Categorías: Opinión

La crisis en las cofradías

Son muchas las circunstancias sociales, económicas, políticas que han marcado el devenir de las hermandades a lo largo de la historia. Condiciones que han llevado a estas a adaptarse con ingenio a los tiempos, adecuándose con esmero a procesos complicados para el estatus de las corporaciones e imposibilitando el crecimiento durante épocas. La evolución dentro de la Iglesia también ha estado intensamente influenciada por las reformas conciliares y sinodales, obligando a las hermandades a reciclarse y ajustarse a las modificaciones en las reglas, la liturgia y por ende en las normas diocesanas de hermandades y cofradías (cuestión discutible pues la Iglesia interpreta y las reinterpreta como le viene en gana, siempre a modo de “decretazo”, donde los hermanos tan sólo podemos asentir y admitir por miedo a perder otros privilegios). Pero no entraré a valorar ciertos comportamientos, aunque dejo una cuestión interesante para la reflexión acerca del uso de las hermandades por la Iglesia, cercano a la posición del “teatro” con los gobiernos de izquierda, que en ciertos momentos pueden servir como instrumentos o herramienta de propaganda pero en otros momentos se pueden escapar de las manos y sacar los pies del plato… (Comparación apasionante que desarrollaré un día y donde prometo ser agudo y no dejarles indiferentes).
Cuando me refiero al mundo de las hermandades y su situación me hago eco de forma genérica de la realidad como instituciones en Andalucía y Ceuta, siendo universal mi amor por la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, alejándome siempre de localismos y forofismos que sólo nos llevan a cegarnos con posturas que no ven más allá de los Isleros. Como bien me dijo el afamado cofrade gaditano Manolo Picón una soleada tarde en el porche de una casa del Rocío… “Nosotros dos somos cofrades de estado mayor y nos sirve cualquier sitio donde sepan hacerse bien las cosas por encima de etiquetados complejos provincianos”.  Pero volviendo al título del artículo me gustaría hacer hincapié en el momento en el que vivimos, colmados de una desesperación económica sin precedentes y sin antecedentes para poder comparar. Así muchos podrían intentar compararlo con la transición, siendo muy distinta la realidad de los setenta con la actual, tanto en lo económico como en lo político. La transición transmitía a las hermandades cierta incertidumbre, que los políticos de izquierda supieron aliviar, viendo a las mismas como instituciones populistas que aglutinaban a las masas, buscando el lado pagano de la Semana Santa como rito aceptado por el pueblo en lo estético sin entrar a valorar cuestiones de fe (proceso donde para conseguir un giro político de España no se podía dejar fuera a nadie…). Un ejemplo clarificador son los pueblos de la “campiña” tanto sevillana como cordobesa donde las hermandades están enraizadas en todas las capas sociales, pese al sector agrario y sus rancios ideales de izquierdas).
Evolución de las hermandades que fue vigilada de cerca por la Iglesia que temía una explosión desaforada del culto externo y un alejamiento de la base de nuestra religión. Así, podríamos nombrar la “Carta pastoral de los obispos de las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla, de 20 de Febrero de 1985. El Catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales”, donde los obispos comienzan a plantearse ese crecimiento y dan orientaciones e iniciativas para el correcto desarrollo de un movimiento cofrade en alza.    
La determinación de las instituciones y la fundación de hermandades en barriadas obreras durante los setenta demostró la capacidad para adaptarse, siendo años donde la producción de los talleres registró una cifra de nuevos trabajos para las cofradías jamás vivida. El final de la dictadura y el establecimiento de la democracia produjeron un avance inesperado y afianzaron a las hermandades dentro de la Iglesia provocando una evangelización popular en las periferias de las ciudades. España se abría al exterior y eran muchos los sectores en auge, creando un ambiente propicio para el crecimiento y la prosperidad, siempre sobre la base de un país que había vivido oprimido bajo un régimen dictatorial pero que había sabido conservar sus valores siempre sustentado en un profundo catolicismo.
Diferente es el momento actual, situación angustiosa por los pocos recursos para reconducir el acuciante desempleo, la falta de proyectos y los pocos avances para revertir los problemas económicos que ahogan a nuestra nación. Motivos por los que las hermandades, una vez más, deben replantearse sus formas de financiación y la gestión para no ser señalados como privilegiados. Modificar ciertas conductas de derroche y mostrar nuestra responsabilidad con los más desfavorecidos debe ser obligación para caminar por nuevos tiempos desconocidos. Tiempos de cambio que determinarán y marcarán el futuro de las hermandades por encima de una salida procesional, con el importante compromiso de ser más que una cofradía y cuyo único objetivo no sea mostrar un conjunto de lustrosos enseres y acaparar un patrimonio que no pueda ser sustentado en lo que a la conservación se refiere.
Las hermandades, en lo sucesivo, deberán buscar formas de autogestionarse sin tener que apoyarse en subvenciones que obligatoriamente serán sesgadas y que en la actualidad mantienen a muchas cuya actividad está cogida con alfileres, no aportando nada ni en lo litúrgico, ni en la evangelización y captación de hermanos, ni en lo benéfico, ni siquiera en lo cultural, cerrando su actividad a un grupo reducidísimo de hermanos y alejados de la diversidad que se le presupone a una hermandad.
Son tiempos donde debemos apretarnos el cinturón como consecuencia firme de todo aquello que ocurre a nuestro alrededor, momento de plantearse si formamos parte importante de la actividad social de nuestras ciudades e Iglesia o somos meros beneficiarios que vivimos de puntillas sin ver la realidad de nuestras calles. Volcarnos en estrenos millonarios y en la contratación de bandas nos hará ser flor de un día pero, por el contrario, nos llevará a desvirtualizar nuestros verdaderos compromisos espirituales y objetivos caritativos.

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