Lo diré siempre: un reto es una oportunidad para superarse. Espero no aburrirte con mis historias en primera persona, pero es que para mí un lector no es algo intangible, ni una lejana voluntad; más bien un confidente y un amigo de gran valor.
No sabes lo que ayuda a mi respiración poder compartir estas palabras contigo; palabras que no son vanas, que son palabras de ilusión, que son de esperanza. Os pido el abrigo para acometer la misión definitiva, y es que me acaban de nombrar miembro suplente de la Comisión Permanente de la Confederación Salud Mental España. Es verdad, una lágrima furtiva se desprendió de mi alma cuando se apuntó este nombramiento para agradecer mi compromiso destacado en la representación del colectivo, y en la necesidad de abrir espacios para mi crecimiento dentro del movimiento asociativo.
¿Conocéis al alguien que sea responsable al cincuenta por ciento? Durante años he preparado mi mente para la paciencia, para el estudio, y para la interlocución. Ahora he de hacer un hueco en mi memoria, y multiplicar mis conocimientos. He de asimilar el funcionamiento de la Confederación como si fuera mi propio organismo, y desde allí proyectar los sueños de libertad de un pueblo cautivo y en peligro de exclusión.
Las personas con problemas de salud mental queremos sentir algo parecido al bienestar. Es mi obligación recordar que solo el quince por ciento de los diagnosticados como yo disfrutamos de un proyecto de vida estable.
Este nombramiento se enmarca dentro de una perspectiva de cambio, de nuevos aires, en el seno del movimiento asociativo, con el que se pretende que los propios afectados por un trastorno mental vayamos ganando terreno y poder de decisión (en origen fueron los familiares los que articularon la defensa de nuestros derechos). A nadie se le escapa que este cambio de estrategia favorecerá la legitimidad de nuestros anhelos ante a la sociedad y ante los poderes públicos. Pero no nos olvidemos de lo principal.
Paralelamente a la plácida existencia de la mayoría, hay un millón de personas viviendo una realidad paralela, viviendo en tierra de nadie, con miedo a que se les señale con el estigma de la negación; yendo y viniendo por las Unidades de Salud Mental como peregrinos de la desesperanza.
Mientras, el hechizo de la confusión obstaculiza una mirada benévola en la sociedad, y hace que en muchos hogares se viva un sufrimiento insondable. Allí, la incertidumbre renace cada día, y te hace inmóvil, prisionero. Lo digo con tono de súplica: hagamos un esfuerzo para normalizar la salud mental.
Paremos esta hemorragia de dolor y de recursos, de tratamientos imposibles, de ingresos y reingreso, de vacío y frustración. Pongamos unas bases razonables de apoyo y acompañamiento, y que cada uno llegue hasta donde pueda llegar, y siempre vigilantes con el estándar de la dignidad, como condición irrenunciable. La sociedad lo agradecería.
Quien quiera rebajar estos fundamentos tendrá que explicar su justicia. Uno puede dudar de todo, menos de que llevo 23 años doblándole el pulso a la esquizofrenia.
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