La denostada bestia del Allianz

Pocos apostaban más de medio céntimo por el Bayern de Múnich antes de su enfrentamiento contra el Real Madrid e incluso durante el transcurso del mismo la opinión de la mayoría tampoco parecía variar, a pesar de la impotencia blanca y el infatigable despliegue muniqués; así de remota se pensaba la posibilidad de que aquel equipo sin “grandes nombres de la actualidad”, sin vitola de favorito y protagonista de una manifiesta irregularidad en la Bundesliga pudiera hacer ni siquiera cosquillas al Real Madrid. Por desgracia para los madridistas la realidad era bien distinta, y más aún en el Allianz Arena.
El paso del Bayern por la Bundesliga merece un capítulo aparte: su irregularidad es cierta, pero también su excesivo e inexplicable desacierto de cara a puerta en oportunidades extremadamente sencillas. No obstante su fuerza en Europa ha sido incontestable en las eliminatorias de ida y vuelta, y si había algún problema en la ida, no tardaban en sellar una contundente vuelta. La fuerza de su rendimiento colectivo sufre cuando ha de ser constante, pero vuela muy alto cuando se trata de cruces que no exigen prolongar un considerable nivel de concentración y tensión durante mucho tiempo.
Dicha razón es la que explica que el Bayern, en Europa, haya sido mucho más compacto y duro en todas las líneas que el Real Madrid. Especialmente destacando la intensidad de su centro del campo, bien respaldado por una defensa que sabe trabajar por abajo y por arriba, que ha demostrado su dureza y contundencia pero al mismo tiempo su indiscutible calidad para conectar balones a los extremos en las mejores circunstancias. Robben y Ribéry, antiguas estrellas de la prensa deportiva que han caído en el olvido, destrozan el campo adversario con una ferocidad que ninguna pareja de extremos ha podido igualar esta temporada. Arriba ofrece carencias: Mario Gómez no tiene gran capacidad para tocar ni presionar, su limitación es obvia y atasca el juego del Bayern en los últimos metros cuando se le requiere algún recurso más que disparar, y Thomas Müller no es lo suficientemente goleador como para darle la absoluta responsabilidad de la ofensiva germana, aunque ello no debería opacar su virtuosa habilidad en las demás facetas del juego. Todo ello notablemente custodiado por el último cerrojo hacia las redes: Neuer, que parece estar cerca de alcanzar su máximo punto de concentración en Múnich.
Es, precisamente, la principal virtud del Bayern, la intensidad, el aspecto que más debilita al Real Madrid, quizá porque desconoce lo que es y en qué consiste, y por lo tanto no sabe cómo ha de afrontarla cuando se prolonga más de lo que planea. Los madridistas permiten con una facilidad preocupante que se les apriete el yugo, quizá porque creen que serán capaces de sacudirse de él y sorprender al rival. El problema es que si el nivel de dicho rival es alto, no estará por la labor de relajar la presión sino de recrudecerla, y es ahí cuando el Real Madrid comienza a olvidarse de todo lo aleccionado por su entrenador para descomponerse y asfixiarse en su propia apatía. Esto, en unas semifinales de Champions y siendo el rival un Bayern de Múnich durísimo, se multiplica por mil.
Si el Real Madrid continúa pensando que la solución es dejarse dominar e intentar sorprender al Bayern rompiendo su dominio en acciones puntuales, tendrá casi imposible llegar a la final de Múnich. El equipo alemán no se traba con el balón en su posesión sino que, por el contrario, disfruta y se crece; tiene muy claro qué tiene que hacer y cómo, tanto sin balón como con él. Una exaltación de confianza e inspiración que hace jornadas ha abandonado a los madridistas. Si estos deciden esperar a los alemanes para sorprenderles, acabarán encontrándolos; y eso, es un asunto nefasto.
El Bayern tiene ya la temporada perdida mientras que el Real Madrid la tiene por perder, por lo que la distinta presión psicológica también será una de las claves del partido de vuelta. El tiempo dirá si los madridistas están preparados para hacer grandes cosas o, en cambio, no pueden aspirar más que a seguir esclavizados en la pesadilla europea de la que un día muy lejano fue rey.