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La Caballería en la Guerra de África (I)

La Guerra de África iniciada en 1859 ha sido llamada, y con razón, “la guerra romántica”. En efecto, tanto por la época en que se produce como por el exotismo del enemigo aparece envuelta en un evidente halo romántico, muy distinto del que puede rodear, por ejemplo, a las campañas carlistas por no mencionar las de Cuba y Filipinas.
Fue también, incontestablemente, la más popular de las que mantuvo España en el siglo XIX, con la excepción de la Guerra de la Independencia. La afluencia de voluntarios y las Unidades espontáneamente enviadas al Norte de África por el País Vasco y Cataluña prueban el entusiasmo con que la población apoyó las operaciones. Es también notable la cantidad y diversidad de donativos que, con este motivo, se hicieron a las Fuerzas Armadas. Desde la Reina que ofreció sus joyas, hasta particulares, que aportaron dinero en metálico, se puede decir que la mayoría del País respaldo sin vacilar al Gobierno en esta campaña.
Fue además, la primera guerra que la prensa española siguió con corresponsales en el teatro de la campaña. Sus crónicas, muchas veces publicadas por entregas y más tarde editadas en forma de libro, fueron enormemente leídas y contribuyeron, en no pequeña medida a la popularidad de la guerra.
La causa inmediata del inicio de hostilidades fue un enésimo incidente fronterizo, en concreto producido a las afueras de Ceuta el 2 de agosto de 1859.
Pero existieron otras razones más profundas. De un lado, el eterno problema que suponía la casi inexistencia de un campo exterior de esas plazas, que se encontraban prácticamente asfixiadas en sus estrechos límites. De otro la llamada “política del prestigio” emprendida por el Presidente del Consejo de Ministros y futuro Comandante en Jefe del Ejército Expedicionario, Leopoldo O´Donell. Su propósito era situar de nuevo a España en el concierto europeo, dando por cerrada la triste etapa de conflictos internos que se arrastraba desde 1814.
Favoreció también el estallido de la guerra, la situación interna que se vivía en el norte de África, con un Sultán recién llegado al trono que no podía iniciar su reinado con concesiones hacia una potencia extranjera y que ejercía un escaso control sobre las cabilas rifeñas, protagonistas de los incidentes.
Hay que mencionar que la campaña comienza con un objetivo limitado. Específicamente, el de obtener “la inmediata reparación de la ofensa” sufrida. Se descartaba, pues, cualquier intención anexionista. Es posible que esa prudencia obedeciera, al menos en parte, a la posición adoptada por Gran Bretaña en este asunto. En efecto, el 22 de Septiembre, su representante en Madrid había informado que “a los ojos del Gobierno de S.M. una ocupación permanente (de los territorios del norte de África) sería incompatible con la seguridad de Gibraltar”.
En cualquier caso y tras no haber obtenido la deseada “reparación” por vía diplomática, el 24 de octubre se declara formalmente la guerra al imperio Jerifiano.
En la Guerra de África, librada durante los años de 1859 y 1860, la Caballería dedicaba casi toda su instrucción, después de la experiencia de la Guerra Carlista, a efectuar la carga, decisiva en determinados momentos y cuando se ejecutaba en masa. Pero cuando se abusaba de ella, sin ni siguiera provocar la situación táctica adecuada, y no se utilizaba el Arma en otras misiones, que debía realizar en beneficio el resto del Ejército, el heroísmo derrochado resultaba inútil en demasiadas ocasiones, error del que fueron máximos responsables los Jefes del Ejército, el heroísmo derrochado resultaba inútil en demasiadas ocasiones, error del que fueron máximos responsables los Jefes del Ejército Expedicionario. El Ejército Expedicionario que se organiza con este motivo consta de 35.000 hombres, más tarde aumentados hasta 50.000
Su componente de Caballería consistía en trece Escuadrones, por tanto, muy por debajo del 10% del total, que se consideraba como la proporción ideal. De ellos, cuatro estaban encuadrados en Cuerpos de Ejército: uno de Cazadores de Albuera y el Independiente de Cazadores de Mallorca en el primer Cuerpo, uno de Húsares de la Princesa en el segundo y otro de Albuera en el tercero.
Los demás formaban lo que se denominaba División de Caballería, integrada por dos Brigadas. La primera tenía un Escuadrón de cada uno de los Regimientos de Coraceros del Rey, Reina, Príncipe y Borbón, más uno de Princesa. La segunda, sendos Escuadrones de Lanceros de Villaviciosa y Santiago y dos de Farnesio.
En realidad, por tanto, la pretendida “División” equivalía a una Brigada y las Brigadas a otros tantos Regimientos. Por otro lado, una vez más, se había recurrido a la práctica, que parecía haberse convertido en habitual, de enviar a campaña Escuadrones sueltos y no Cuerpos al completo con los inconvenientes que ello llevaba inherentes.
Una razón pudiera ser que hacía poco tiempo, el 16 de junio, el Arma había sufrido la quinta reorganización profunda decretada desde 1842. Tan elevado ritmo de cambios obedecía a la poco sistemática búsqueda de una Caballería equilibrada, con un porcentaje razonable de Unidades de los distintos Instituto. Con la última reforma, los Lanceros habían quedado reducidos a ocho Regimientos, además, se habían creado cuatro de Coraceros, otros tantos de Cazadores y tres de Húsares.
A pesar de la multitud de cambios experimentados, el Arma estaba en buenas condiciones. Observadores extranjeros, al ver los Escuadrones expedicionarios comentaron la calidad “excelente” de sus Caballos.
Las Unidades hicieron concesiones mínimas en su uniformidad para la campaña. De hecho, la única fue dejar en los cuarteles las corazas de los coraceros. Por lo demás, éstos conservaron su pesado casco de metal “a la romana”, al igual que los Lanceros. Los Húsares, siempre elegantes, se limitaron a llevar las pellizas “calzadas”, esto es, puesta sobre el dormán.
Lo poco apropiado de esta Uniformidad para combatir en África se complementaba con un armamento inadecuado. Como tal, los Coraceros sólo un pesado sable y no disponían de armas de fuego. Los Cazadores y los Húsares estaban mejor dotados, al contar con carabinas; pero ningún Cuerpo tenía revólveres, excepción hecha de los Oficiales, que, posiblemente, los compraron a título particular.
Esta escasez de armas de fuego y una instrucción basada casi exclusivamente en la carga, sable en mano, eran desventajas importantes a la hora de enfrentarse con una Caballería enemiga que basaba sus tácticas en hostigar con sus disparos al enemigo y que sólo aceptaba el cuerpo a cuerpo si gozaba de una aplastante superioridad numérica.

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