Una ballena de 52 toneladas, la primera captura
Las vivencias de los balleneros en el Estrecho, quedaron plasmadas de forma elocuente por Mariano Vargas y Jaime Conde, en el libro Cazadores de Ballenas… En aquellos años estaba todavía cercana la hambruna que se había padecido en todo el país a finales de los años cuarenta del siglo XX. Miles de personas habían muerto, al no tener nada que llevarse a la boca. España, carente de recursos y con sus tierras esquilmadas, volvió sus ojos hacia la mar. No solo se desarrolló mucho toda la industria sardinera y atunera, sino que se amplió la ballenera, abriéndose dos estaciones de caza en las puertas del Estrecho, una en Ceuta (Benzú) y la otra en Algeciras (Getares)”.
Como muy bien indica en un reciente articulo el historiador Ángel Herrera "La caza de ballenas en el Estrecho" en la revista de la Villa de los Barrios (Cádiz). Los balleneros del Estrecho eran barcos noruegos de 35 a 40 metros de eslora, 300 toneladas de peso y casco de acero. Los motores eran de vapor, al ser más silenciosos que los de diesel a la hora de sorprender a las ballenas. Cada embarcación estaba formada por diez hombres: arponero, contramaestre, jefe de máquinas, cocinero, engrasador y cinco marineros, además del capitán. Para el avistamiento contaban con altas cofas y pasarelas entre el puente y la proa donde se encontraba el cañón, desde el que se lanzaba un arpón de casi 70 Kg. de peso con 4 garfios articulados para aferrar la presa y en la punta una granada explosiva de diez kilos que aceleraba la muerte del animal. Operaban en el área del Golfo de Cádiz, entre el Cabo San Vicente y Cabo Cantan en Marruecos. Tras arponear al animal en su frenética huída, certificaban su muerte y lo inflaban de aire comprimido para evitar que se hundiese, atándolo a los costados de la embarcación para procesarlo en tierra.
El animal al llegar a la factoría de Beliones era sacado a tierra por chalupas y bollas, siendo izado por la rampa hasta una explanada donde era descuartizado y dividido en partes por operarios con cuchillos curvos llamados “noruegos” y zapatos de clavos para poder trepar por el cadáver. De la ballena se aprovechaba todo. Como recordaba Jesús Marchamalo en “Bocados de delfín”, las suculentas tajadas de ballena, cortadas en bloques de 3 ó 4 kilos, mitigaron entonces el hambre de la postguerra, siendo vendidas en los mercados de abastos.
La grasa se fundía para obtener aceite como combustible e iluminación. La grasa de la ballena también servía para la fabricación de margarinas, jabones, velas, brea para el calafateado, pinturas y otros derivados. Con las vísceras y carne se fabricaban piensos y abonos e incluso los huesos se transformaban en harinas. Todo se usaba… hasta las barbas para fabricar diversos artículos como varillas de paraguas, corsés o bastones… incluso sus heces, para el teñido de las velas de los antiguos navíos. Dentro de las ballenas capturadas, los cachalotes eran muy valiosos por poseer los productos más caros de la época, ya que por un lado, de sus inmensas cabezas se extraía una cera blanquecina y fina denominada espermaceti, que se utilizaba en diversos productos cosméticos, farmacéuticos y lápices labiales; y por otro lado, de los intestinos del animal se obtenía una secreción biliar denominado ámbar gris que se usaba como fijador de perfumes.
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