Categorías: Opinión

La dama de hierro

En principio se trata de una magnífica película dirigida por Phyllida Lloyd y protagonizada por Meryl Streep, basada en la historia de Margaret Thatcher, que le ha valido un Globo de Oro a la actriz. Nada habría que comentar, aparte de realizar las oportunas críticas cinematográficas, si no fuera por el momento en que vivimos, que tanto nos recuerda al Reino Unido de la década de los 80 del pasado siglo. Hasta tres veces he tenido que aguantar la dichosa cinta en el tren, en los viajes que tuve que realizar la pasada semana por motivos laborales.
La primera vez que la reprodujeron no le di ninguna importancia. Me puse a escuchar música y a trabajar, como acostumbro. Pero esto no me impedía reparar en ciertas imágenes. Sobre todo las más impactantes, como la escena en la que la señora ordena la guerra de las Malvinas, apelando al orgullo nacional, o cuando asiste imperturbable a la represión contra los sindicatos mineros. También las que captan la evolución de su demencia senil. Todos somos humanos, pensé. La segunda vez, un día después en el viaje de vuelta. Ya empezó a cansarme el asunto. Me preguntaba si es que no tenían más películas que ofrecer a los viajeros. Pero tampoco me asaltó ningún mal pensamiento. Suele ser algo habitual que se repitan. Pero la tercera vez, en otro trayecto completamente diferente, y con varios días de diferencia respecto al primero, me llevó a sospechar de algún tipo de intencionalidad. Para entonces ya había leído la crítica de la película y había podido comprobar que la misma no dejaba indiferente a casi nadie. Hay opiniones para todos los gustos. Algunos de los que habían sido sus asesores en aquellos oscuros años, la tachan de “morbosa”. El gobierno británico considera que no es oportuna, fundamentalmente por el recuerdo del asunto de las Malvinas. Otros, simplemente piensan que se trata de un acercamiento humano a un personaje histórico.
Lo cierto es que, sea de quien sea la decisión de repetir su emisión en los viajes de tren, el tema incomoda. Ya está bien de mensajes “subliminales” respecto a lo que les espera a los sindicatos con el actual gobierno conservador español. Ya gobernaron en el pasado y algunos ministros de Aznar se deshacían en elogios hacia los líderes sindicales. Aunque también lo hacían con los nacionalistas catalanes, por ejemplo. Yo preferí aislarme, introduciéndome en la lectura de “El precio de la Desigualdad”, último libro del premio Nobel Joseph Stiglitz. Bajo el lema de que el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita, en su día se organizó el movimiento “Ocupemos Wall Street”, a los que el insigne profesor intentó dirigirse por megafonía, impidiéndoselo la policía. Pero también es la frase que resume el contenido de este importante libro, en el que se ofrecen alternativas de reforma para la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
En el prólogo a la edición española se sintetiza de forma magistral la situación  de depresión económica en la que nos vemos inmersos, con casi uno de cada cuatro trabajadores parados y una tasa de desempleo juvenil del 50%, y se pronostica un futuro aún peor, como consecuencia de políticas económicas erróneas, que nos llevan a una mayor desigualdad y a un menor crecimiento. A juicio de su autor, hoy día los problemas de España son consecuencia, en gran medida, de la misma mezcla de ideología y de intereses especiales que en Estados Unidos condujo a la liberalización y desregulación de los mercados financieros y a otras políticas “fundamentalistas del mercado”. De esta forma, bajo su punto de vista, el error más grave que ha cometido Europa, instigada por Alemania, ha sido achacar los problemas de los países periféricos, como España, a un gasto irresponsable, a pesar de que nuestro país tenía superávit y un reducido nivel de endeudamiento respecto al PIB antes de la crisis. Hoy día, el problema en Europa es una demanda agregada insuficiente. Por esta razón, la austeridad empeorará las cosas.
En esta situación, lo que menos nos hace falta son las medidas propagandistas respecto al sueldo de los parlamentarios, o soflamas antisindicales, generalmente promovidas desde el sector más duro del empresariado. Quizás haya llegado el momento de plantearse un gran pacto institucional para salir de la crisis de una forma razonable, pues como nos dice el experimentado profesor, “el dolor que está padeciendo Europa, sobre todo la gente pobre y los jóvenes, es innecesario”.

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