En las últimas semanas ha sido noticia la defensa a ultranza del empleo público. Vivas, convertido en una especie de Braveheart, salió a escena para insistir en que defenderá a capa y espada todos y cada uno de esos puestos. Los sindicatos se unieron en esa máxima al igual que los de Caballas. Cómo no iban a hacerlo, a ver quién es el guapo que sale a escena con otro discurso distinto, dejando en el aire los puestos de 700 familias. Queda mejor eso, que hacer una purga discriminando unos casos de otros o reflexionando el porqué del crecimiento excesivo de sociedades lo que ha dado pie a puestos de trabajo sin labores específicas. Imposible, ese es el discurso del que huyen todos.
Se echa en falta esa misma defensa con el sector privado, convertido en la eterna víctima de esa gran crisis. El empleo en esas empresas se ha visto afectado de una manera brutal, dejando a muchas familias sin trabajo y sin posibilidad de tenerlo. Hay empresas que han tenido que cerrar a sabiendas de que nunca más saldrán a flote. No hablamos de cierres temporales con posibilidad de recuperación, hablamos del fin de muchas empresas con solera, con historia, que han muerto o que se han visto obligadas a pervivir depreciando el salario de sus empleados y sometiéndolos a una explotación asumida por los operarios porque, sencillamente, no queda otra.
Esas familias también existen o debieran existir en esa parcela de defensa a ultranza del empleo que hace don Juan. Los sindicatos, la oposición y el propio Gobierno tendrían que partirse la camisa en defensa de lo que desaparece. Pero curiosamente no lo hacen, matan al estilo Belén Esteban por el empleado público y tan solo acarician las melenas de los que han quedado en la cuneta porque sus empresas no han podido más o, si han podido, no han querido ver depreciado su nivel de vida.
Ese daño padecido por el sector privado ha ido a más tras los recortes en el área pública. Ha ido en cadena y las empresas obligadas a cerrar han ido en aumento, dando pie a una sangría incapaz de ser controlada. No hay debate social ni político sobre las calles de Ceuta en las que los locales vacíos, con letreros de ‘Se vende’, abundan. Barrios en los que se marchan los comercios de toda la vida. Empresas que no han podido aguantar el tirón, otras que siguen adelante pero con menos trabajadores lo que influye directamente en la calidad que ofrecen al público... De todo esto no he visto una reacción en combate más allá de cuatro frases de postín, de esas para quedar bien.
La otra Ceuta también está ahí.
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