Categorías: Opinión

La conversión forzosa a otras religiones

Estamos atravesando una etapa más del fanatismo religioso, del radicalismo extremo convertido al terrorismo, de la caza del hombre por el hombre, de la intransigencia humana llevada hasta los últimos extremos y del genocidio más inhumano y vergonzante, ya que esto último es lo que verdaderamente está sucediendo con los cristianos costos de Egipto y con los demás cristianos de otros lugares de áfrica y Asia que profesan su fe en países musulmanes y a los que se les fuerza a convertirse a otras religiones, y si no aceptan, simplemente se les mata.

Y es que, una vez más, le ha tocado la peor suerte al cristianismo, que tan perseguido ha estado desde sus orígenes, por el solo hecho de ser una religión distinta al islamismo, al budismo, al hinduismo y a otras religiones. Y, si nos fijamos bien, los yihadistas radicales que ahora dicen pertenecer al Estado islámico o nuevo Califato, no sólo arremeten salvajemente contra los cristianos, sino también contra otras facciones de su propia religión musulmana de tendencia más pacifista o moderada. En el cristianismo, ya lo vaticinó en su paso por la vida el propio Jesucristo a sus seguidores, que serían siempre perseguidos. Él dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, y “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán. Si se es fuerte en la fe, no hay que temer”. San Pablo decía: “Estamos acosados, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; derribados, mas no aniquilados” (II Cor. 4, 8-9). Pero lo que se está haciendo ahora contra los cristianos, sólo por el hecho de serlo, asesinándolos, matándolos, decapitándolos, pasándolos a cuchillo y exhibiendo luego públicamente sus cabezas, incluso con la salvajada de quemarlos y de enterrar y quemar vivas a sus víctimas en fosas comunes, matando simplemente por matar e incluso muchas veces con tal de morir matando, como en los casos de suicidas que ellos mismos se inmolan llevando cualquier explosivo adosado al cuerpo, para matar a mujeres, ancianos, niños y otras personas completamente inocentes, o convirtiendo por la fuerza en esclavas sexuales a las mujeres. Con ello no consiguen otra cosa que recibir el mayor repudio del mundo civilizado, porque esa es la peor crueldad, la más grande de las monstruosidades y la más salvaje de todas las atrocidades que tanto están horrorizando al mundo, impropias e increíbles de la civilización avanzada que en general se vive en el siglo XXI. Ni los animales más feroces tienen instintos tan sanguinarios y ni si quiera los auténticos musulmanes, los de verdad, comulgan con tan sangrientos hechos. Y lo hacen, además, en nombre de su propia religión, como si la suya fuera la única verdad de la que sólo ellos están en posesión y pese a que la misma religión islamista prohíbe matar y la mayoría de las injusticias que están cometiendo. ¿Por qué las grandes potencias, que tan pronto intervienen militarmente en cuanto en algún país o lugar del mundo en crisis les huele a petróleo, no lo hacen ahora ante el nuevo peligro terrorista que tanta amenaza representan para la paz mundial y la civilización?. ¿Por qué se permite que cometan impunemente tantas crueldades, incluso genocidio, contra los cristianos y otras religiones y gente pacífica e indefensa?. Tanto por parte del cristianismo como del islamismo y otras religiones, en casi todas las épocas se han dado intolerancias por las que se ha obligado a convertirse a confesos de una religión en otras distintas a la que se es completamente ajeno. Pero creo que nunca antes se había dado tal grado de barbarie, crueldad y saña como la que están cometiendo los que dicen pertenecer al Estado islamista o nuevo Califato. Por ejemplo, en las religiones cristiana e islámica se han dado, y continúan dándose, el cambio forzado de religión entre cristianos y mahometanos, abjurando unos y otros de las propias creencias para abrazar la contraria, aun cuando en uno y otro caso, casi nunca ha sido por verdadera convicción, sino por necesidad obligada. Veamos algunos de estos casos históricos de distinto signo que afectaron a Ceuta: El primero, sucedió en 1578, con ocasión de la llamada “Batalla de los tres reyes”. Reinaba entonces en Marruecos Muley Abdalá, que tenía dos hermanos, Moluco y Muley Hamet. Por aquella época, las leyes de sucesión al trono marroquí disponían que los hermanos de los reyes tenían preferencia en la sucesión al reino sobre los hijos del monarca reinante. El rey Abdalá, haciendo caso omiso a dichas normas, hizo jurar y aclamar como heredero suyo y sucesor en la corona a su hijo Hamet, en lugar de a su hermano Moluco, como correspondía. Entonces éste, temiendo ser represaliado por la crueldad de su hermano Abdalá huyó y después, con el apoyo de los turcos, intentó recuperar el reino cuyo derecho a suceder le había arrebatado su hermano el rey. Regresó a Fez contando con la ayuda otomana y de su otro hermano menor, Muley Hamet, y entre ambos derrotaron a su sobrino. El destronado Hamet solicitó el apoyo de Portugal, cuyo rey D. Sebastián mandó en persona las tropas portuguesas, muriendo en la batalla y siendo luego enterrado Ceuta donde permaneció su cuerpo unos tres años en el cementerio de Santa Catalina. Muley Hamet murió ahogado en la contienda al cruzar un río y luego fue degollado por su propio tío. Y éste, el vencedor, Moluco, también falleció tras su victoria, pero de muerte natural al encontrarse muy enfermo. Pero en aquella batalla se dio una tierna anécdota de comprensión y tolerancia que merece la pena resaltar. Y es que en ella se salvó un niño, príncipe, hijo del destronado Muley Hamet, el ex rey ahogado. Este niño se entregó a los portugueses, pidió asilo y convertirse a la religión cristiana, siendo recogido por los lusitanos sobrevivientes que lo trajeron a Ceuta y luego fue llevado a Lisboa por Martín Correa de Franca. Pero como quiera que luego la corona de Portugal fuera ceñida junto con la española por el rey Felipe II, éste dispuso que el niño fuera llevado a su presencia a Madrid, donde fue solemnemente bautizado en la religión católica, habiendo sido el padrino de la ceremonia el propio rey hispano-portugués, que después lo tuvo en mucho merecimiento y afectuosos cuidados. Pero no todos los islamistas tenían tanta suerte como aquel niño príncipe, hasta el punto de haber tenido un padrino tan relevante como el propio rey español, porque la regulación normativa de la conversión de sus compatriotas del islamismo al cristianismo solía ser bastante dura, o al menos así lo pone de manifiesto la Real Orden de 20-06-1738, en cuya aplicación el Rey español dirigió un escrito al entonces Gobernador de Ceuta, Duque de Montemar, que decía: “Excmo. Señor: El Rey se ha conformado con lo propuesto por V.E. en papel de 11 de este mes; y para cumplimiento se han expedido las órdenes convenientes a fin de que todos los moros que se han pasado hasta aquí a la plaza de Ceuta y se pasaren en adelante, se remitan al Gobernador de Cádiz, para que aquellos que no se conviertan a la sagrada religión, se apliquen al servicio de él u otra para que fueran a propósito o se vendan como esclavos (por entonces todavía los había), entrándolos tierra adentro, aplicando su producto a las obras de la mencionada Plaza, y que los que se volvieren cristianos se envíen a algunos conventos u hospitales de Sevilla y Córdoba donde sirvan y los mantengan, instruyéndolos de la Santa Fe; y que luego que lo estén, se les dé libertad para que vayan a trabajar veinte leguas distantes del mar. Lo que participo a V.E. para su noticia. Buen Retiro, 20 de junio de 1738. Firmado, Sebastián de la Cuadra”. O sea, la normativa era dura, pero no tan salvaje ni cruenta. En sentido contrario, se han dado también muchos casos de españoles que fueron forzados a convertirse al islam o también obligados por las circunstancias, tratándose normalmente de presos y militares desertores que escapaban hacia al país vecino y a los que, para no ser detenidos y encerrados en duras mazmorras, se les exigía convertirse forzosamente al islamismo mediante el rito musulmán llamado “cantar la copla”, que era la aceptación por el rito musulmán de su conversión, como el siguiente caso que nos revelan las declaraciones de Ricardo González, quien durante el Protectorado fue Oficial del Consulado español en Tetuán. Y, habiendo tenido referencias, a través de un tal Ardid, que se había tropezado en el Rif con un antiguo legionario, cristiano en su juventud, pero después convertido al islam y adoptado el nuevo nombre musulmán de Abd Allah el Islam. Éste había nacido en el Grao (Valencia), habiendo sido dado por desaparecido en Ceuta. González indagó en los archivos del Consulado y creyó que se trataba de Manuel Sánchez Monge, que era como figuraba en la oficina consular; había desertado de La Legión en Ceuta y se refugió en Tánger, hospedándose en el Hotel Egipto, pero se vio descubierto y huyó al interior de Marruecos, yendo a parar a la kábila de Uadrás-Trun de Sidi Yamadi. Allí se vio obligado a abrazar la religión islámica con el nombre de Abd Allah el Islam para no ser encarcelado. Luego, contrajo matrimonio con una mujer marroquí con la que tuvo dos hijos. El Oficial del Consulado tetuaní, en el curso de su investigación, incluso llegó a contactar con la familia originaria del valenciano, ya fallecido en Marruecos, porque el hijo mayor de éste, Mohamed, le facilitó todos los detalles de su padre, que en realidad se llamaba Miguel Viladomat. Y también en bastantes países musulmanes se ejercen duras presiones contra los cristianos, que suelen ir desde la inquina y la blasfemia hostil a la violencia verbal contra los católicos, la sátira mordaz, los actos irreverentes, la provocación contra el sentir religioso y la fe; se deforma y desvirtúa por completo la verdad mediante la falsedad histórica, la difusión de la información anticlerical y el desprecio hacia el sentir de los cristianos, a los que cada vez más se presentan como retrógrados o “fachas”, porque ahora lo que está más de moda es el ateísmo, el laicismo, el relativismo y el materialismo que, por supuesto, también tienen el legítimo derecho a existir, expresarse y opinar, pero no para denigrar a la religión cristiana ni a sus símbolos, mediante la manifiesta hostilidad, insultos y descalificaciones, cuando tan tolerante somos nosotros con las demás religiones, que nadie en España se siente presionado por ejercer la suya, sea la que sea.

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