Afortunadamente el mundo se mueve, las cosas cambian y las personas avanzamos. No den por supuesto que todo cambio es para bien, ni que en toda permuta son predecibles los frutos. Aunque, sin temor a equivocarnos, podemos asentar que ciertos principios están bien como están y además son inmejorables, como por ejemplo, el principio cristiano de amar a tu prójimo. España es fruto de una actvisima historia que ha forjado un carácter cristiano mediterráneo. Eso no quiere decir que los musulmanes estén excluidos de esa forja, o que ahora no son bienvenidos; más bien todo lo contrario, aportan gran parte de esa mezcolanza mediterránea.
Elementos políticos determinados, fundamentalistas, radicales de izquierda, tienen demasiada prisa por derribar todo aquello que pueda significar nuestra identidad, por cambiar con celeridad la identidad de España. Desde la tauromaquia al cristianismo pasando por la naturalidad familiar, ahora parece que hubiese que borrar del mapa todo lo que ha llevado a España a ser quien es hoy día, a estar en la élite de países donde un ser humano puede vivir con dignidad, o al menos intentarlo.
Confundir la defensa de la riqueza, abundancia y pluralidad de pensamiento con menospreciar el conservadurismo, no refleja más que la fuerte presencia de fachendas y fobias, de quiméricos fantasmas que persiguen situaciones imaginarias, de mentes atormentadas incapaces de convivir en paz con el que piensa diferente, de gente temerosa y rencorosa que pretende castigar, que siempre encuentra culpable al que es diferente. Ya saben lo rápido que son los de Podemos a la hora de menospreciar la bandera de España, desde Barcelona hasta Cádiz no existe partido político que menosprecie más el signo que aglutina a todos los españoles. El que el alcalde gaditano, Kichi para los amigotes del frecuentado bar, sustituya la bandera roja y gualda, que representa a todos los españoles de cualquier ideología, por una arcoiris que representa una amalgama de pensamiento sexista contrario al heterosexualismo, denota un acto más de sus muchos populistas, y lo deja en una difícil situación porque, si verdaderamente desea representar el pluralismo, lo hubiese hecho dejando la que estaba, o ahora se verá obligado a poner la bandera del Vaticano en Semana Santa, la de los amigos del Rocío en su romería, o la de Ferrari cuando estos ganen el título de F1. Qué pena de mástil, qué pena de plaza, qué pena de Cádiz con lo que han sido allí las libertades hace doscientos años, cuando España no era más que una isla.
A nadie sorprende ahora que ayuntamientos de Cataluña prohíban la participación de las Fuerzas Armadas en diferentes espacios públicos, o que la mixtura de declaraciones antitaurinas, vuelva a ser una actuación sectaria que utiliza el poder de todos los ciudadanos para favorecer a la parte más ayuna e intransigente, a la que tan sólo motiva el odio por todo lo que pueda significar España y su historia. Que el partido que actualmente más se identifica con el odio, el sectarismo y la radicalidad y que pretende conseguir el ministerio de interior y el CNI, haya puesto en su logo un corazón, calcando el de la campaña de Chávez (sí, el venezolano, no el imputado) es el marchamo de la gran estafa que preparan.
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