Categorías: Opinión

La educación

Siempre lo he mantenido. Fue triste tener que ver cómo la educación terminaba en los tribunales, cómo unos padres decidían acudir al poder judicial para forzar que sus hijos estudiaran en determinado colegio. Aquella apuesta que se hizo desde el Ministerio por repartir a los infantes por la red de centros de una manera equilibrada, rompiendo ‘las colocaciones’ consentidas de otros años que se habían convertido en norma,  no llegó a cuajar en su plenitud. Y fue así porque decenas de padres terminaron enfrascándose en una tarea judicial y otros tantos no siguieron ese camino pero sí se encargaron de ‘liarla’ en distintas versiones en el Ministerio.
Ahora el TSJA emite las primeras sentencias que vienen  a dar la razón al Ministerio, con lo que los afectados tendrán que volver al centro que se les adjudicó en un principio. Cabe hacerse la pregunta de marras, ¿quién es el culpable del impacto que sufrirá ese menor?, ¿debe el Ministerio dejar la sentencia sin ejecución? A la segunda cuestión no hace falta que les conteste. Cualquiera sabe que no hacerlo sería incurrir en una ilegalidad de la que sería responsable el Ministerio. A la primera cuestión habrá que buscarle un responsable, y ese no es otro que quien libremente ha optado por una vía judicial a sabiendas de que se le podía volver en contra.
De toda esta historia del reparto de escolares por centros yo me quedo única y exclusivamente con una cuestión. ¿Se quiere un centro concreto, léase Agustinos y monjas, por su educación religiosa? Podemos contestar de una manera hipócrita, entonces nos encontraríamos a decenas de padres y madres beatos que consideran que la religión impartida en otros centros no es la adecuada para sus hijos. Pero esa no es la realidad, ni se trata de la respuesta correcta. Sabemos perfectamente que hay padres a los que casi les da un infarto al enterarse que a sus hijos les tocó otro centro que no forma parte de esa ‘burbuja social’ que algunos se plantean en sus mentes y que por tanto quieren extrapolar a la sociedad. Sabemos que hay centros que arrastran unas marcas y prejuicios que los convierte en apestados porque así lo ha querido la sociedad y lo ha consentido el propio Ministerio hasta que dijo eso de ‘hasta aquí hemos llegado’ y quiso meter el dedo en la llaga, hasta dentro.

-“Yo quiero que mi niño vaya a los Agustinos porque necesita otro nivel”, decía una señora a las puertas de una clase de infantil de un centro público.
- “Mentira, señora, los niveles no entienden de centros, y a las pruebas me remito. Usted no quiere que su niño estudie con Hamza, Fatima, Ismail y Mohamed pero disfraza esa cobarde hipocresía con otras excusas que en Ceuta nadie se cree. Al menos mantenga sus pensamientos en silencio”, le contestó otra madre.
Yo me quedo con esta copla y no con la que me venden aquellos que aun defendiendo lo contrario son tan cobardes que ni se atreven a defenderlo públicamente. La justicia, sencillamente, ha avalado una realidad. No podía ser de otra manera.

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