Categorías: Opinión

La doble moral

Ceuta no cambia. Seguimos atrapados en ese traje a medida en el que llevamos enfundados desde hace años, sin querer romper del todo con determinadas prácticas por sus beneficios (aunque sean irregulares) pero abriendo la boca demasiado para sacar a pasear la sin hueso para aparentar una moralidad externa que no casa con la que practicamos en la intimidad.

La comodidad que nos da el traje ha hecho que sigamos por un sendero del que no somos capaces de salirnos. Ni queremos, ni lo vamos a hacer. Esa es la auténtica marca definitoria de una amplia capa social inmovilista, de peso, que denuncia por un lado y calla por otro, que reclama derechos pero olvida deberes, que es capaz de sacar a pasear multitud de disfraces para ser partícipe en manifestaciones reclamando medidas que luego son incapaces de aplicar. Es la noche y el día, la cara y la cruz de una moneda, la doble moral que hace imposible que la tortilla dé la vuelta, que los privilegios indefendibles se pierdan, que las auténticas castas dejen de serlo. En el momento en que dejemos de rodearnos de monigotes de medio pelo, que por un lado se disfrazan de progresistas atrapados en un eterno complejo de Peter Pan, pero que en la intimidad de su hogar comulgan con otras ideas opuestas (que en el fondo son las que realmente defienden), algo habremos avanzado.

Si uno mira con detenimiento a su alrededor se da cuenta de la terrible combinación, permanente en el tiempo, encarnada en aquellos capaces de hablar de derechos humanos mientras explotan a una trabajadora sin papeles en su casa o mientras llenan sus sacas manteniendo negocios sostenidos en una auténtica aberración inhumana. O de los que buscan la camiseta protesta idónea para salir en la foto pero luego no ponen en práctica esas quejas: por una educación pública, sí, pero el niño lo llevo al colegio de los ‘bendecidos’ por la política ministerial; por una sanidad igual de pública, sí, pero cuando llega la enfermedad pido un centro privado o reclamo un trato específico; por una política de puertas abiertas, hasta que no me planten un centro de inmigrantes en las cercanías de mi barriada... Vivir en esa eterna disparidad de criterios da pie a una ciudad estancada cuyos problemas son siempre los mismos (da gusto echar el rato en la hemeroteca para comprobar que los mismos problemas y debates de hoy en día se repetían hace 20 años). El inmovilismo, el nulo avance porque no interesa el cambio, el rechazo a perder el privilegio mantenido... convierten nuestra ciudad en una burbuja de complejos permanentes marcados por el drama de ser incapaces de reconocerlos.

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