Está escrito que la vida pondrá a prueba nuestra humana condición, a veces de forma tranquila, a veces marcados por la inesperada fatalidad.
Entonces, un abanico de energías se desata en el interior, aunque hay una que destaca sobre las demás, y luce victoriosa: la energía que proviene del corazón. Entonces, nuestro orden de prioridades se relativiza, como luz en la penumbra, y hemos de aprender a vivir una realidad nueva, heroica. Los caminos de la vida, como llanuras que invitaban a la placidez, se trastocan ahora en sendas sinuosas en las que es importante medir nuestras fuerzas, y no caer en la desesperación. ¿Cómo se denomina el suelo donde arraiga la existencia? Hay quien le llama amor.
Cuando el destino muestra sus cartas, de poco sirve la suerte del jugador. Está escrito que hemos de ser la tabla de salvación de nuestros congéneres más cercanos; de nuestro padre, de nuestra madre, de nuestro hermano, hasta el allegado nos pide ayuda si no tiene a alguien alrededor.
Sentirse dependiente tiene algo de grandeza, y no resta en absoluto nuestra dignidad. Hay un proverbio que recorre nuestra memoria y que creo esconde gran verdad: “hoy por ti, mañana por mí”. ¿Se os ocurre mejor juicio? ¿Se os ocurre mejor final? Todos sabemos de la abnegación necesaria para atender una discapacidad física, lo duro y bonito de ayudar a tus padres a pasar la vejez, y tantas y tantas personas que se santifican en el anonimato, sin más fama que el olvido. ¿Cuál era su nombre?
Pero voy a proyectar el cañón de luz sobre una escena donde la experiencia vital se pone al límite, donde nuestra condición de cuidadores del género humano sobresale del espacio conocido.
Hay hogares donde la esquizofrenia se desata en toda su intensidad, de manera que la única conexión del afectado con el mundo es su delirio. ¿Qué hacer entonces? Lo digo: sólo la pericia en la palabra podrá rebajar el dolor y dar forma a la incomunicación, pues lo que le ocurre a una persona bajo el influjo de la paranoia, es que no encuentra palabras para explicar su dinámica mental.
La política que dejo entrever es: medicación, sí; pero equipos de terapia domiciliaria para intervenir en familias y personas con un episodio paranoide, también. ¿Qué es más costoso: un ingreso de urgencia en planta, o un desplazamiento de un terapeuta y una enfermera a un domicilio? (Véanse los resultados del sistema “Diálogo Abierto” que se practica en la región de Laponia en Finlandia).
Lo que vengo a explicar es que muchos usuarios del sistema nacional de salud mental tienen muy buen pronóstico de recuperación, siempre que se propicie la continuidad y calidad de los tratamientos combinados, de fármacos y terapias. Y si a esto añadimos una eficaz campaña de promoción de la salud mental que habilite su entendimiento, podremos reducir esta prevalencia sangrante, y estaremos preparados para combatir la enfermedad mental en sus episodios más persistentes.
Hemos nacido para cuidarnos los unos a los otros: la caída del caballo. No por silenciar una realidad, ésta acaba de ocurrir.
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