Algo está pasando en este país, cuando la tercera preocupación de los españoles, tras el paro y la crisis, es la “casta o clase política”. Es decir, los españoles sentimos que existe un hecho diferencial entre los políticos y los demás trabajadores, y que además este hecho constituye a los políticos como una clase social definida y muy preocupante. Algo habrá de razón en esto. Es cierto que entre los políticos siempre han existido los listillos. Ceuta ha vivido, desafortunadamente, casos que incluso adquieren vis cómica si no fuera por el enorme daño que han causado a las instituciones de esta Ciudad.
Por aquí han pasado vídeos con movimientos de dinero, pantalones, e incluso trajes de torero, por no hablar de alcaldes condenados o visionarios. Pero también es cierto que en esta ciudad han destacado y destacan políticos que con su labor perseverante, honesta, audaz y callada han logrado y logran una gestión encomiable.
También pesa sobre nuestro juicio la ancestral lucha de clases, que los políticos han utilizado a su conveniencia.
Concretamente, la izquierda ha pasado, en menos de un siglo, de defender de boquilla a los más débiles, a sablearnos bestialmente a todos para defender a los bancos. Eso sí, siempre a cambio de suculentas comisiones familiares o estupendas jubilaciones por EREs.
La imagen que impregna nuestra retina social es la del político con trajes de mil euros, reloj de firma suiza, salarios de ejecutivos internacionales, una gran adherencia a la seducción, un fuerte desapego del trabajo, una vida profesional fuera de la política mínima, inexistente o sin futuro, y una cierta apetencia por el cohecho y la prevaricación. Es decir, gente sin solvencia social que actúan como nuevos ricos o gerifaltes. Y esto, en su inmensa mayoría, no es cierto.
Los ciudadanos esperamos que vengan nuevos Konrad Adenauer, Churchil o Kissinger a dirigir nuestros países, nuestras ciudades.
Los ciudadanos demandamos una regeneración institucional que pasa por la excelencia de los gobernantes y esta, sin lugar a dudas, pasa por la extraordinaria solvencia moral y profesional de los mismos.
No se puede esperar que quién gestiona mal su patrimonio privado, tangible e intangible, lo vaya a hacer mejor con el erario público.
La política no puede ser ni la salida, ni el alivio económico-profesional de nadie, ni mucho menos convertirse en el modo de vida sempiterno de algunos.
Solamente un partido lleva en su programa una regeneración de las instituciones, es decir, el PP reconoce que existe un desgaste institucional y reconoce que es necesario repararlo.
Para ello cuenta con una sólida base ideológica y una multitudinaria y cohesionada militancia. Y por eso, lo conseguirá.
En tiempos del demonizado George Bush, existía un mensaje propagandístico que decía “¿Dejaría sus hijos al cuidado de George Bush?”… Hágase esa pregunta con los políticos locales. Yo lo tengo claro… soy muy confiado.
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