Hace unos días me encontré con un amigo que me dijo: “Normalmente salgo con la mujer a andar por la mañana muy temprano. Es la mejor hora. En verano nos evitamos del calor y en invierno nos encontramos con menos contaminación de los tubos de escape de los coches”. Cuando íbamos a la altura del primer espigón de la playa del Chorrillo al pasar una furgoneta escuché un ruido metálico. Me asomé a la carretera y observé una caja de color azul rodando y luego al quedarse quieta estaba tirada en el asfalto. Me puse en marcha y la recogí. Miré para todos lados y no había visto la escena nadie.
Era una caja fuerte metálica. Medía unos veinticinco centímetros de largo por unos veinte de ancho. A simple vista pesaba y al moverla se escuchaba algo dentro. Mi mujer me empezó a decir que por fin sus súplicas de tener unos pendientes y un anillo a juego podrían haber dado sus frutos. Yo le recordé el cuento de la lechera donde una muchacha transportaba leche con una alcantara metálica de la lechería, lugar donde están las vacas, hasta el pueblo y que sus padres le daban una moneda, en cada caminata llevando lo reseñado y ella se hizo la ilusión que cuando consiguiera tantas monedas podría comprar una cosa. Pero como siempre la mujer tiene siempre la razón. Y así estuve llevando la susodicha cajita por todos lados hasta volver a casa.
Serían las doce y me volvió a recordar que tenía que abrir la caja fuerte. Yo le repliqué que no tenía las llaves y que tenía que buscar a un especialista. Ella me recordó a un buen amigo y allí nos fuimos los dos. Ya ni me dejaba ni a sol ni a sombra, váyase que tuviera algo bueno este objeto. Cuando se lo di, él lo cogió para observarlo y me dijo casi en susurro: “Tú sabes que tengo mucha intuición y creo que no debería de abrirla. Me da mala espina”. Cogí nuevamente la caja y me dirigí al coche.
Guardé la misma en el maletero y mi mujer camino a casa me puso nuevamente a pensar. No dejes de lado lo de abrir la caja. Estuve preguntando por ahí donde había una persona que pudiera entender de espíritus. Un buen amigo me dio las señas de una mujer en Tetuán. Y para allá nos fuimos con el objeto colgado.
Cuando estuvimos hablando con la mujer me expuso que para evitar males en contra nuestra deberíamos de dejar la cajita allí. Yo como es natural rechacé la propuesta de esta mujer y afronté el reto de abrir por mi cuenta este dichoso objeto. Pensando, me acordé de un buen cliente mío. Era especialista en abrir coches y por deducción llegué a la conclusión de que una caja fuerte para él no sería nada. Lo busqué por su zona de influencia, es decir, por el puerto y lo pillé. Le dije que me abriera la caja y el accedió. Pero que me pusiera de espaldas ya que era secreto profesional. No tardó ni un minuto y me la entregó cuando vi lo que contenía conjuntamente con mi mujer, nos quedamos sorprendidos y mi mujer le dio al muchacho 10 euros de lo que había en su interior. Sólo digo que se salió con la suya mi cónyuge y tuvimos para algunos caprichos más.
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