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La derrota en las armas de Francia por España (I)

Este año, el 19 de marzo se conmemora el II Centenario de la Constitución de Cádiz, que se aprobó como reacción a la invasión francesa de 1808. Y, en esta fecha tan significativa, en la que se van a llevar a cabo en Cádiz sendas celebraciones en recuerdo de tantos españoles/as  que  se sacrificaron por la Patria hasta morir por ella, pues creo que también Ceuta tiene mucho que decir con pleno derecho y voz propia, sobre todo, a través de la muy relevante figura de su heroico e insigne hijo, Teniente D. José Ruíz Mendoza. Y es por ello que, como un ceutí más que me siento tras llevar más de 26 años en esta querida ciudad, me propongo publicar tres artículos en otros tantos lunes sucesivos, en señal de respeto y gratitud de aquella fecha imborrable de dicha efeméride nacional, que tanta dignidad y honra dio a España y a quienes tan orgullosos nos sentimos de ser españoles, no por ninguna clase de chauvinismo y ni siquiera por nacionalismo exacerbado, sino sólo por auténtica memoria histórica hacia quienes no dudaron en dar su vida en defensa de la independencia y soberanía de España, porque, como nos dijera D. Emilio Castelar: “Las naciones que olvidan el sacrificio y el valor de sus héroes, no son merecedoras de su independencia”. El texto a publicar corresponde a una de las varias conferencias que pronuncié hace ya varios años en el Aula de Cultura de los Ejércitos en el Casino Militar de Ceuta, a petición del entonces Comandante General, Gómez Hotigüela y del Coronel Manso López, Director del Aula.
Pues bien, Francia invadió España en 1808, de forma ilícita, injusta, con engaño, desprecio y vileza, pisoteando los derechos, la independencia, la soberanía, la integridad territorial y la dignidad nacional de nuestro país como Estado, uno de los más antiguos del continente europeo. En el país galo gobernada Napoleón Bonaparte, quien cometió contra España y los españoles los mayores desafueros que pueden perpetrarse contra una nación. Se pisoteó la dignidad del pueblo español, se cometieron bárbaras atrocidades, pillajes, saqueos, violaciones y asesinatos. Sin embargo, reflexionando serenamente,  pienso que aquellos hechos pertenecen ya al pasado lejano, y creo que sólo debemos recordarlos y valorarlos bajo la perspectiva histórica del tiempo en que se vivieron, sin rencor y sin resentimiento, sino sólo como enseñanza de ese pasado ya lejano y también por aquello que decía el ex Canciller alemán Helmut Khöll de que: “La historia de los pueblos debe conocerse, para poder construir un mundo mejor, porque quienes no conocen el pasado, no pueden comprender el presente, ni construir su porvenir”.  O también como nos dice D. Miguel de Cervantes en  El Quijote sobre la verdad: "… cuya madre es la Historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo por venir".  Francia y España son hoy dos países amigos que mantienen estrechas relaciones de paz, buena vecindad y mutua cooperación. Las actuales generaciones nada tuvimos que ver con aquella guerra. Y no es bueno que las naciones y las personas vivamos siempre enfrentados y blandiendo las espadas en alto. Hay que bajar las espadas, para que pueda hacerse la paz en el mundo, entre todas las naciones y entre todos los pueblos, en lo posible. Ahora bien, los españoles tenemos el legítimo derecho a recordar y conmemorar aquella gran victoria que tanta honra devolvió a España. Por eso, paso a situar a cada parte contendiente dentro de su propio escenario.
Napoleón creó el más formidable ejército que jamás tuvo Francia. Y ejerció una política expansionista para anexionarse toda Europa; invadió numerosos países en una especie de paseo triunfal. El  ejército francés era entonces invencible.  En España reinaba Carlos IV, pero mandaba su valido Manuel Godoy. Se decía en aquella época que: “Valía más una sonrisa de Godoy, que una promesa del rey”. En 1796 Godoy firmó con Francia el Tratado de San Ildefonso, contra Inglaterra y Portugal, obligándose a establecer tropas de un país en el territorio del otro. Napoleón pudo así enviar ya 25.000 hombres de sus tropas a España por primera vez en 1801, con el pretexto de invadir Portugal. Pero lo que en realidad se ocultaba bajo ese Tratado era la firme, astuta y engañosa decisión de Napoleón de hacer de España una pieza más en el tablero de países europeos ya ocupados, con vistas al total dominio de Europa.  La situación en España era entonces muy convulsa, caótica y ruinosa. Estaba azotada por el hambre y las epidemias. El país estaba muy debilitado, empobrecido y arrastraba una crisis económica parecida a la actual. El Tesoro Público había quedado esquilmado. En tan difícil situación, Napoleón vio el momento ideal y propicio para adueñarse de España.  Lo había ya insinuado en 1805, al decir: “Un Borbón reinando en España es un vecino muy peligroso”.  En 1806, Napoleón “juró vengarse de los españoles y ponerlos en situación de que no le perjudicaran”. Y había amenazado veladamente a Godoy, preguntándole con ironía si “los reyes se habían cansado ya de reinar en España”. En 1807 se firmó el Tratado de Fontainebleau, para invadir de nuevo Portugal, que fue otro gran error de Godoy. En aplicación del mismo y con el pretexto de ocupar el país luso, el 18-10-1807, Napoleón envió ilegalmente (antes de la firma del Tratado) otros 90.000 soldados más que ocuparon Madrid, Barcelona, Pamplona, San Sebastián y otras importantes ciudades.
Napoleón había confesado antes a su jefe de Estado Mayor: “Si España me costara 80.000 hombres, no la ocuparía, pero creo que no me harán falta más de 12.000”. Aunque luego, tras comenzar la invasión, el 29-03-1808, Napoleón advertía a su cuñado el general Murat: “No creáis que vais a atacar a una nación desarmada y que no tenéis más que presentar en parada vuestras tropas. Tenéis que habérosla con un pueblo nuevo, que tiene todo el valor y entusiasmo que se encuentran en los hombres no gastados por las pasiones”. Y en 1810, Francia tenía ya en España 350.000 soldados. Napoleón reunió en Bayona a Carlos IV y Fernando VII, con engaño y teniéndoles allí secuestrados. El 20-04-1808, puso frente a frente a padre e hijo, y ambos se insultaron y se faltaron al respeto, porque el príncipe heredero había tratado de destronar a su padre en 1807. Viendo Napoleón la debilidad de ambos y lo mediocres que eran, conminó a Fernando VII a devolver la corona a su padre; y, después, a Carlos IV le obligó a abdicar en el propio Napoleón. Eso sí, a Carlos IV fijó la gigantesca renta de 30 millones de reales y varios castillos para que iniciara un exilio dorado. El día 6-06-1808 Napoleón escribía a su hermano José: “El Consejo de Castilla me pide que nombre rey de España (no era cierto). Vos sois a quien destino esa corona”. El 7 de julio, José juró el Estatuto de Bayona, y el día 20 comenzó a reinar. Fernando VII caía en la indignidad de felicitar a Napoleón por haber nombrado a José I rey de España. El historiador Seco Serrano, dice: “La falta de dignidad de los reyes dieron a Napoleón la idea de que tenía todos los hilos de España en sus manos”.
Francia ejerció una política expansionista para anexionarse toda Europa; invadió numerosos países en una especie de paseo triunfal. Napoleón había confesado antes a su jefe de Estado Mayor: “Si España me costara 80.000 hombres, no la ocuparía, pero creo que no me harán falta más de 12.000”. Aunque, luego, tras comenzar la invasión, el 29-03-1808, advertía por carta a su cuñado el general Murat: “No creáis que vais a atacar a una nación desarmada y que no tenéis más que presentar en parada vuestras tropas. Tenéis que habérosla con un pueblo nuevo, que tiene todo el valor y entusiasmo que se encuentran en los hombres no gastados por las pasiones”. Y en 1810, Francia tenía ya en España 350.000 soldados.  Napoleón reunió en Bayona a Carlos IV y Fernando VII, con engaño y teniéndoles secuestrados. El 20-04-1808, puso frente a frente a padre e hijo, y ambos se insultaron y se faltaron al respeto, porque el príncipe heredero había tratado de destronar a su padre en 1807.  Viendo Napoleón la debilidad de ambos y lo mediocres que eran, conminó a Fernando VII a devolver la corona a su padre; y, después, a Carlos IV le obligó a abdicar en el propio Napoleón.  El día 6-06-1808 Napoleón escribía a su hermano José: “El Consejo de Castilla me pide que nombre rey de España. Vos sois a quien destino esa corona”. El 7 de julio, José juró la Constitución de Bayona, y el día 20 comenzó a reinar en Madrid. Fernando VII cayó en la indignidad de felicitar a Napoleón por haber nombrado a José I rey de España. El historiador Seco Serrano, dice: “La falta de dignidad de los reyes dieron a Napoleón la idea de que tenía todos los hilos de España en sus manos”.
Napoleón se presentó ante los españoles como un altruista “regenerador” de España. Y publicó este comunicado: “Españoles: Vuestra nación está en decadencia. Vuestros reyes me han cedido todos sus derechos a la corona de España. Yo no deseo reinar, sino ganarme vuestra amistad. Vuestra monarquía es vieja; mi misión es rejuvenecerla. Mejoraré todas vuestras instituciones y, si me ayudáis, veréis cómo disfrutáis de los beneficios de esta reforma, sin enfrentamientos, desórdenes ni agitaciones. Tened confianza y esperanza, porque quiero que vuestros últimos descendientes conserven mi memoria y digan: Él fue el regenerador de nuestra patria”.  Los franceses entraron en Madrid el 23-03-1808 con 50.000 soldados. En la capital desplegaron 10.000 y otros 40.000 en los alrededores. Las tropas españolas en Madrid, eran de sólo 3.000 soldados. Además, el capitán general Negrete, dio órdenes severas de no intervenir contra los franceses. Esto figura probado en documentos y, además, corroborado por las memorias del Alférez Carbonel, recientemente aparecidas en el Archivo Histórico Nacional, en las que se dice: “El 2-05-1808, al notar la alarma general de Madrid contra el ejército francés, nos reunimos todos los oficiales en el cuartel y nos dispusimos a salir a unirnos con el pueblo. El coronel se opuso, mostrándonos una orden del capitán general Negrete en la que le prevenía no permitiera salir del cuartel a ningún individuo del Cuerpo, haciéndole responsable con su empleo.
No obstante, montamos a caballo 1 capitán, 2 tenientes y yo. El coronel mandó cerrar las puertas del cuartel y tomar las armas a la guardia para que impidiera nuestra salida.
En este acto llegó a la plaza un batallón francés y un escuadrón con 2 piezas de artillería. Nos tomaron la puerta del cuartel y nos impidieron la salida”.

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