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La amenaza del Ébola, en Ceuta

Si Ceuta está situada allá donde se cruzan los caminos de la diversidad cultural, es crisol de razas, punto en el que convergen y conviven personas que rezan a distintos dioses, hablan idiomas diferentes y se rigen por patrones antagónicos las unas con las otras, y además alardea de ser abierta y ejemplo de concordia, Ceuta es también punto álgido dentro de la crisis global del Ébola, precipitada ésta cuando el Primer Mundo le ha visto las orejas al lobo, aunque ésta es otra perspectiva del problema.

Más allá de que ahora se tome en cuenta la enfermedad y los efectos devastadores de la misma, de que sea en este momento cuando las grandes potencias de Occidente insuflen dinero a los laboratorios en pos de dar con el antídoto que tumbe el virus del Ébola, toda vez que éste haya aniquilado cientos de vidas negras desde que surgiera en la década de los setenta, la enfermedad ha entrado de lleno en las civilizaciones y democracias más avanzadas y consolidadas, la que representan Estados Unidos y la Unión Europea, si bien la gran coalición del Viejo Continente haya registrado el primer caso en uno de sus territorios más atrasados, la España de la corrupción, el paro y la incultura del pueblo.
El virus no invade ya únicamente el ambiente de Guinea Conakry, Sierra Leona, Nigeria o Liberia, o sea el África Negra, el continente expoliado y maltratado, sino que ha revoloteado por Estados Unidos y hace lo propio en Madrid, donde ni siquiera un protocolo extremo, alentado por la Unión Europea, activado con semanas de preparación y por ‘mentes lúcidas’ ha evitado que el país, y por ende los ciudadanos, haya entrado en un estado de cierta alerta y considerable preocupación.
No se trata de crear psicosis alrededor del virus del Ébola, y menos aún menoscabando la responsabilidad y coherencia que ha de acompañar, aunque no siempre ocurra así en la profesión, a un periodista, sino de poner de relieve los peligros existentes y, sobre todo, las precauciones que se han de tomar así como, llegado el momento, el mecanismo que las instituciones, la de todos los ámbitos, debieran activar ipso facto en aras de afrontar con las mejores garantías la amenaza creciente.
¿Está España preparada para evitar que el virus, por ahora aislado, en tanto en cuanto se resume a Teresa Romero y a dos misioneros se propague? ¿Hay medios para atajar el virus? ¿Y para combatir una epidemia? La respuesta, más que soplando en el viento de Dylan, hoy día tristemente lúgubre y contaminado, se encuentra en el esperpéntico dispositivo gubernamental puesto en marcha para gestionar la crisis, con independencia de errores personales y funestos.
Considerando la posición estratégica en la que se encuentra Ceuta, la regla sale de inmediato: si esta ciudad es punto donde se unen culturas diversas, con lo enriquecedor que esto supone, Ceuta es también enclave en el que el peligro de que llegue el virus y, posteriormente se propague, es evidentemente mayor que, por ejemplo, en Gerona o La Coruña, máxime si tenemos en cuenta el extraordinario tráfico que, a diario, se registra en la tercermundista frontera del Tarajal, punto en el que cientos de personas, de diversas nacionalidades, que vienen de todos los lugares del continente africano, caminan hora tras hora, para en multitud de casos, encontrar en Ceuta el destino definitivo o al menos duradero, a la espera de una posterior e hipotética (y complicada, en muchos casos, lo que alarga la permanencia en Ceuta) travesía rumbo a la península y al centro de Europa.
¿Por qué no ordenar entonces y de inmediato, como manda la lógica y dispondría una clase dirigente racional, que se active un control riguroso en el paso fronterizo que evite sí o sí posibles entradas de personas afectadas por el virus? No se trata en absoluto de crear alarma sino de instaurar un sistema lógico, moderno, eficaz y rápido, o sea un cinturón de seguridad y prevención, siempre en la medida que el presupuesto económico así lo permita, que despeje cualquier tipo de dudas y elimine o difumine un miedo que, se quiera o no, se niegue o no, se oculte o no, existe ya y crece a ritmo acelerado y diario en buena parte de la sociedad ceutí e, incluso con mayor vigor e intensidad, en aquellas administraciones en las que operan a diario profesionales de gran cualificación que, sin embargo, nada saben, porque cero información han recibido al respecto, acerca de qué deberían hacer ante el supuesto de tener que afrontar un episodio sospechoso: una enfermera que atiende a uno de los cientos de inmigrantes que pasan a diario por la ciudad; una jueza, un fiscal, un abogado que han de tomar declaración, interrogar o defender a un liberiano; un periodista que ha de cubrir un nuevo asalto a la valla.
Más vale prevenir que curar, reza el viejo adagio castellano, ya anticipado por Alonso Quijano a Sancho en la antesala y preparación de uno de los ataques y batallas a punto de librarse ante un hipotético y terrible enemigo. Porque si, en ocasiones, la ficción se asemeja a la realidad, ésta también puede alcanzar cotas inimaginables para el común de las personas, escenarios que, no obstante, han de ser valorados por aquellas personas que nos gobiernan y rigen el devenir de toda una nación o continente, que para eso tienen una posición de máxima responsabilidad. Lástima que, como se aprecia (se sufre) con las entradas masivas de inmigrantes, abrigar cualquier esperanza de que Europa dote de un mecanismo moderno para verificar la salubridad de una persona, o su enfermedad, a la frontera del Tarajal, puesto que se trata de una amenaza contra la salud pública internacional, medidas tipo que ya funcionan en aeropuertos de Nueva York o Londres, ésta más que remota se antoja una quimera, un imposible: tal vez porque España recoge lo que ha cosechado en tantos años y décadas de corruptelas, decisiones erróneas y decadencia generalizada.

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