La cólera de Ángela

Sabía que algunas cosas no debían decirse al ser políticamente incorrectas. Pero Adalberto pensaba que la llegada de Ángela Merkel al poder, fue providencial. Ella, con carácter e influencia similares a la Thatcher, puso un poco de orden en Europa. La nueva dama de hierro y muchos en su país pensaban, abusando de los estereotipos, que los alemanes trabajaban duro y contribuían generosamente a sostener la Unión Europea, mientras irlandeses, portugueses, españoles, griegos e italianos, vivían por encima de sus posibilidades, gastaban mucho y trabajaban poco. Así, presionada por sus electores que ya habían olvidado la ayuda que recibieron durante la reunificación, puso pie en pared y los Estados se vieron ante el peligro de ser intervenidos y, por tanto, controlados desde fuera.
Incluso el inventor de los brotes verdes que practicó una política de subvenciones y repartos sin ton ni son, tuvo que adoptar medidas de urgencia que rechinaban con su ideario político y  trayectoria. Ángela siguió apretando hasta convertirse en la Maestra inflexible que, ayudada por su Delegado de Clase, el Monsieur que ya se marchó, pusieron cierto orden en Europa. Algún país intervenido, otro amenazado, un tercero con gobernantes impuestos y todos bajo la férrea disciplina germánica que volvió a campar en Europa, esta vez en son de paz.
Adalberto seguía sin estar satisfecho de los resultados prácticos de la presión alemana y se indignaba con la situación de los bancos españoles que pasaron de ser de los más saneados del mundo en versión socialista, a necesitar más de 60.000 millones de euros.  Tampoco estaba contento con la actuación del Banco de España en la crisis, ya que no detectó el problema, quizás porque los informes de los inspectores terminaron en un cajón, como otras veces. Para redondear su negativa opinión sobre el mundo financiero y político que le rodeaba, recordó que él mismo había tenido que cerrar una empresa y despedir empleados porque no le prestaban un euro. También porque las Administraciones Públicas tampoco pagaban las deudas y mucho menos intereses por los retrasos.
Sin embargo, Ángela le estaba defraudando al final. Adalberto Pérez opinaba  que Merkel anteponía  sus intereses electorales a los de la Unión Europea, si tomaba decisiones era bajo presión y le indignaba ver a España dando bandazos  y poniendo en marcha recortes de todo tipo, pero eludiendo lo principal que era la estructura administrativa de tantas autonomías, diputaciones, universidades de barrio, ayuntamientos de bolsillo y otros despilfarros. Y, desde luego, sin tocar la engordada clase política y toda la cohorte de enchufados que pululan alrededor.
Adalberto veía el futuro incierto. Pensaba que si tuviera que pagar tantos intereses como el Estado, habría entrado en quiebra hace tiempo. Y aplicando esa vara de medir, creía que a España, ya rescatada en sus bancos, quizás le iba a ocurrir lo mismo como país, de no suceder un milagro. Y estimaba, como su amigo de Sevilla, que el peor escenario sería que se rompiera la zona euro, pero esto sería también muy negativo para Alemania, ya que la revalorización que sufriría el marco, iba a dañar seriamente sus exportaciones.