Continuando hoy el tema del lunes pasado, a las 10 hrs, un Ayudante de Murat acudió al Palacio Real a sofocar el tumulto. El cerrajero Molina gritó: ¡Matadlos, que no entre en Palacio ningún francés!. A las 10´30 Murat intentó sofocar la revuelta con bárbaros métodos de represión y con instrucciones de dar a la multitud un gran escarmiento.
Dos repentinas descargas de fusilería despejaron los alrededores produciendo numerosas bajas en Palacio. De 11 a 12 el pueblo se echó a la calle armado con escopetas, pistolas, piedras, agua y aceite hirviendo que desde los balcones las mujeres arrojaban a los franceses.
A las 12 hrs. el ardiente patriotismo del capitán Velarde no se resistió ya más a la llamada del pueblo; y, fusil en mano, se unió al grupo de españoles. Salieron todos hacia el Regimiento del teniente Ruiz de Ceuta, quien ese día se hallaba en su casa en cama con bastante fiebre; pero, al oír disparos en la calle, corrió a su cuartel. Y aquí aparece ya Ceuta y su semillero fértil de valientes soldados y excelentes patriotas que siempre ha dado a España. El teniente Ruiz de Ceuta tenía orden de su capitán de no intervenir; pero él se unió a los 33 hombres del Batallón de Voluntarios que salió hacia el Parque de Artillería al mando del capitán Goicoechea. A las 12,30 accedió el teniente Ruiz al Parque. Nada más entrar, desarmó al capitán y a los 80 hombres franceses que mandaba, diciéndoles: ”Un Batallón está en la puerta y los demás vienen marchando. Como habéis iniciado las hostilidades, debéis de entregaros de inmediato; si no, seréis pasados a cuchillo”. Mandó a su fuerza preparar armas, y temerosos los franceses arrojaron las suyas al suelo. El pueblo entró entonces en el Parque gritando vivas al Ejército y aclamando al teniente Ruiz como libertador. Los civiles se armaron y fusil en mano salieron corriendo a la calle. A las 13 hrs. llegaron 1.000 soldados franceses de refuerzo y exigieron la rendición, pero fueron recibidos a balazos.
El capitán Velarde cerró las puertas del Parque dejando encerrados a los 81 franceses que antes había desarmado el teniente Ruiz. En la calle se luchaba cuerpo a cuerpo. El capitán López Barañano, que el 2 de Mayo luchó apostado en el nº 83 de la C/. Ancha de San Bernardo, relató así en sus memorias la llegada de los franceses al Parque: “Entró por la puerta de Fuencarral una columna francesa con sus cañones de campaña haciendo fuego de metralla por los balcones del cuartel; intentó penetrar por la calle del Parque, pero por dos veces fue rechazada con mucha pérdida”. Ese día Murat informaba a Napoleón de los hechos siguientes: “Tropas del general Lefranc, ocuparon el Convento de San Bernardo, donde se encontraban emplazados 3 cañones. La mayoría se dirigieron al arsenal a fin de capturar cañones y fusiles, pero el general Lefranc desde la puerta de Fuencarral marchó sobre ellos a la bayoneta consiguiendo hacerse dueño y tomar los cañones que los sublevados habían capturado”. Pero lo que el parte de Murat silenciaba era que el propio general Lefranc sufrió dos heridas en un muslo producidas por disparos de los españoles.
En la lucha del Parque el capitán Daoiz murió acuchillado a bayoneta. Acudió a socorrerle el capitán Velarde, y también murió de un tiro en el corazón. Tomó entonces el mando el teniente Ruiz de Ceuta quien, enaltecido por la honrosa causa por la que luchaba, lo hizo con tal ímpetu que parecía lanzar un reto a la muerte. Fue primeramente herido en el brazo izquierdo perdiendo mucha sangre. Fueron a retirarlo, pero se negó rotundamente; lo curaron con una venda y retomó el combate. En medio de humo y de cadáveres se quedó solo disparando en el patio del Parque. Fue de nuevo herido por una bala que le entró por la espalda y le salió por el pecho. Cayó como muerto. Lo recogieron muy grave, lo curaron y lo llevaron a su cuartel. Lo sacaron oculto hacía Badajoz, salvándole de un seguro fusilamiento. Pero las heridas eran muy graves, y el 13-03-1809 falleció. Fue enterrado en Trujillo, en un sitial de honor dispuesto por dicha ciudad en la iglesia de San Martín.
Como extremeño que soy, me enorgullezco de la hidalguía y la caballerosidad con que Trujillo honró al Teniente Ruiz. El azar de la vida quiso que falleciera en la bizarra tierra extremeña, en la que tanta gloria y universalidad dieron sus hijos a España en América, como Hernán Cortés, Valdivia, Almagro, Alvarado, Ovando, Soto, Núñez de Balboa, etc. Y en Trujillo, el teniente Ruiz fue a morir a la cuna de otro héroe extremeño: Francisco Pizarro. Allí permaneció enterrado 100 años, hasta que en 1909 sus restos fueron exhumados. El pueblo tributó al teniente Ruiz impresionantes funerales, tanto en su entierro en 1809 como en su exhumación en 1909. El pueblo se opuso rotundamente a que se lo llevaran a Madrid hasta que ya no les quedó más remedio que acatar la orden dada por escrito.
Extraigo un párrafo del discurso del coronel ceutí D. Federico Páez, Presidente de la Comisión encargada del traslado de los restos del teniente Ruiz desde Trujillo a Madrid: “Por las cenizas sagradas de Ruiz os juro que, cuanto pueda y cuanto valga, mi modesta pluma, mi espada y los alientos de mi corazón los consagraré para pedir que se haga justicia al pueblo sencillo, noble y hospitalario de Trujillo”. Y lo que quien les habla no alcanza a comprender es cómo puede ocurrir que, después de haber sido el teniente Ruiz tan honrado por los extremeños y de haberle dispensado tan digno trato, Trujillo y Ceuta no hayan sido todavía declaradas ciudades hermanas. Aprovecho esta ocasión para modestamente sugerir dicho hermanamiento. Hay un extenso poema escrito en 1808 por Bernardo López García, llamado “El cantor del 2 de Mayo”, que pone de relieve el patriotismo y la resignación con que el pueblo soportó su heroico sacrificio. Una de sus estrofas dice así: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón/ sobre tu invicto pendón/ miro flotantes crespones/ y oigo alzarse otras regiones/ en estrofas funerarias/ de la iglesia las plegarias/ y del arte las canciones”.
El 3 de mayo de madrugada, fueron asesinados por fusilamiento en Príncipe Pío 43 españoles sacados por sorteo. Los condujeron maniatados a culatazos de fusil y a punta de bayoneta. Les insultaron y vejaron hasta extremos increíbles. Dejaron los cadáveres 12 días sin enterrar por orden expresa de Murat, pese a que empeñó su palabra de honor de general, de que no tomaría represalias. Sólo en el Prado se cargaron ese día 18 carros de cadáveres, más los recogidos en otros lugares. En un grabado de la época se lee: “Maniatados y conducidos a bayonetazos al Prado los infelices que tuvieron la desgracia de caer en poder de las tropas francesas, son atrozmente asesinados, sin que ni sus clamores, ni las súplicas, lágrimas y gemidos de las madres, hermanas y esposas basten a libertarlos. Un buen número de sacerdotes y religiosos se cuentan entre estos desventurados que perecen sin ninguna clase de auxilio. Y no satisfecha la feroz soldadesca con haberlos deshecho a fusilazos y desnudos de pies a centenares de víctimas, fueron alevosamente sacrificados”. El 2 de Mayo murieron en Madrid 900 españoles, de ellos 320 fusilados. Los franceses tuvieron unas 300 bajas. Murat dictó el día siguiente un bando, ordenando el fusilamiento inmediato de quienes portaran armas, fueran en grupos de más de 8, o autores de libelos sediciosos. El 2 de Mayo fue llamado durante muchos años en Madrid: “Día de la infamia”.
El 2 de Mayo fue la chispa que prendió rápidamente por todo el país. Ese mismo día la noticia de los hechos sangrientos llegaron a Móstoles. Allí se redactó un bando por Juan Pérez de Villamil y Paredes, Bachiller en Leyes. Fue firmado por el alcalde Andrés Torrejón y su adjunto. Se redactó en dos versiones, una bastante extensa y otra reducida. En aras de la brevedad, cito la más corta. Dice así: “La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. ¡Españoles, acudid a salvarla!”. La invasión ilegal de España, más la gravísima y brutal represión empleada en Madrid, hicieron estallar un movimiento revolucionario de afirmación nacional en todo el país. Como prueba del contundente llamamiento a la sublevación general, decía así la orden del Abad Couto, jefe del alzamiento en Galicia: “¡Ordeno que se levanten los pueblos que no lo están y que en el término de 24 horas, todos los hombres que puedan regir armas se presenten; y, no haciéndolo, se quemarán las casas y se hará fuego sobre los españoles omisos, como si fueran enemigos!”.
Tras el 2 de Mayo en Madrid, se alzaron casi todas las provincias y ciudades. También todas serían ocupadas por los franceses, excepto Cádiz, Tarifa, Alicante, Ceuta y Melilla. Cádiz se libró por la rápida actuación del ejército de Extremadura. Hay un solo gesto que puede calificarse de positivo de Napoleón hacia España, y está relacionado con Ceuta. Y es que hubo por entonces un intento serio de atacarla. Pero Napoleón amenazó con venir al mando de un ejército de 200.000 hombres a defenderla. El Ejército español, según el libro “Entre la guerra y la paz. 1809-1814”, contaba con 138.241 hombres; de ellos, 7.222 jefes y oficiales, y 131.019 clases de tropa, más 5.000 caballos. Era un ejército mal pertrechado y peor pagado. El ejército francés disponía de 1.509.127 hombres, bien armados y pletóricos de moral. La proporción era de sólo 1 soldado español por cada 10 franceses. El presupuesto de España era en 1807 de 700 millones de reales; mientras que el de Francia era cinco veces mayor.
Pero esta vez a Napoleón de nada le valió su conocida frase de que: “Para ganar una guerra hacen falta sólo tres cosas: dinero, dinero y dinero”. Y es que se olvidó de que, aunque España estaba empobrecida, contaba con el más grande de los patrimonios bélicos: el valor y la dignidad de los españoles. Al principio, la guerra resultó ser favorable a los franceses. Eso llevó al orgulloso Emperador a alardear y jactarse diciendo con desprecio: “Los asuntos de España están ya casi terminados. El ejército francés ocupa el centro, y el enemigo diversos puntos de la circunferencia”. Y es que Napoleón concebía como estratega que: “Según las leyes de la guerra, todo general que pierde su línea de comunicación, merece la muerte”. Pero a él sus éxitos iniciales lo autocomplacieron tanto que le ocurrió como decía Cicerón, que: “La victoria es por naturaleza insolente y arrogante”.
(Continuará).
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