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La Convención

Cuando era chica, me tocaba lidiar con los deberes mientras mi madre cosía escuchando aquello de Directamente Encarna. Tardes y tardes con las mismas cantinelas, peleando con las odiosas matemáticas mientras aquella señora, al otro lado del aparato de radio, nos contaba que se avecinaba el fin de España. Su voz, penetrante, te hacía comulgar con ruedas de molino, o al menos lo intentaba, metiéndote por narices aquellos sentimientos predeterminados. Aquel programa dejó de formar parte de los ecos de mis deberes, hasta ayer, cuando escuchaba por otro aparato de radio y en otro espacio de tiempo, los discursos de algunos líderes populares en esa maquillada Convención del PP. Había quienes intentaban convencernos de que el partido de la gaviota nos había sacado de la crisis, cometiendo el error de atribuirse el esfuerzo de esa luz que solo ellos ven. No tenía que hacer muchos esfuerzos para pensar en compañeros que se han tenido que marchar fuera del país o regresar al nido paterno tras quedarse sin trabajo; en la de familias que han tenido que aprender a amoldarse con recortes perdiendo derechos adquiridos erradicados de un plumazo; en la de empresas que han tenido que echar el cierre y empresarios dignos que han perdido todo lo que levantaron con mimo y esfuerzo. También pensé en los que aguantan, en los que soportan situaciones de explotación, en los que lo han perdido todo y se han aferrado a lo único que les ofrecían vendiendo su dignidad al mejor postor. La misma repulsa que me ocasionaba el programa de Encarna se representaba escuchando a los que se erigen en salvadores de la patria, dejando a un lado el cómo y obviando que ellos, la flamante clase política, no ha modificado su ritmo de vida y cobro de dietas a pesar del chaparrón.
Después tocó escuchar esa buena nueva explicada por don Mariano y extendida a toda la clase popular que, como gallinas, convocan ruedas de prensa para repetir la misma cantinela: ¡en 2015 salimos de la crisis! Claro, ahí me mosqueo más que lo hacía cuando escuchaba Encarna y mi mente, maliciosa, empieza a pensar eso de si la crisis no nos la han preparado en bote, con caducidad incluida, fechando el día en que comenzaría a brotar y resquebrajar nuestras vidas hasta el día en el que se veía obligada a la desaparición. Debe ser así, porque en 2015 todos tenemos que volver a experimentar esa felicidad arrebatada de cuya pérdida fuimos todos culpables por vagos, maleantes, derrochadores y demás, según nos contaba el desembarcado Mayor Oreja en aquella mítica charla ofrecida en el Ulises como parte de la pantomima Fundación Crisol de Culturas, que sigue manteniéndose con coste a las arcas municipales.
La euforia domina a los populares hasta el punto de hacerles perder la razón, cómo si no se explica que don Mariano vea un PP unido y fortalecido. Ese logro no se alcanza ni en Ceuta, cuya presencia ridícula en Valladolid solo ha servido para difundir un discurso que a mí, particularmente, me da vergüenza: ¿o es que hace falta repetir hasta la saciedad que somos españoles?

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