La belleza, la armonía, la perfección en las formas del alma de las cosas... Cada mañana la luz primigenia alumbra la oscuridad de las tinieblas y hace columbrar el escenario de todo lo creado en un carnaval de colores y mil formas diferentes. Es la vida en su totalidad que se muestra desde la pequeñez de la gota de rocío en la brizna de la yerba, a las altas sierras que se adivinan en la lejanía.
Y todo es belleza, y todo es armonía y perfección en los pétalos delicados que muestra la rosa en el recóndito rincón de su jardín. Y continúa la belleza en la contemplación de los feraces valles desde las agrestes cumbres que almenan la cordillera. Y todo se embellece en lo cercano y delicado de unos pétalos y, a la vez, sentimos la perfección de las formas en las agigantadas líneas de las moles graníticas de las altas montañas.
La belleza no tiene dimensión, ni distancia, porque lo pequeño y lo grande se entrelazan al modo de la yedra a la piedra, formando universos paralelos donde la armonía se deja sentir traspasando el ámbito físico de todo aquello que pueda medirse y contarse.
Sin embargo, el tiempo toma conciencia y envuelve en las horas a la exultante belleza, de tal manera, que la rosa marchita sus pétalos delicados en el recuerdo de su fragancia; y, así también a las agigantadas montañas, el tiempo, en su inexorable acción, va derrumbando sus imperecederas murallas de cuestas y oteros en un pedregal sobre las orilladas ramblas, que verdean la yerba que enciende de luz el cristal del rocío y refresca el agua que bañan los ríos que descienden por los valles…
Nada dura ni permanece imperecedero; todo cambia y se muda… Y, si bien la belleza decae y alcanza a marchitarse, no podemos olvidar sus instantes de esplendor cuando la gracia habitaba en ella, y la vida soñaba con el alma enamorada de las cosas… “Todo es vanidad de vanidades” -nos dice el texto bíblico del Eclesiastés -, y sin embargo, la rosa marchita renace en otra; y los pedregales decaídos de las montañas, vuelven a elevarse en nuevas cordilleras por encima de los valles. Todo vuelve a renacer como una noria atemporal que nunca diera termino a sus giros. La vida bulle como una caldera hirviente dejando su impronta a la rosa de los vientos que distribuye su acción en todas las direcciones.
Todo se renueva y queda en el recuerdo escrito palabra a palabra, y añorantes de la ”primera juventud pretérita del esplendor en la yerba de la gloria en las flores”, en los inolvidables versos de William Wordworth* en su “Oda a la inmortalidad”, donde escribe:
“Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.
Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba.
Aunque nada pueda hacer
por volver la hora del esplendor en la yerba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre
en el recuerdo…
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.
Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor
más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.
William Wordsworth 1807-1885
“La belleza subsiste siempre en el recuerdo” -nos dice el poeta-, y debe subsistir sin duda, porque la belleza aunque se extingue en un tiempo acordado por la Naturaleza, siempre podemos adivinarla en nuestra propia reflexión como algo imperecedero que nos acompaña y subyace en nuestras propias conciencias. Nada, pues, muere del todo, sino que aquello que amamos y sentimos permanece en nosotros para siempre. Y, la belleza siempre subsistirá, porque en el largo camino que un día emprendimos, ya forma parte de nosotros...
(*) William Wordswordth fue uno de los más importantes poetas románticos ingleses. Con Samuel Taylor Coleridge, contribuyó a la evolución de la época romántica en la literatura inglesa con su publicación conjunta de Baladas líricas en 1798. Esta obra influyó de modo determinante en el paisaje literario del siglo XIX. Fue el poeta laureado de Inglaterra desde 1843 hasta su muerte en 1850.
El carácter fuertemente innovador de su poesía, ambientada en el sugerente paisaje del Lake District (la región de los lagos), en el norte de Cumberland, radica en la elección de los protagonistas, personajes de humilde extracción, del tema, que es la vida cotidiana, y del lenguaje, sencillo e inmediato.
Wordsworth, Coleridge y Southey fueron conocidos como lakistas, por inspirarse en el mismo paisaje de los lagos
Baladas líricas: La revolución romántica llega a Inglaterra con las Baladas líricas. Las Baladas mostraron una naturaleza vibrante de una espiritualidad y de una sensualidad bien lejana de la fría diosa razón de los ilustrados, aunque quedara en Wordsworth aquella sensibilidad democrática y una espontánea simpatía hacia las clases más humildes o desaventajadas, inspirada por la revolución.
Ediciones posteriores de las Baladas incluyeron más poemas y un Preface (Prefacio) a los poemas. Este Prefacio es considerado obra central de la teoría literaria romántica. Wordsworth expone lo que considera los elementos de un nuevo tipo de poesía, una basada en el “verdadero idioma de los hombres”. Evita la dicción poética de mucha de la poesía del siglo XVIII. Proporciona su famosa definición de poesía como el espontáneo desbordamiento de poderosos sentimientos, de “emociones recogidas en el sosiego”.
La ética de la naturaleza: Inmortalizando el Lake District en su poesía, Wordsworth hizo que el mundo conociera esta región favorecida por la naturaleza y, además, puso en evidencia los valores éticos y no puramente materiales o utilitarios del entorno.
La naturaleza, según él mismo dijo, lo inició a la vida: las largas caminatas por las montañas de Cumberland despertaron sus sentidos forzándolo a salir de la profunda introversión en la que estaba encerrado desde pequeño debido a sus graves problemas familiares.
Este amor a la naturaleza se refleja en su poema Iba solitario como una nube. No debe sorprender, pues, que la naturaleza sea esa providencial y divina: Dios se identifica con todo lo creado, es un Dios inmanente y visible. Tal visión panteísta y neoplatónica del Universo invade su primera poesía, como puede verse en el más famoso de los Poemas de Lucy: A slumber Did My Spirit Seal.
También es neoplatónica la creencia de Wordsworth en que los niños y los pueblos no civilizados se encuentran más cercanos a Dios porque en ellos permanece la memoria del mundo celeste anterior al nacimiento. En sus Baladas líricas hay niños, vagabundos, discapacitados, locos: sujetos “inconvenientes” que escandalizaron en los primeros años después de la publicación de la obra pero que, con el tiempo, abrieron el camino a una mayor solidaridad social, provocando que tantos victorianos lucharan por grandes reformas sociales, tanto en sus escritos como en la política.
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