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La Caballería en la Guerra de África (y III)

O´Donnell acampa frente a Tetuán. Piensa que va a tener que tomar la ciudad al asalto y espera la llegada de la Artillería de sitio. Necesita además, dar descanso a sus tropas, que desde el principio de la campaña habían tenido que luchar no só9lo contra el enemigo y el terreno, sino contra una epidemia de cólera que se desató entre las mismas, causando cientos de bajas.
El 23 de enero se presenta ante los españoles el ejército enemigo, con varios miles de hombres. En un principio parece que no va a tomar la iniciativa, pero pronto se ve que parte del mismo se dirige contra una avanzada de cazadores de Infantería.
El General Ríos, que pocos días antes había llegado con una División de refuerzos, acude en ayuda de los Infantes con el Batallón de Cantabria. El enemigo, al observar que la Unidad avanza en solitario, arroja contra ella a su Caballería. Cantabria sin amilanarse, forma el cuadro y rechaza varias cargas.
O´Donnell comprende que la situación puede complicarse y manda tropas en su ayuda. Los primeros en llegar son dos Escuadrones de Lanceros de Farnesio (el primero y el segundo) que, con una carga a fondo, derrotan al enemigo poniéndole en fuga. El primer Escuadrón toma en esta ocasión una bandera, cogida por el soldado D. Pedro Castillo. El Comandante de la Unidad resultó herido. En la persecución, los jinetes, a los que se han unido otros Cuerpos, llegan hasta cerca del campamento contrario. En esta ocasión, a diferencia de lo que sucedió en los Castillejos, la carga ha sido perfectamente controlada y los jinetes se retiran sin entrar en él.
Antes de que se acabe el día, Farnesio tendrá ocasión de cargar de nuevo, también con éxito, aunque en esta segunda oportunidad lo hará sólo el segundo Escuadrón. Sus bajas, en total, se cifrarán en doce hombres y veinticuatro caballos, lo que resulta considerable, habida cuenta de los escasos efectivos empleados.
El día treinta y uno, el enemigo, que aparentemente no ha perdido su espíritu ofensivo se presenta con ánimo de dar Batalla. Suman unos veinte mil hombres, ya que, a los que manda Muley-el-Abbas, que desde el principio de la guerra había dirigido las operaciones, se unen los de otro hermano del Sultán, Muley Ahmed.
La acción, que recibirá el nombre de Torre de Jeleli, dará oportunidades para distinguirse a la Caballería de O´Donnell.
La primera maniobra se produce en el centro, donde el enemigo amenaza al tercer Cuerpo. Para despejar el campo, Galiano, que manda la División del Arma, recibe órdenes de dar una carga. Lo hace al frente de la Brigada de Coraceros de Villate, que ataca con los Escuadrones de la Reina y del Príncipe, dejando al del Rey en reserva. Una Sección del primero de Húsares, desplegada, cubre su flanco derecho.
La carga fue “muy osada y muy a fondo” y barrió a los jinetes enemigos. Pero, al igual que en los Castillejos, la Caballería se encela en la persecución, llegando hasta una trinchera guarnecida por la Infantería. Tras aguantar una descarga cerrada salta y, al golpe, se lanzan contra el enemigo, que, desconcertado, se acoge a las estribaciones de la Sierra Bermeja que les corta la retirada.
Cuando los Coraceros se preparaban para dar el golpe de gracia, surgen a sus espaldas mil quinientos caballos. Pertenecen a la llamada por los españoles “Guardia Negra”, las mejores tropas del Sultán y las más disciplinadas. Son entonces los de Villate los que parecen a punto de ser copados, pero reordenan sus filas y dan una segunda carga, que les lleva de regreso junto al grueso del Ejército, dispersando sobre la marcha al enemigo.
Un testigo francés describía a los Coraceros… “retirándose en buen orden, con una precisión y un sentido táctico que honraba a su Jefe”.
El repliegue se hizo al amparo de una carga que dio la Brigada de Lanceros, mandada por el Conde de la Cimera, con Santiago y el cuarto de Húsares en primera línea, apoyados por Farnesio y Villaviciosa. Albuera y el primero de la Princesa colaboraron también en la operación. En el curso del sangriento cuerpo a cuerpo que se produjeron durante la acción, los Escuadrones perdieron hasta trece Oficiales, lo que da idea de su dureza. De ellos, nueve de Coraceros.
Antes de que acabara la batalla se produce otra crisis que requiere la intervención de la Caballería. Una fuerza enemiga maniobra por la izquierda española para envolverla. Con el fin de contrarrestar el movimiento, se envía al Escuadrón de Villaviciosa.
Este carga sin vacilar, alanceando a los contrarios que huyen. Una vez más, los jinetes se dejan llevar por su ardor y acosan al enemigo. Hasta que, súbitamente se ven en medio de un terreno pantanoso, donde los Caballos se hunden hasta las cinchas. El enemigo se vuelve sobre ellos y los aniquilan a placer.
Los lanceros que están en condiciones de valerse de sus monturas no piensan en retirarse. Al contrario, muchos echan pie a tierra para ayudar a sus camaradas, mientras los demás intentan mantener alejados a sus contrincantes.
A pesar de ello, el escuadrón parece condenado. Afortunadamente, Ríos se da cuenta de la situación y toma las medidas oportunas. En su ayuda acude, a la carrera, el Batallón Provincial de Málaga que, bayoneta en ristre, salva el lodazal, cae sobre el enemigo y los ahuyenta, salvando así a sus compañeros de armas. Las bajas entre los Lanceros han sido numerosas, incluyendo tres Oficiales.
Mientras, en el resto del campo de Batalla, O´Donnell lograba imponerse al enemigo, que a primeras horas de la tarde se retira. Conseguido su objetivo, los españoles comienzan el camino de regreso a sus puntos de partida. Era ésta una operación muy delicada ante ese tipo de rival, que gustaba de aprovecharla para intentar copar a la retaguardia.
O´Donnell, que lo sabía, había adoptado sus medidas preventivas. Cuando los hombres de Muley-el-Abbas aparecen dispuestos al ataque, lanza contra ellos el escuadrón del Rey y uno de Húsares que había preparado para esa eventualidad. Con una carga a pecho petral alejan al enemigo, permitiendo que el Repliegue se desarrolle sin problemas. Hay que destacar que los Coraceros habían intervenido ya, como hemos dicho, en los combates de la mañana. El hecho de que, a pesar de ello, estuviesen en condiciones de operar, demuestra su elevada moral. En conjunto, la jornada les costó veintisiete bajas, lo que seguramente se aproximaba a la mitad de los hombres que por entonces les quedaba.
En su conjunto, el Ejército perdió cuatrocientos cincuenta y nueve hombres, de los cuales cerca de ochenta correspondían a la Caballería, es decir, ésta había sufrido casi un veinte por ciento de las bajas a pesar de que sus efectivos no llegaban al cinco por ciento del total.
Ante la abnegación de sus jinetes, nada tiene de extraño que, en el parte de la batalla, O´Donnell se refiera elogiosamente a las “brillantes cargas de Caballería” que se habían dado.

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