A partir del 23 de noviembre de 1957, fecha en la que se inician los ataques a los territorios del África Occidental española por parte de las bandas rebeldes del Ejército de Liberación marroquí, la guarnición española quedó desbordada, dado que carecía de efectivos suficientes para contrarrestar los ataques. Como apoyo llegaron batallones expedicionarios de la Compañía de Transmisiones, de Sanidad, de Intendencia y secciones de automóviles y morteros.
La tropa de sanidad era exigua para el abultado número de bajas, los mismos muertos que heridos, por lo que desde Ceuta embarcó una compañía expedicionaria de sanidad de la Agrupación de Sanidad Militar de la Comandancia General de Ceuta.
La actuación de los hombres de esta compañía, a día de hoy, es totalmente desconocida y hasta ignorada, pero aún es más triste que, a pesar de múltiples peticiones al Archivo Militar de Ávila, Comandancia General de Ceuta y Grupo de Apoyo Logístico, no exista ni rastro de dicho colectivo. Gracias a un soldado aragonés ha sido posible que vean la luz estas vivencias.
El 26 de diciembre de 1957 una orden del Estado Mayor Central del Ejército llegaba a la Comandancia General de Ceuta para que la Agrupación de Sanidad organizase una compañía expedicionaria compuesta por 120 soldados, material quirúrgico, medicinas, ambulancias y mulos, para llegar lo más rápido posible a Ifni.
No habían pasado más de seis meses tras el periodo de instrucción en Dar Riffien, cuna de la Legión Española, para que aquellos jóvenes soldados, sin apenas tiempo para ejercitarse en las tareas sanitarias, partieran a tierras africanas, ignorando que iban a presenciar la crudeza de una guerra y en su humanitaria misión atender a los heridos y dar sepultura a los muertos.
Solo el amor y el temple de aquellos soldados por cumplir el deber hizo que no cayese el desánimo durante las horas y días en el campo de batalla. Recogieron el siguiente escrito “…Las gentes envejecen solamente por desertar de sus ideales. Los años pueden arrugar la piel, pero abandonar el interés arruga el alma (…)”.
Antes de partir hacia Ifni los mandos de la compañía les impartieron las normas teóricas y prácticas de cómo atender a los heridos y realizaron el traslado de aquellos cuerpos maltrechos por la metralla desde el frente al Hospital, gracias a su amor al servicio. Un filósofo lo describió muy acertadamente “(…) Cumplir el deber no tiene más mérito que lavarse la cara, lo importante es amarlo (…)”.
Resulta de una enorme pena y lástima que el sacrificio de aquellos soldados de reemplazo en los duros meses de guerra sea, a día de hoy, ignorado por el Ministerio de Defensa y que la Ley 39/2007, la cual les reconoce méritos y una compensación económica por su labor, no sea aplicada en sus casos. Los altos cargos de Defensa, y no me refiero a los militares, si no a los políticos, deberían darse una vuelta por países de Europa para comprobar la atención prestada a soldados veteranos. En los Estados Unidos de América, por citar una nación, honran a los soldados, desde el más alto mando al más simple, y nada mejor que estas palabras de un militar americano para reafirmarlo “(…) Lealtad, integridad y consideración hacia los demás, la enseñanza más importante de la academia de Wets Point (…)”.
Un aragonés, gran soldado y buen hombre
Antonio Navarro Pérez vio la luz en Fuendetodos (Zaragoza), cuna del insigne pintor Francisco de Goya y Lucientes. Desde su juventud adquirió unos valores propios de esa bella tierra aragonesa, tales como la alegría, la valentía, la honradez, la hospitalidad y el carácter franco pero rudo. Antonio es la viva estampa de esos valores, que lo mismo en su servicio a la patria como en la vida civil, son su carta de presentación.
Esa nobleza queda reflejada en lo siguiente: al formarse la compañía expedicionaria, el mando era su capitán-médico José Castañón Hernández. Antonio se presentó al comandante y le solicitó ir a Ifni con su capitán; lo mismo que había disfrutado bajo sus ordenes en momentos placenteros quería hacerlo a las duras y a las maduras en Ifni.
El embarque en el puerto de Ceuta de la compañía en el buque Ciudad de Alcira, fue conmovedor. Familiares que se despedían de sus hijos, lágrimas y semblantes de tristeza y de mucha preocupación. El 29 de diciembre el buque atracaba en el puerto de la Luz y de allí al acuartelamiento del Regimiento de Infantería Canarias 50. Desde Gando, en aviones Junkers del Ala 46, partió dicha compañía para llegar el 1 de enero al continente vecino. La recepción no pudo ser más dramática. En las lomas próximas sonaban las ráfagas de ametralladoras, explosiones de granadas de mano y, por encima de sus cabezas, silbaban los proyectiles del crucero Canarias.
Una vez aposentados con los conocimientos que los oficiales médicos les habían indicado, se trasladaron a las líneas de fuego para recoger los muertos y heridos y, además, desinfectar de parásitos a las tropas.
Desde el 8 de enero de 1958 en que trasladan el cadáver del paracaidista Quintín Navarro García hasta junio, en que serían relevados, los soldados médicos de la unidad sepultaron a 22 cadáveres de soldados muertos en acción de guerra y, desde el día 4 de enero de 1958 que es rescatado el herido cabo primero de las Banderas Paracaidísticas, Nemesio Pastor Albuixech, hasta junio atendieron a 210 heridos, según los datos que obran en Relación de Bajas de la Primera Sección del Estado Mayor de la Capitanía General de Canarias.
Antonio Navarro Pérez recuerda con honda emoción el cariño de los ciudadanos de Las Palmas y el regreso a Zaragoza, cuando se sintió orgulloso de los valores humanos y honradez del Cuerpo de Sanidad Militar. Ellos cumplieron con creces lo que escribió el general Julio Rodríguez Hernández: “(…) Si podéis curar, calmad, y si no podéis calmar, consolad (…)”.
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