Categorías: Opinión

La caída de los grandes colosos del acuartelamiento ‘El Jaral’

Una vez más, y  gracias a la valiosa colaboración de los operarios de OBIMASA, este Regimiento de Ingenieros pone orden en su patrimonio arbóreo. Un año ha transcurrido desde la última vez  que estos técnicos forestales, gestores  expertos de los recursos boscosos de nuestra Ciudad, dieran los primeros retoques estéticos y selectivos a la frondosa cubierta del Jaral,  eliminando los especímenes perniciosos y foráneos en beneficio de los autóctonos, repoblando los claros con especies originarias y compartiendo sus conocimientos y experiencias con los Zapadores de Ceuta.
En estas dos últimas semanas, hemos vuelto a comprobar la precisión, casi quirúrgica,  con la que las diferentes partes de los  colosales eucaliptos,  observadores silenciosos de  los acontecimientos vividos por este Acuartelamiento en las últimas décadas,   se iban desprendiendo, una a una, de su columna vertebral de casi dos metros de diámetro,  conformando una alfombra verde,  tupida y aromática a los pies de estos imponentes y veteranos espectadores.
El diagnóstico había sido acertado y la terapia oportuna, una vez más el intruso,  devorador egoísta del liquido elemento y esterilizador perseverante de los suelos que acaparaban sus grandes brazos, había  sido erradicado y cedido su feudo a un joven y beneficioso  morador “el madroño” de ascendencia autóctona como sus parientes acebuches y algarrobos, a los que poco a poco también se les iba cediendo el lecho de los grandes y dañinos eucaliptos,  mediante la reforestación llevada a cabo por las hábiles manos de estos operarios, delicados gestores de nuestro entorno, repleto de maravillosos y saludables  recursos  arbóreos.
Son muchos los años que han transcurrido desde la intrusión, de este imponente  árbol  foráneo, que llega a alcanzar los 70 m de altura y más  de  2 m de diámetro en nuestro país, aunque normalmente ronda los 50 m de altura y 1,50 m de diámetro. En las  templadas y acogedoras tierras del borde septentrional africano,  su proliferación exagerada, como consecuencia del la benignidad del clima que nos mima, y su erradicación compleja debido precisamente a su fecundidad, ha hecho necesaria una seria política de control y eliminación de estos gigantescos  arboles, para posteriormente proceder a la  reforestación de especies autóctonas,  llevadas a cabo por los entendidos  silvicultores, que explotan y miman nuestros bosques y montes para el  uso y disfrute de los que, ya sea a pie, en coche o en bicicleta,  nos hacemos participes de sus beneficios y excelencias, dejando un dulce legado a nuestros hijos.

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