Categorías: Opinión

La crisis no entiende de periódicos

Como en otras tantas ocasiones, la Semana Santa me ha trasladado este año a tierras salmantinas, el noble terruño de mi familia política, desde el que escribo. En esta avanzada primavera, disfrutar de los encantos del campo charro se convierte en un placer sublime, un hechizo que, sin embargo, no ha sido capaz de llenar el vacío de sentirme lejos de las hermandades ceutíes.
La emotividad del Encuentro, la espiritualidad, el recogimiento y la sobriedad de La Madrugá, el vibrante el encierro de Los Remedios, el impresionante Medinaceli, el torrente de arte cofrade de Las Penas, la inverosímil salida de La Encrucijada de su casa de Hermandad por su estrechísima calle Sousa Rodríguez… Son estampas que marcan de por vida a quienes, cargados ya de años, hemos visto discurrir toda nuestra existencia en Ceuta, dejándonos impregnada su profunda huella el alma y en los sentimientos.  
¿Y por qué no te vas a vivir la Semana Santa de la capital, que la tienes a sólo 67 kilómetros?, me dice la familia. Es extraordinaria, efectivamente, un lujo. De las mejores de España en su estilo, les digo, pero no es como la mía. Distinto sería asomarme a Andalucía, nuestra cuna natural en tantas facetas como la cofrade y de la que lamentablemente un día nos dejaran fuera los intereses políticos de la izquierda cuando se constituyó la autonomía de la región.
La paz del campo es la mejor aliada de la buena lectura. Allí suelo devorar algún que otro libro pendiente. Y prensa, mucha prensa. Cuando le pido a mi suegro algunos números atrasados de ‘La Tribuna’ junto con el ejemplar del día, me dice con pesar, que el periódico acaba de desaparecer. Suscriptor desde su fundación, en 1994, no comprende cómo ha podido suceder eso con el diario de su admirado Mariano Rodríguez Sánchez, un prospero y emprendedor industrial salmantino.
“Por motivos económicos”, dice en un escueto comunicado el rotativo en su telegráfica despedida a los lectores. Decididamente la crisis ni lee ni entiende de periódicos, aún cuando ofrezcan un producto serio, veraz y de calidad como ‘La Tribuna’. Así es que la capital se queda ya sólo con sus periódicos decanos, ‘La Gaceta’ y ‘El Adelanto’. O sea que, como me apuntan, el incrédulo lector salmantino podrá volver al jocoso ripio popular del ayer salmantino: “Tanto miente, miente tanto, ‘La Gaceta’ como ‘El Adelanto’”.
Lo de ‘La Tribuna’ es un zarpazo más de la crisis y del tormento por el que están pasando muchísimos editores españoles. La juventud, tan poco proclive a la lectura, pasa en su gran mayoría de la prensa escrita. Prefiere informarse por Internet o por la televisión, como le viene ocurriendo a otra buena parte de la población. Claro que tampoco conviene olvidar que este país siempre estuvo en la cola de Europa en el consumo de prensa escrita.
La llegada a muchas ciudades de los periódicos gratuitos ha supuesto también una nueva competencia a los tradicionales, dado el elevado número de lectores y su repercusión en el pastel publicitario por su gran audiencia. Valga el ejemplo de Málaga, donde se publican unos 50.000 ejemplares diarios, mientras que el rotativo de mayor tirada no llegaba a los 36.000.
En el caso de Ceuta, la subsistencia de dos periódicos, no digamos en Melilla donde se editan cuatro: ‘El Telegrama’, ‘Melilla Hoy’, ‘El Faro’ y el ‘Sur de Melilla’, al igual que sucede con las cadenas de radio, tanto medio sería del todo imposible sin la publicidad y la ayuda institucional en un mercado tan cerrado y estrictamente local y con una crisis, no ya la de ahora, sino la que nos viene de lejos.
El cierre de una cabecera es siempre una noticia triste por lo que ésta supone para la pluralidad informativa. No corren buenos tiempos para los periódicos de papel. El futuro parece llamarse Internet, aunque pienso que ello queda muy lejos todavía. Al menos mientras estemos detrás de sus páginas sus entusiastas seguidores y consumidores de toda la vida.
Nada tan reconfortante y grato como tener en las manos esa prensa recién horneada, palpándola con las manos y con su aroma a tinta fresca, recogidos en nuestro rincón favorito o llevándonosla consigo de un lado para otro. No ya digamos el lujo de las ediciones dominicales con cuya lectura el día festivo ofrece un deleite especial.
Periódicos escritos, sí. No volverán a ser lo que fueron ante la fuerte competencia audiovisual y la de las nuevas tecnologías, pero siempre sabrán reinventarse así mismos, tal y como hizo radio en su momento más crítico.

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