El primer pensador español que reflexionó sobre la cultura fue el político y eminente orador extremeño Juan Donoso Cortés (Don Benito, 1809-1853), quien escribió: “La cultura es la civilización propia de un pueblo que se ocupa en resolver graves problemas políticos y sociales”. Para Donoso, no es la civilización decadencia de la cultura, sino la cultura ascenso hacia la civilización. Después, sería el gran filósofo Ortega y Gasset (1853-1955), quien haría la mayor aportación española al concepto de cultura. Para Ortega, la cultura es “el cultivo del espíritu humano y de las facultades intelectuales de las personas”. Asociaba cultura a civilización y progreso, que permiten al ser humano la capacidad de reflexión sobre sí mismo.
Ortega entendía que, a través de la cultura, la persona discierne valores y busca nuevas significaciones. En la cultura, estudio, trabajo y sacrificio encuentra Ortega la mejor solución al futuro de las personas. Decía: “Yo soy yo y mis circunstancias”, porque entendía que en las circunstancias de toda persona deben de estar presentes su cultura, su proyecto y su misión histórica; y añadía: “La vida no se nos da hecha, sino que necesitamos hacérnosla cada cual la suya”. Partía de que en la vida de cada persona necesariamente deben estar implícitas las circunstancias de que estudie, trabaje, se sacrifique, tenga amor propio y afán de superación para ganarse por sí mismo su formación integral, su madurez intelectual y su horizonte de vida.
Modestamente, coincido con los postulados de Donoso, pero todavía más con Ortega, porque pienso que a cada persona, en cuanto comienza a tener uso de razón, debe inculcársele y debe comenzar a responsabilizarse para que sienta inquietudes y tenga ilusión por saber y formarse de forma integral; no por afán desmedido de ser ni apetencias egoístas de tener, sino por afán noble de superación que le lleve a poner de su parte todo lo que le sea posible para poder cumplir con la “misión” que Ortega nos refiere, marcándonos como obligación todo lo que dependa de nosotros para poder adquirir el mayor grado posible de cultura, saber y formación general, a fin de poder hacer luego mejor frente a la vida y buscar en ella un futuro más amplio y también más digno. Cada uno debe hacerlo, no porque se le fuerce, sino por sentirse uno mismo obligado, por cumplir por propia convicción con “el deber por el deber” sin que se le tenga que imponer, como dice el filósofo alemán, Kant (1724-1804), en su Ética del Entendimiento y la Razón.
Expreso aquí mi reconocimiento al gran valor que el estudio, la cultura y el noble afán de superación de las personas representan para ellas mismas, su importancia en la vida, utilidad y provecho que luego todos estos factores tienen de influencia y aporte al individuo, sobre todo a los jóvenes. Cada uno debemos no dejar nunca de hacer lo que responsablemente debemos hacer por superarnos. Insisto, no por afán de ser y de tener, sino por obligación personal, por cumplir con la “misión” que Ortega nos marca. Para que el mundo y las personas podamos progresar, para que haya evolución y se pueda ir a más, todos los seres humanos debemos tratar de superarnos, marcándonos como meta avanzar un poco más que la generación anterior, prosperar algo más que nuestros antepasados, para que así el mundo progrese y podamos ir siempre adelante, pero nunca hacia atrás.
Con esto que digo, me gustaría poder transmitir a los jóvenes el estímulo que se necesita para poder enfrentarse mejor a la vida; para que sean conscientes de que con la formación, con la cultura y con el trabajo las personas pueden tener en sus manos el arma más eficaz para abrirse paso quienes de verdad se lo propongan con firme determinación. Pablo VI, en su Encíclica Populorum Progressio, dice: “Una persona que tenga por tara la barrera opresora de la ignorancia, de alguna forma es un ser subalimentado. El hambre de cultura no es menos deprimente que el hambre de alimentación”. Y Santo Tomás de Aquino, decía: “Vivir es más perfecto que ser, pero saber es más perfecto que vivir. Y, entre todos los trabajos, la lectura y el estudio para la sabiduría, es el más perfecto, el más sublime, el más útil y el más agradable”.
Y es que, por muy valiosa que sea una persona, si luego está limitada por el desconocimiento y la ignorancia o falta de preparación, no podrá desarrollar todas sus potencialidades que dejará desaprovechadas; y en algún momento de su vida sentirá alguna frustración y arrepentimiento de no haber hecho lo que pudo hacer y por dejación no hizo. Lo expongo para hacer ver el beneficio y la utilidad que la cultura proporciona a las personas, pero jamás porque considere menos persona a quienes sepan poco para diferenciarlos de los que saben más. Para mí, todas las personas son iguales de dignas como seres humanos, mereciendo mi mayor respeto y mi máxima consideración sólo por el hecho de ser personas, independientemente de que sepan más o menos.
El saber y la formación integral del individuo, es uno de los mayores bienes que puede tener. Lo afirmo porque mi propia experiencia me lo ha enseñado. No me tengo por muy culto; pero sí tuve que hacerme a mí mismo, partiendo de la nada. Y me consta que la cultura es el motor que más mueve a las personas y a los pueblos, el medio que más abre el abanico de posibilidades a quien la posee, que más y mejor promueve y hace posible la igualdad. La cultura, reduce distancias sociales, elimina barreras, remueve obstáculos, hace a las personas más libres, más seguras y tenerse más autoestima. La cultura, en suma, hasta hace a la persona más “persona” todavía; ayuda a conseguir mejor los éxitos personales, pone más cerca ilusiones y anhelos, y con ella se logra mejor la propia realización personal. En ella se tiene el mejor capital y la inversión más rentable que los jóvenes pueden hacer. Ese es el instrumento más eficaz para luchar mejor contra la desigualdad, contra las injusticias y para fomentar mejor la cohesión social. La cultura hace también a las personas más tolerantes, humanizada la vida social en la familia y en la sociedad.
Por ello, la sociedad debería potenciar y fomentar más la cultura y la formación integral de los individuos, valorando más el estudio, el mérito, la capacidad, el esfuerzo y el sacrificio que se hagan para adquirirla, a fin de que se fomente más la formación integral del individuo, la entrega y la perseverancia en la consecución de los valores y los objetivos, de manera que los que sean más estudiosos y demuestren tener más méritos y capacidades, se les reconozcan. Lo que nunca debería ocurrir es que una persona estudie, se esfuerce durante tantos años cursando las distintas fases de la enseñanza, soportando la carga, el coste y los sacrificios para formarse, y luego ese esfuerzo realizado se minusvalore dándole la misma o parecida puntuación a una licenciatura o a un doctorado que a meros cursillos acelerados de unos meses o días de duración, impartidos por algún centro u organización para lo que sólo se exige hallarse en posesión de un simple carnet de afiliado, de manera que quienes tienen una exigua formación sean luego designados a dedo para cargos directivos que estén por encima de quienes poseen títulos superiores.
Nunca se debería premiar, favorecer o tomar como mérito la indolencia, la abulia o el desinterés, conduce a la holganza. Por eso, quien vale, vale, y hay que reconocérselo. De esa forma, el que menos valga porque no haya querido estudiar, trabajar o sacrificarse, al ver que se queda atrás, hará lo posible por tratar de superarse cuando los demás empujen y él vea que si no espabila quedará relegado por los que vengan detrás con bastante más preparación. Todo ello, sin perjuicio de la debida solidaridad, comprensión y ayuda oficial que siempre debe prestarse a quienes no tengan medios a su alcance, sean discapacitados, o tenga otros motivos insalvables que le impidan progresar por sí mismos, para que puedan tener igualdad de oportunidades si luego se esfuerzan, para que así ningún talento o capacitación se pierdan por falta de medios.
Gran parte del éxito personal de cada uno está, en que “poder”, es “querer”. Queriendo, es como mejor se vencen las numerosas dificultades y se superan los escollos que en la vida cada uno hemos encontrado, removiendo todos los días obstáculos para poder allanando el camino que nos lleve a superarlos. Esa es la mejor senda para poder tener éxito y triunfar. Pero debiendo entenderse que con ello sólo pretendo alertar o abrir los ojos a los jóvenes que todavía no se hayan percatado de esa auténtica realidad; sin que con ello en modo alguno pretenda dar lecciones a nadie, y menos cuando uno mismo ha tenido tanto que aprender para poderse superar, y todavía sigo aprendiendo todos los días de los demás.
Sé que lo que a mí me parezca positivo, lógico o razonable, puede perfectamente no serlo para los demás, ya que cada ser humano está perfectamente legitimado para disentir y discrepar. Eso forma parte de la forma de ser de cada persona, como producto del humano entendimiento y de la dispar condición humana que cada uno tenemos. Lo que simplemente pretendo es dejar aquí constancia de que quien se proponga superarse a sí mismo, planteándoselo con corazón y cabeza, trazándose una meta con firme propósito y sólida determinación, ésas son las mejores “armas” que se pueden utilizar en la vida para ganar la difícil batalla de poder prosperar en ella de cara al horizonte personal y al porvenir profesional que a cada uno nos corresponde buscar y conseguir, como Ortega nos recuerda. Cuando a alguien la vida se le da hecha, ya sea por razón de nacimiento, por herencia o por mero azar del destino, se estará, sí, ante una situación privilegiada o de azar, pero no ante una obra hecha por uno mismo de la que podamos enorgullecernos, sentirnos felices y con la íntima satisfacción del deber cumplido, tal como Kant a todos nos enseña.
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