Llama la atención la última encuesta de marzo pasado del Centro de Investigaciones Sociológicas: El 81,6% de los españoles cree que el paro es el principal problema de España; el 44,5 % de ciudadanos piensan que el segundo problema es la corrupción; y otro 31,4% opina que el problema es la clase política, habiendo crecido esta última cifra más de cuatro puntos en sólo un mes. Y es que hemos caído ya en un completo desmadre; no hay más que ver cómo cada día surgen nuevos casos escandalosos, sin que se agote la capacidad de sorpresa. Por poner sólo tres ejemplos de los cientos de casos judicializados que tanta alarma social están creando, ahí están el espeluznante caso de los ERES de Andalucía: dinero público destinado a resolver el angustioso problema del paro, y que, según lo ya declarado por algún imputado, terminó siendo gastado por algunos políticos en prostíbulos, consumo de drogas, pago de pensiones indebidas a gente que ni siquiera había trabajado o que se le daba ficticiamente de alta en la cotización a la Seguridad Social con fecha retroactiva al día que nació, teniendo como único título y derecho devengado el que resulta de estar en posesión de un carnet de afiliado político, etc. O el “Caso Nóos”, también fondos públicos que, bajo el subterfugio de ir destinados a obras benéficas promovidas por algún miembro de la casa real, al final, presuntamente han terminado en las arcas de los propios promotores, que se hallan “sub iudice”. O el caso “Bárcenas”, político que tanta alarma social ha sembrado, también bajo encausamiento judicial, que, al parecer, ha tenido hasta 38 millones en paraísos fiscales fuera del alcance del Fisco español.
Buscando símiles meteorológicos, parece como si por España estuviera pasando una tormenta perfecta, una ciclo génesis explosiva, o lo que os lo mismo, tres crisis a la vez: la económica, la política-secesionista, y la moral-corrupción. Las tres interactúan y se retroalimentan en este año borrascoso y pluviométrico, pareciendo haberse dado cita a la vez en el tiempo y en el espacio. Si quisiéramos buscar teorías conspiratorias, no nos costaría mucho pensar que nuestros enemigos-competidores, tanto internos como externos (todos aquellos a los que les viene muy bien –económica o políticamente– una España débil, dividida y enfrentada en asuntos internos) estarán frotándose las manos. En lo económico, estamos empeñados hasta los huesos, y los intereses casi se comen lo que producimos. Más, sufrimos el mercantilismo reaccionario y liberal de Europa y, a la vista de muchas de las decisiones que se toman, parece que estamos guiados por una serie de dirigentes de la UE de la más calamitosa mediocridad, que sólo están por la especulación mercantilista, sojuzgando a los países pobres del sur, como se ha demostrado con Grecia, Portugal, Chipre, ¿España?, etc. Luego, en el plano político-separatista, nunca España ha estado, de hecho, tan rota como ahora. El delirio independentista avanza a pasos agigantados y ya apenas hay quien lo pare, pese a tener el Estado más autonomista del mundo. Los separatistas campan por donde quieren y como quieren y nadie les pone pie en pared. Y todo ello, pese a que tenemos un Estado con 17 mini estados, con sus correspondientes parlamentos y estructuras gubernamentales, con múltiples legislaciones y normas desarmonizadas, más tres Administraciones estorbándose unas a otras con la multiplicidad de organismos para unas mismas funciones. Eso, vuelve locos a los ciudadanos, porque ya no saben ni dónde ir para poder resolver sus problemas administrativos, y se les asfixia en materia de impuestos, tasas y contribuciones especiales. Las superpuestas Administraciones siguen sin reducirse ni racionalizarse. Y, en materia de moral-corrupción, además de lo ya dicho al principio, padecemos una quiebra absoluta de principios y valores que siempre fueron reglas básicas de conducta; ahora lo que más importa es el materialismo, la especulación, el laicismo y la vida fácil; el mérito, la capacidad y el bien hacer, eso ya apenas vende; lo que está de moda es la mentira, el engaño, la estafa, el ganar mucho dinero en poco tiempo sin importar de donde vega ni como venga. España pierde prestigio en el mundo en casi todos los aspectos y la marca de nuestro país cada vez cotiza más a la baja.
Pero, si se analizan los tres porcentajes que maneja la encuesta comentada, tenemos, que el paro, trae causa, por un lado, de la pésima gestión y administración que han hecho los políticos de los recursos públicos disponibles, dilapidando el dinero y destinándolo, en muchos casos, a fines distintos a los que el ordenamiento jurídico preveía; y, de otra parte, de la desconfianza, que luego propicia la mala gestión y la corrupción. ¿Por qué habiendo tan aguda crisis, teniendo que recortar sueldos, pensiones y demás derechos sociales, se han pagado sobresueldos, dobles dietas e indemnizaciones a directivos de entidades financieras, políticos y representantes sindicales, por sólo asistir a sesiones en su mismo domicilio?. ¿Por qué algunas de dichas entidades han perdonado deudas a algunos partidos políticos, como se ha informado, cuando ese dinero pertenece exclusivamente a los depositantes?. Pues por la simple razón de que al frente de dichas entidades figuraban como Presidente o Director políticos escogidos por el partido condonado. Con sólo obligar a todos los que se han llevado ilícitamente el dinero a devolverlo, en los cientos de casos sobre los que la Justicia está entendiendo, seguro que habría dinero más que suficiente para hacer frente al déficit y débitos del país, sin tener que quitárselo a sufridos trabajadores, funcionarios, pensionistas, recortes en educación, sanidad, Ley de Dependencia, etc; cuyos afectados ninguna culpa tienen de que otros pícaros y desaprensivos hayan entrado y salido a saco. ¿Por qué no se aprueba una Ley por la que se obligue a devolver ese dinero ilícito?. Así considerados los tres problemas de la encuesta, en realidad, se reducen a uno solo: el de la clase política, en general, que en lugar de dedicarse a ejercer adecuadamente la representación que el pueblo les ha otorgado, la utilizan en su propio provecho y a pelearse, acusándose mutuamente unos a otros y tirándose al degüello. En lugar de buscar el consenso en bien de los intereses generales, en lo único que se ponen de acuerdo es para sus propios intereses, como subirse ellos mismos el sueldo y aprobarse sus propios privilegios, poder jubilarse con la máxima pensión con sólo 8 años cotizados, compatibilizar su trabajo como parlamentario y profesionales liberales o de la empresa privada. Y todo ello, cuando la mitad de parlamentarios estatales, autonómicos, concejales, asesores colocados a dedo, etc, sobra. Así, no tendríamos que ver dormida o ausente a la otra mitad.
Y es que, en general, con excepción de algunos políticos honrados, tenemos una clase política que ni siquiera se merece que vayamos a votar. Cuando llegan las elecciones se les llena la boca de tanto prometer y, luego, en cuanto salen elegidos, si te vi no me acuerdo, hacen todo lo contrario de lo que prometen, engañan al electorado descaradamente y sin sentir el más mínimo rubor. Y lo que el pueblo no perdona es que se le engañe. La factura suelen pasarla los ciudadanos en las urnas. Pero, claro, sin listas abiertas, casi siempre se nos vuelven a colar por los partidos los no deseados; y así, continúan saliendo elegidos los que su grupo quiere. Luego, la inmensa mayoría de los políticos, cuando están en la oposición, todo lo critican de los que gobiernan; pero, luego, cuando les toca gobernar, ellos hacen exactamente lo mismo. Utilizan la artimaña de ensuciarlo todo como el calamar, y del “…y tú más”. Se pasan todo el tiempo peleándose unos contra otros como gallos de corral, mientras que los problemas, en lugar de intentar resolverlos, lo que hacen es crear nuevos problemas o empeorar los ya existentes; a todo se oponen de forma sistemática, con tal de que los proyectos y propuestas del grupo contrario no salgan adelante, incluso a sabiendas de que ellos mismos se contradicen y que se comportan incoherentemente respecto de sus tesis anteriores, aun cuando ello perjudique gravemente al pueblo. Y la oposición debe ser exigente, pero seria y constructiva; no destructiva, sin más.
Ya he referido alguna vez que, de ser la política “el arte de lo posible”, algunos políticos la convierten en “el arte de decir mentiras”; excepción hecha, claro está, de los cada vez menos políticos honestos y afanados que todavía quedan. Y es que, por mucho que a la clase política se les avise en los medios de comunicación, en las redes sociales, en la calle, etc, no escarmientan, la pasión les borra el conocimiento y ellos van a lo suyo sin importarles el pueblo que les eligió. Y así, la gente está ya hastiada, la desafección es cada vez mayor, se nota en el estado de opinión general, en todo. Y, ojo, que comienzan a circular iniciativas virtuales incitando al boicot, a no votar, a la insumisión civil y fiscal, las protestas van en aumento, la tensión de la calle lleva su clamor al Parlamento, se opone y hace causa común ante los desahucios. Nada de eso es aconsejable, y debe prevalecer la prudencia, la mesura y el sentido común; pero lo cierto es que cada vez más ciudadanos se sienten decepcionados y defraudados con tantos casos de corrupción con que los medios de información nos hacen desayunar. O los políticos toman conciencia de tal estado de cosas, o llegará el momento en que se vean superados por los acontecimientos; porque, para que los ciudadanos les respeten, también ellos deben ser respetados por los políticos, que no les engañen tomándoles el pelo y metiéndoles las manos en sus nóminas y bolsillos. Cuando los políticos juegan con el pan de las familias, los ciudadanos entienden que la clase política es su principal problema.
El poeta salmantino-extremeño Gabriel y Galán, ya nos decía en verso: “Nunca semilla bendita/ viene su mano sembrando/ Torpe cizaña maldita /suele venir derramando/ ¿Extrañaréis por vuestro bien e interés del nombre de ese enemigo?/ Pues, ¡la política es!/ La política de ahora/ que al bien ajeno no aspira/ la política traidora/que es una inmensa mentira/ Viene promesas haciendo/ que nunca piensa cumplir/ favores viene pidiendo/mentiras viene a decir”. Y el escritor hispanoamericano, Vargas Llosa, también ha aseverado: “La política es una forma de la maldad. El mayor error que he cometido en mi vida…La política saca a flote lo peor del ser humano”. Y es que, hoy, se han perdido la mayoría de aquellos viejos principios que antiguamente distinguía a los buenos políticos y magníficos oradores parlamentarios de los que sabemos que una sola frase irónica suya podía hacer caer a gobiernos enteros, como fueron Castelar, Bravo Murillo, Argüelles, Cánovas del Castillo, Maura, Sagasta, etc.
Pero nunca empleaban infundios, insultos, ofensas, descalificaciones, chabacanería o pataleo, porque tenían categoría parlamentaria, altitud de miras y eran, a la vez, verdaderos estadistas que anteponían el interés general al mero interés propio.
Por eso hoy se desconfía tanto de la clase política en general, porque, en lugar de ser la solución a los problemas, en buena parte de los casos son en el problema mismo.
las del partido, no debería impedir que el político juzgue con objetividad, de acuerdo con sus criterios éticos y con las normas establecidas. Pero lo que debería tener vedado por completo, es servirse del poder o de información privilegiada para obtener favores en beneficio propio suyo o de su partido o de cualquiera de los suyos; es decir, el político debe ser completamente aséptico, y no estar contaminado por prejuicios o parcialidad alguna. Igualmente, debe comportarse teniendo un proceder justo, sin usar de forma alguna de discriminación o actuación arbitraria, esforzándose en la defensa de la equidad y las buenas prácticas actuariales. Y los políticos tienen que dejar de “politizar” todo en las Administraciones Públicas y la Justicia. Ahí está buena parte del problema, porque la politización la hacen para su propia conveniencia e intereses. Y eso no puede ser. La Justicia tiene que ser independiente.
“Gestión y administración de los recursos públicos”.- Este valor, se considera de primer orden, y ha de ir acompañado de la eficacia y austeridad necesarias en la administración de los recursos tanto materiales como humanos. Existe en muchos políticos el criterio de que hay que gastar mucho para que en el próximo presupuesto se les adjudiquen mayores partidas. Flaco favor prestan al país quienes así piensan.
En fin, un breve artículo apenas permite tratar el tema con la extensión y profundidad que exige. Pero algo tiene que hacerse, esto no puede seguir así, el pueblo está ya hastiado de ver cada día más espectáculos de esa naturaleza. Así, el pueblo quiebra su confianza, y se pregunta si para esto sirve la democracia; lo que no deja de ser un grave peligro para la misma democracia. La clase política tiene que regenerarse y ya, de forma urgente.