Colaboraciones

La cañetada, por Carmen Echarri

La historia del enfrentamiento entre el exministro Arias Cañete y Hacienda, que ha terminado con una sentencia que da la razón a la segunda, podría enmarcarse en la hilera sin fin de capítulos de la chirigota política española.

Nos podría causar hasta risa esa imagen del popular imitando a aquel Paco Martínez Soria en la película ‘Don erre que erre’, aunque en su versión real la cifra es de algo más de 15.000 euros. Podríamos imaginarnos al ministro Cristóbal Montoro persiguiendo al exministro al que no le importaba comerse los yogures caducados porque no le sentaban mal, haciéndonos creer que así todos los españoles somos iguales.

Y podríamos sonreírnos con esas visitas fugaces para participar en reuniones oficiales en Ceuta a las que nunca se les daba la publicidad debida pero que, curiosamente, sirvieron para justificar el ahorro de los 15.441 euros en impuestos.

Pero ‘la cañetada’ no nos hace ni pizca de gracia. Creo que a ninguno de nosotros. Como tampoco nos lo hizo cuando el PP en general nos acusaba de comernos las vacas gordas y ser culpables de la crisis del país porque éramos todos muy vagos y muy de lengua suelta para pedir derechos sociales, pensiones y todas esas cosas que parece que nos regalan, no que las hayamos pagado a pulso durante años y años de cotización y trabajo.

No nos hace gracia ‘la cañetada’ como tampoco comernos los yogures caducados que tanto gustaban al exministro, que bien serviría de imagen corporativa para una campaña de Hacienda y su sagacidad fiscalizadora. Quién sabe si el PP la buscará como nuevo atractivo electoral.

Es ridículo. Todo en su conjunto lo lleva siendo demasiado tiempo: el máster de Cifuentes, las cuchilladas del poder encarnadas en ‘modo difusión’ vídeos guardados con celo para su filtración con hurto de cremas incluido... y ahora el intento de ahorro de un montante económico que para muchos de los mortales será mucho más de lo que cobra en todo un año, pero para otros es una forma de soltarse un par de agujeros del cinturón.

Lejos de leer las interpretaciones que hacen unos y otros de unos hechos más que evidentes, aquí lo único real es una sentencia que dice lo que dice y que parece que casi nadie ha querido leerse. Porque de haberlo hecho ni tan siquiera hubieran opinado en el Consejo de Gobierno de ayer sobre este asunto. La única apuesta que cabe es la del silencio. A no ser que se juegue al atrevimiento sin pudor alguno.

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