No me enamoré de Ceuta por el azul del mar visto desde África, ni por los maravillosos hoteles , ni por las calles y plazas, sino por la gente que camina, por las enaguas que sobresalen bajo las túnicas, blancas y radiantes, crujientes como un chip bien hecho, al menor paso que da su dueña y portadora. Me hipnotizaron los comerciantes indios con sus dioses azules de hermosas caras y las alpargatas terminadas en punta y la convivencia y el agrado y la buena gente. Evidentemente salivé ante las joyerías y perfumerías y debieron despegarme de sus lunas como a Mortadelo del suelo , cada vez que se caía del octavo piso, a base de martillo y cincel.
Nunca he sido racista, ni creo que una religión sea algo más que creencias, por lo tanto ni discrimino , ni igualo, ni individualizo, la gente me cae bien o mal, según me dé el lado del levante, que me toque.
Ceuta está llena de vida, de personas que conviven durante generaciones o meses o estaciones, siendo completamente diferentes y aún así entendiéndose y apreciándose, no es un limbo – afortunadamente- y tiene problemas, algunos de ellos muy graves , sobre todo para que Carmen Echarri haga esas editoriales de ovarios, que tanto me gustan.
Admiro tanto cómo se vive en Ceuta, que quizás por eso no entienda la polémica del pañuelo islámico , en la comunidad de Madrid , ni pueda comprender que tiene que ver con la educación o con la forma laica y aséptica, del Estado nuestro.
Y quizás yo no lo entienda porque mis padres pagaron colegios de monjas y yo estudié en ellos y también había túnicas y tocas, que se llamaban hábitos, no tan lujosas como las de las mujeres árabes, ni sus zapatos a juego, ni sus hermosos maquillajes , hasta en las manos, sino tocas grises sobre pelo ralo y zapatos gorilas , que deformaban un pie , que no había nacido para cautiverios.
A las mujeres árabes se las dice sometidas, por las normas del Corán y por los pañuelos y las cobijas, que ,si conocen algo de Vejer, sabrán que sus mujeres aún lucen en sus trajes de “cobijadas” , sayas negras enterizas que hasta tapan media cara para prevenir, supongo, la codicia ,de mujer ajena.
Pero en Ceuta yo he visto mujeres altivas, hermosas hasta volver la cara aún cuando seas abiertamente heterosexual y escapársete de los labios un ;
-¡Qué guapura y qué bien vestida!
El pañuelo no creo que sea un talismán para conservar unas creencias, ni la educación obligada , ni lo que piensen tus padres , y lo digo por experiencia, tengan en cuenta que donde más ateos nacen es en los bancos de una iglesia, la fe es rara, muy rara, como decía bien el padre de Julio Iglesias, por eso imponer que se quite un pañuelo islámico o negar la educación por ello, no va a llevar más que a enrarecer el ambiente, gastar tiempo y dinero en debates inútiles y a emponzoñar las ideas.
La gente debería ser libre, libre para querer, para vivir, para pensar y para rezar a lo que quiera , fuerte para pisar la calle con tacones a juego y pañuelo de seda en la cabeza, inteligente y obstinada para dirigir un periódico y quizás creativa y un poco tremenda , para apreciar lo que le regala la vida y deglutirlo con lentitud y saborearlo , como lo mejor de la tierra.