Hubiera preferido estar allí, pero mi cuerpo no estaba esa tarde para nada. Sí, ya sé que el hecho de que la concentración del pasado jueves en la Plaza de los Reyes en apoyo a la Guardia Civil estuviera convocada por un partido político, y en concreto el gobernante, había suscitado el rechazo de una determinada asociación de guardias civiles, cuyo objeto, que yo sepa, es el de defender los legítimos derechos profesionales de sus miembros, y no el de hablar en nombre de toda la Guardia Civil, como institución, para criticar el supuesto oportunismo del PP, partido que nunca ha gozado de sus simpatías, y menos cuando está en el gobierno, proponiendo o haciendo cumplir las normas legales.
Sucede que la referida asociación se encuentra incómoda con las exigencias propias del carácter militar de la Benemérita. Quisiera gozar de derechos tales como el de manifestación o el de huelga, e intervenir –como hizo el otro día– en cuestiones de índole político. Creo que les fastidia el hecho de que quien tiene el poder no los atienda en su pretensión de suprimir las limitaciones exigidas por su mencionado carácter. Para mí, que considero como una de las épocas más significativas de mi vida la que se inició, un día de 1958, cuando salí de mi casa –siendo ya abogado– para dirigirme al Monte de Ingenieros, al objeto de cumplir mi servicio militar como soldado de Transmisiones en el REMING 7, lo que me supuso el honor de vestir el siempre honroso uniforme del Ejército español, resulta incomprensible esa postura de quienes, perteneciendo a ella, se sienten incómodos ante el carácter militar de la Guardia Civil.
Recuerdo que cuando fui diputado por Ceuta, allá por 1980, el Congreso debatió en profundidad sobre el tema, acordando, con una significativa mayoría, mantener el citado carácter para la Benemérita, y recuerdo también que voté a favor por convencimiento, no porque me lo ordenase mi grupo parlamentario. Creía sinceramente –y sigo creyendo– que ser un cuerpo militar honra a la Guardia Civil. En esa legislatura, precisamente, se produjo el golpe del 23-F. Allí estuve, en un momento dado bajo el fuego de las metralletas, tranquilizando en ese instante a un compañero de escaño que pensaba lo peor, con el argumento de que los que disparaban eran guardias civiles y que, por tanto, nunca tirarían a dar a personas indefensas. Ni lo hicieron entonces, ni lo han hecho ahora en El Tarajal, digan lo que digan los que tienen interés en sacar no se qué partido de aquel triste suceso.
La concentración no fue un éxito, pero tampoco un fracaso. Ya quisieran algunos de los que la criticaron de antemano reunir alguna vez el número de personas que acudieron. Y la presencia de la representación del PSOE habría constituido un gesto digno de elogio si no la hubieran echado a perder con la pancarta. Buscaban a su público –que lo tienen– pero creo que esa no era precisamente la ocasión más propicia, si tenemos en cuenta que incluso los suyos han tachado de indefendible la actuación de la Guardia Civil el pasado día 6 de febrero, Otros han ido más lejos, y la han acusado de homicida y hasta de asesina. Razones de más para que vayan encontrando, con actos tan absurdamente combatidos como el del jueves, el apoyo de la gente.
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