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La Ceuta que ya no es

Al hilo de los artículos de Olivencia, Lacasa y Álvarez, publicados recientemente en este diario, centrados en el cambio poblacional que sufrió la ciudad en el último tercio del Siglo XX, recordé una ponencia sobre el abandonismo que presenté en unas jornadas sobre el Protectorado. El abandonismo fue esa corriente intelectual y política que nutrió la opinión de buena parte de la sociedad española y que modificó de forma definitiva la percepción de los españoles sobre los asuntos africanos. Y recordé esa ponencia porque giraba alrededor de la  desafección de las élites políticas hacia Ceuta.
A mediados de los 80 se inició el cambio irreversible en el perfil demográfico de la ciudad, la islamización de su identidad con el crecimiento exponencial de la población musulmana tras los polémicos procesos de nacionalización. Fue ésta la primera batalla ganada por una minoría étnico-religiosa a un Gobierno español, al conseguir una exención en la aplicación de una ley que, de haberse aplicado, habría dejado fuera de la nacionalidad a una importante cantidad de musulmanes que habían residido en la ciudad desde los años 60.
Mucho se ha hablado sobre las razones por las que el Gobierno socialista facilitó el proceso de nacionalización a esta parte de la población, desde el cálculo de un futuro voto agradecido hasta la traición pura y dura, pero puede que la verdadera razón se hallara en el simple desinterés, en evitar complicaciones. Y es que la desafección hacia la ciudad ha sido una tónica dominante durante el último siglo entre la mayoría de las élites políticas e intelectuales españolas, y por supuesto, entre la mayoría de la ciudadanía.
Ceuta fue durante mucho tiempo un presidio, en el sentido militar del término, un baluarte defensivo. Tras la Guerra de África de 1860 se inicia el lento proceso de conversión en una verdadera ciudad, con elementos civiles, incipiente burguesía y clases obreras. A principios del siglo XX, cuando la ciudad, a pesar de su importante elemento militar, se asimilaba socialmente a otras ciudades del sur de España, quedó ligada en el imaginario colectivo, al Protectorado español en Marruecos. El Gobierno liberal de 1912 defendió la necesidad del Protectorado, entre otras razones, en la defensa de la ciudad. Así, para muchos políticos e intelectuales, si Marruecos era una sangría humana y económica y debía ser abandonado, Ceuta era prescindible. Desde ese instante, muchos se apresuraron a desembarazarse de la ciudad, desde líderes reformistas o republicanos como Lerroux hasta militares de prestigio como Primo de Rivera.
El periodo siguiente supuso una estabilidad política para la españolidad de la ciudad, pero no desaparecieron del imaginario colectivo los tópicos de una ciudad exótica, llena de legionarios y “moros”. La llegada de la democracia no supuso un mejor conocimiento de la realidad social de Ceuta. El encaje de la ciudad en la nueva organización territorial estuvo marcada por esa desafección (recuérdese la negativa a que formara parte del ente preautonómico andaluz o los problemas sobre su entidad autonómica). Una desafección que continuó instalada entre las filas de la izquierda, que pedía directamente su entrega a Marruecos (caso del PCE) o que hablaba de ciudades de población española y territorio marroquí (PSOE), pero que también se producía entre determinada derecha (la famosa propuesta de Fraga).
Con estos antecedentes, la presión de miles de marroquíes instalados en territorio ceutí, en situación de anormalidad jurídica, no podía dar como resultado más que la claudicación, ante la posibilidad de un aumento del conflicto étnico-religioso en un lugar tan sensible y siempre bajo la atenta mirada del sultanato. Las sucesivas legislaciones sobre el control de la inmigración y los empadronamientos siguieron sin tener en cuenta la realidad norteafricana, como si nuestra nación solo tuviera fronteras terrestres con Portugal y Francia. A partir de ahí, la modificación de la identidad de la ciudad sólo era cuestión de tiempo. Una modificación que se ha acelerado al ritmo de las necesidades electorales de los partidos políticos en busca de los nuevos votantes de una Ceuta que ya no es.

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