La borrachera de Arrabal

La ínclita intervención que auguraba la llegada del milenarismo desnuda en realidad a una sociedad que antepone lo banal sobre una obra genuina, profunda y genial

En el preciso instante en que tecleo estas letras apresuradas, esa soga al cuello de la dictadura del tiempo y el vértigo que empuja al plumilla de prensa al abismo, pero del que, piruetas y milagros del azar, siempre consigue salir vivo aunque magullado como un gato que ha gastado una vida más, el genial Fernando Arrabal puede haber muerto. De ser así y de no ser yo el fallecido, saldría unos minutos de la redacción de 'El Faro' para caminar y tomar el aire de una noche que igual cerraría en un manto verde, violeta y amarillo en lugar de negro zulaque y en cuya infinitud pegaseos de falos descomunales y alas doradas como pezones, bigotes dalinianos, letras como espadas, corazones traviesos surcando parnasos del derecho y del revés y millones de dioses paganos sustituirían a estrellas, lunas llenas y nubes empujadas por el soplido de un viento de Poniente, de Levante. O sea: definiciones, jaculatorias y arrabalescos.
Ingresado con carácter de urgencia en una clínica de París, ciudad en la que, huyendo de la acartonada España de Franco y anhelando vivir la bohemia francesa, desembarcó en 1955, tras nacer en Melilla en agosto de 1932, criarse en Ciudad Rodrigo (Salamanca) e iniciar unos estudios de Derecho en Madrid que nunca acabaría, Fernando Arrabal es uno de los numerosos intelectuales que España y sus hijos han maltratado en un ejercicio de oceánica necedad del que no se salvan el dictador, gobernantes democráticos de izquierda y derecha y ciudadanos de clases ilustradas, acomodadas y medias, una cruda circunstancia que a lo largo de la historia contemporánea ha marcado el devenir de un pueblo cada vez más salvaje, inculto y adormilado y que observando el caso concreto de Arrabal se proyecta con todo esplendor: miseria cuyo daño es incalculable. Maldito progreso.
Porque el prestigioso ensayista, novelista, poeta, dramaturgo, pintor y cineasta, un rara avis en el ámbito de la cultura europea de las últimas décadas del siglo pasado y de comienzos del actual, está considerado en Francia, Italia o Bélgica un símbolo de la vanguardia y de la iconoclasia más original, profunda y exquisita, unas características patentes en una extensa obra y que, lejos de ser reconocida, estudiada, divulgada en escuelas, bibliotecas o espacios de cultura en su país natal, de manera cruel ha sido desde luego que vetada, silenciada y atacada con vileza. Al carajo Arrabal. Para qué Topor. Quién es Beckett. Qué espanto de heterodoxia.
Pero si bien este infame escenario no es exclusivo de la vida, obra y milagros intelectuales de Arrabal, pues España es un país tendente a alimentar ciudadanos estrechos de miras e inquietudes y egoístas (o viceversa: sujetos que crean, ensucian y engordan países) capaces de amargar en cierta manera la existencia a escritores noveles y veteranos; a pintores oníricos; a músicos soberbios; o a cineastas geniales, siempre sin que detrás haya nunca base alguna razonada y razonable y fundamentos de peso dignos de tener en cuenta, sí existe en la íntima trayectoria de Arrabal un capítulo particular que eleva el siguiente episodio referido a la categoría de intolerable escarnio: la famosa y televisiva borrachera que alcanzó a tener el escritor en el contexto de un sublime programa cultural (como todos los que ha dirigido y presentado) de Fernando Sánchez Dragó, otra figura extraordinaria menoscabada por la España cerril.
Que muchos de los españoles, acaso la mayoría, que conocen a Arrabal lo hagan por un detalle nimio como es el de un trance aislado, significa elevar una mera anécdota por encima de la obra; anteponer el aspecto banal sobre cientos de teorías; dar mayor importancia al chisme que a la idea; validar la imbecilidad a costa de pisotear la razón; sustituir un minuto, media hora, cuatro güisquis por cientos de horas de biblioteca, estudio y aportaciones de gran valor para las Humanidades y sus tiempos.
En el caso de Arrabal e incluso obviando libros de referencia como Oye, Patria, mi aflicción, Carta al general Franco, a raíz del cual estalló otro de los escándalos que lo han rodeado y que lo llevó a ser tachado uno de los españoles más peligrosos para el régimen, o la sublime creación La torre herida por el rayo, merecedora del Premio Nadal 1982, la eclosión etílica en la cadena pública del intelectual, lejos de mostrar a un vulgar borracho, accidental (y arrepentido de sus actos: mil disculpas) o perpetuo, exhibe en realidad el poderío incontenible (y pisoteado) de un genio en acción y dueño de un duende que asciende cual alma mientras la divina inspiración revolotea en rededor, aquí y allá, ante el deleite de una reducida pero animada cohorte, sabedora asimismo de que luego las musas descansan en los papeles.
"En España soy relativamente popular y del todo desconocido", resumió el propio Arrabal en una entrevista concedida a Jesús Quintero en Canal Sur, consciente de las constantes burlas que la ínclita intervención en 'El mundo por montera', allá por donde el Muro de Berlín estaba por caer, sigue suscitando ahora en el portal digital 'Youtube', donde año tras año se erige en uno de los espacios más vistos, valorados y comentados por los españoles, mientras que, por el contrario, los estudiantes e intelectuales galos, ajenos a la borrachera del milenarismo y verborreas, leen, estudian y aprenden con los libros de Arrabal.
La noche, por cierto, anda revoltosa: se diría que el Juicio Final, en efecto, a punto está de asomar a la vuelta de la esquina. Salud, Arrabal.