Tras la guerra de 1859-1860, en la que las victoriosas tropas españolas llegaron a tomar Tetuán, fue firmado entre ambas partes beligerantes el llamado Tratado de Paz de Uad-Ras, por el que, entre otros extremos, se consolidaron los actuales límites de Ceuta.
Entonces, para su mejor vigilancia, el Gobierno decidió construir una serie de fortines de estilo neoclásico próximos a la línea fronteriza, por lo cual, en un paraje conocido en aquella época como Buenos Aires, se alzó el que recibió la denominación de Príncipe Alfonso , en honor del hijo de Isabel II que después reinaría con el nombre de Alfonso XII.
Al comenzar el siglo XX, el inicio de las obras de construcción del puerto de Ceuta dio lugar a la llegada a nuestra ciudad de gran cantidad de trabajadores peninsulares con sus familias, la mayoría andaluces. Para la realización de aquellas obras se puso en explotación la cantera de Benzú y se tendió una línea de ferrocarril que sirviera para el traslado de la piedra desde aquel lugar hasta el emplazamiento del propio puerto en construcción, a lo que, años más tarde, se unieron las obras del ferrocarril Ceuta-Tetuán.
Para ir proporcionando vivienda al elevado número de personas que se estaba arraigando en Ceuta, el entonces Cronista Oficial de la Ciudad, Antonio Ramos y Espinosa de los Monteros, planteó en 1911 al general Alfau, comandante general y máxima autoridad local, la idea de levantar barracas en las proximidades del fuerte Príncipe Alfonso. La propuesta cuajó, y de ese modo nació una nueva barriada ceutí, ocupada por gente humilde de origen peninsular, la cual tomó el nombre de la citada fortificación. Años después, la barriada fue dotada de una escuela subvencionada por el Ayuntamiento, y en 1927 se inició una verdadera reconstrucción de la barriada, mediante la edificación de gran número de casas de mampostería que seguían un modelo común, para el mejor acomodo de sus pobladores, creándose incluso una Alcaldía de Barrio. El Ministerio de Instrucción Pública aprobó la creación de sendas escuelas, una para niños y la otra para niñas.
En 1929 se inauguró la Iglesia-Capilla de San Ildefonso por el Obispo D. Marcial López Criado. Mi abuelo Francisco Ruiz Medina, entonces teniente de alcalde, se refería en unas breves memorias manuscritas a aquel acto como uno de los hitos relevantes de su paso por el Ayuntamiento, añadiendo textualmente que dicho templo (posteriormente llegó a ser Parroquia, lo que da idea del número de fieles residentes) “buena falta le hacía a aquellos vecinos”. A aquellos, sin duda. La fotografía, con el obispo (sentado), otros sacerdotes y numerosos mayores y niños de la barriada, deja constancia de dicho evento y de bastante más,
El fuerte fue, durante muchos años, cuartel de la Guardia Civil, y a la entrada de la barriada se construyó también el denominado Poblado Legionario, en el cual vivieron, hasta su derribo para la construcción de edificios en altura, familias de soldados y clases de la Legión.
En 1957 se llevó a cabo el tendido telefónico, y posteriormente, siendo alcalde mi tío Francisco Ruiz Sánchez, hijo del abuelo que asistió a la bendición de la iglesia, se iniciaron obras de alcantarillado, alumbrado, asfaltado y construcción de viviendas. Incluso hubo industrias instaladas allí, en las cuales se fabricaba pan, caramelos y helados. También, la casa fundacional de la Cruz Blanca, trasladada hace poco a la de la Avenida de España.
Creo recordar que, allá por los años 40 del pasado siglo, se derribaron unas casas adosadas a las Murallas Reales, donde estuvo el Cuartel de los Tiradores del Rif, unidad integrada por los descendientes de los Moros mogataces que llegaron a Ceuta a finales del siglo XVIII, tras la pérdida de Argel, y que varias familias afectadas por dicho derribo fueron trasladadas a la barriada del Príncipe Alfonso, donde seguía predominando la población de origen peninsular. A partir, fundamentalmente, de la independencia de Marruecos (1956) oleadas de inmigrantes marroquíes fueron llegando a Ceuta, asentándose esencialmente en aquella barriada próxima a la frontera, en la cual iban construyendo, sin plan urbanístico alguno, numerosas viviendas en suelo público, sin que durante muchos años las autoridades intentaran siquiera imponer un mínimo orden.
La promoción de diversos bloques de viviendas sociales en otros lugares de la ciudad fue propiciando el traslado a ellos de familias que durante muchos años habían vivido en la barriada, lo que contribuyó a la radical evolución que venía experimentando. Otras vecinos decidieron marchar a la Península, con lo que El Príncipe fue transformándose, pasando de ser un lugar como cualquier otro de los que podrían encontrarse en ciudades andaluzas a lo que hoy es. Recuerdo que, hace unos diez años, mientras acompañaba al presidente Vivas en una visita a aquella barriada, se nos acercó una señora mayor pidiendo que le facilitaran casa en otro lugar, pues, según decía, era “la última cristiana que quedaba allí”.
Esta es la historia real del supuesto gueto que tanto atrae a periodistas morbosos venidos a Ceuta con una idea preconcebida sobre los orígenes y la realidad de El Príncipe.
Con mi agradecimiento al Cronista Oficial de la Ciudad, José Luis Gómez Barceló, por sus valiosas aportaciones
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