malestares derivados de la dispensa de las tarjetas amarillas que bloqueaban su salida a la península.
Se ha abierto así una vía sangrante, demasiado peligrosa y constante, en esos intentos de escapada a la desesperada que protagonizan los subsaharianos en mayor medida. A Paul Charles se le practicó ayer la autopsia: falleció asfixiado y aplastado por la cantidad de residuos que había en el contenedor que, esa tarde, había elegido para ocultarse. Su compañero, el argelino Otsmani, pudo escapar. Según narró a la Policía no conocía a Paul Charles, a quien sólo vio en el momento en que ambos eligieron el mismo contenedor para la escapada. La cosa no salió bien y terminó con el fallecimiento del camerunés. Ayer, quienes le conocían en el CETI lamentaban lo sucedido. Con él habían compartido las mismas querencias y, en definitiva, el mismo objetivo: escapar.
La Guardia Civil reconoce que la presión es constante y que las batidas que llevan a cabo tanto este Cuerpo como el hermano, la Nacional, no consiguen frenar esos intentos por ocultarse bien en los bajos de los camiones bien en su interior, mezclados entre los residuos como lo hizo Paul Charles.
“Es que a algunos les ha salido bien, por eso lo intentan”, señalaba un agente del Instituto Armado. Ayer, al menos, el miedo por el fallecimiento del camerunés frenó estas salidas. Durante toda la mañana no se vio a subsahariano alguno por la zona. De detectarse una media de entre doce y dieciséis diarios se ha pasado al cero total. “Es la respuesta que siempre se da a una tragedia. Sucedió también cuando murió otro subsahariano debajo de un camión. Se asustan un tiempo, paran, pero después vuelven”, añade.
Y eso es lo que temen los responsables de la planta de residuos del Hacho: que vuelvan. Las obras de cierre de la planta avanzan y se ha barajado, incluso, la incorporación de vigilancia privada en la zona. ¿Servirá para algo? “Si no se esconden allí lo harán en otra parte. Además mientras unos vigilantes evitan que algunos se introduzcan otros pueden aprovechar para colarse”, apunta el mismo agente. Los trabajadores de la planta que ayer regresaban a sus labores tras la reciente tragedia lo saben bien. Son ellos en persona quienes han despachado a los subsaharianos, quienes les han recomendado que no lo hagan, quienes han intentado evitar tragedias como la ocurrida. “No todos se intentan colar por aquí”, indica un trabajador. “Nos pasa cuando pasamos por la curva del hospital civil o cuando llegamos a la altura del tanatorio, en cuanto vas algo despacio intentan colarse. Cómo evitas eso”, lamenta. Ayer la Policía Judicial revisaba el camión y recopilaba algunas pruebas para incorporarlas a la investigación.
Casi 400 personas rechazadas en el puerto dice bastante de la presión existente entre la población de inmigrantes. Y apunta, sobre todo,al problema generado con las tarjetas amarillas que se traducen en estas consecuencias. “Si tuviera trabajo me quedaba aquí, pero en Ceuta no tengo nada”, señalaba a este medio Ussía, otro francófono del CETI, horas antes del fallecimiento de Paul Charles.
La oenegé CEAR trabaja para que la sentencia que favorece a un inmigrante que portaba tarjeta amarilla puede extenderse al resto y todos aquellos que disponen del documento puedan circular libremente por el país. La justicia camina lenta y de aceptarse esa extensión de la sentencia serían tan sólo una docena los beneficiados. El problema surge ahora con el documento rojo, que es el que se entrega a los solicitantes de asilo y en el que se señala ya la imposibilidad de pasar a la península. Esta deficiencia burocrática choca con la esperanza de aquellos que engañados quieren salir de CETI. No lo consiguen. Mientras, los exteriores del campamento terminan de impermeabilizarse tras la ejecución del acuerdo alcanzado por el Consejo de Ministros para dotar de mayor seguridad a un centro. El CETI lo tiene, pero no consigue frenar los caminos buscando la escapada de quienes quieren “la libertad”.
Fotos: Quino
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