Quién no ha sufrido algo en su vida, aunque ésta sea una vida joven, casi incipiente? Desde el nacimiento sufre algo el ser humano por mucha que sea la atención que con él se tenga. ¿Han leído ustedes esa barbaridad llevada a cabo por una madre que lanzó a un sumidero al hijo al que acababa de dar a luz?. Causa verdadero horror el conocimiento de ese hecho; horror y conmiseración porque esa madre ya no podrá olvidar lo que hizo en un momento en que todo su ser estaba dominado por el miedo a la vida. Siempre tendrá en su alma ese momento en el que perdió la sensibilidad materna, abriéndose en aquella una página a la que le dará miedo asomarse, pero que siempre estará abierta.
Cualquier persona que haya leído esa triste noticia habrá recibido, también, una enseñanza acerca de lo que es posible que ocurra en la vida humana; lo que le ocurra a los demás y también, ¿por qué no?, a uno mismo. La asignatura del dolor es la propia vida humana: está escrita y se sigue escribiendo, día a día, con la aportación de todos los seres humanos de todos los tiempos. Con cualquier persona con la que entables conversación se hablará del dolor en alguna de sus innumerables versiones y también de la forma de evitar que ese dolor concreto deje de asolar a la humanidad, aunque sea por un espacio de tiempo que nunca será ilimitado ¿Que ocurre ahora en Egipto y antes en Libia?
Se habla de lo que ocurre en todas partes y que los medios de comunicación nos han puesto al día, pero hay algo que es personal, algo que es la enseñanza del dolor del mundo; tanto de lugares a miles de kilómetros de distancia como de algo muy próximo a lo que se une lo que personalmente se puede sufrir, aunque sea muy pequeño en comparación a esas otras grandes tragedias humanas que cada día son noticia de algo duro y lamentable. Se aprende a sufrir, sufriendo todos esos horrores, más o menos lejanos, y se procura no llegar a caer en los mismos errores que motivaron esas desgracias colectivas. Se aprende a ser personas más responsables con la sociedad nacional e internacional.
Esa es la enseñanza que se nos ofrece minuto a minuto de cada día y desgraciadamente no se suele asimilar como sería de desear. Parece que no interesa lo que les pasa a los otros; si acaso queda como una imagen más o menos llamativa pero no llega a lo hondo del corazón y tampoco la inteligencia se toma la molestia de hacer un análisis de ello y calibrar las posibles consecuencias que para uno mismo pueda llegar a tener. Se toma, más bien, como una serie de misceláneas diarias, de pequeñas cosas que suceden en el ancho mundo y que no merecen atención especial. Nos engañamos a nosotros mismos, pues en lo más hondo de nuestro ser se habrá depositado un algo de ese dolor que sufre la humanidad. Aprendemos así aunque no sea esa la forma adecuada.
Un pensador alemán dejó dicho que: “El dolor es el gran maestro de los hombres (seres humanos), bajo su soplo crecen las almas”. Así es la realidad, aunque la sociedad se preocupe de otras cosas que distraigan a las almas por medio de concentraciones masivas con las que se pretende la distracción de las gentes. Pero el ser humano tiene su tiempo de intimidad en el que el dolor se presenta tal cual es. Se le podrá atender adecuadamente o no, pero el dolor nos ofrece su enseñanza y nos hace más sensibles al sufrimiento de los demás y, en definitiva, nos hace verdaderamente humanos cuando ayudamos a los demás en su dolor.
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