Justicia y ética de derechas

Estoy seguro de que si le pregunto a cualquier economista de derechas medianamente decente acerca de los recortes, de la inyección de dinero público a Bankia o sobre el famoso rescate/ayuda/secuestro que nos ha llegado desde Europa será capaz de defender dichas medidas con argumentos concienzudamente razonados, utilizando tecnicismos y datos económicos, mencionando a reputados catedráticos en la materia y haciendo, en definitiva, que todo aquello que dice con la autoridad que su título le proporciona suene coherente y lógico. También sé que entre los ejecutores y defensores de las mayores maldades que la Historia ha llevado a cabo desde el poder que otorga un sillón presidencial no ha habido únicamente descerebrados o inteligencias mediocres y que tales actos, vistos hoy desde la distancia como auténticas atrocidades, fueron realizados bajo la convicción por gran parte de la sociedad de la época de que se hacía lo correcto, de que era lo que el país y el mundo requerían en ese momento.
Yo de economía sé lo justito pero no necesito de títulos para saber  que un sistema en el que el 99% trabaja para el lucro del 1% no es que no sea justo, sino que es aberrante, y más aún cuando es a ese 99% al que se le exige pagar los platos reventados por el 1% que posee la riqueza, que maneja los bancos, que se mueve por el mundo financiero que tan lejos nos queda a la gente de a pie y que, hablando en plata, gobiernan por encima de Gobiernos electos.
Obviamente, toda esta injusticia se sostiene gracias a la asimilación por la gran mayoría de la población de un concepto perverso de justicia, del concepto de justicia que un sistema injusto ha logrado asentar en las mentes de sus súbditos.
En nuestra sociedad, nadie discute que sea “justo” que una sola persona posea la fortuna con la que podrían vivir cientos. Se ha conseguido que los pobres crean que el rico “se ha ganado” su insultante opulencia, que es razonable y objetivo que una persona viva en el lujo mientras que otros, los que hacen posible la barbarie a través de su pobreza, apenas tienen algo que llevarse a la boca. La justicia en nuestros días es siempre favorable al poderoso y anda completamente desligada de términos como la ética, la humanidad o el sentido común.
Es el momento de que la gente comience a comprender que nadie se gana abarcar tanta riqueza por muy inteligente, talentoso o avispado que sea, que la única riqueza la crean los trabajadores, que sin trabajadores no hay riqueza y que nadie llega a ser Amancio Ortega, Florentino Pérez, Emilio Botín o Paco “el pocero” siendo honrado. El que consigue ser así de rico es porque no se le exige pagar unos impuestos realmente proporcionales, porque se apropia de la plusvalía del obrero, especula, viola derechos humanos en el tercer mundo, paga sueldos de risa, influye con su poder en la elaboración de leyes favorables a su negocio, etc.
Yo no digo que hagan algo ilegal. Yo digo que aquello que es legal no tiene por qué ser necesariamente justo y que el poder “legal” que estas personas y muchas más de su calaña ejercen sobre nosotros es prueba palpable de ello. No se trata de respetar las reglas del juego sino de cambiar las reglas.
Si continuamos viendo como normal y natural que una persona se haga rica a costa del trabajo de muchas y la miseria de otras tantas, si seguimos viendo eso como “justo” o como “ganado a pulso” la situación jamás cambiará y las desigualdades entre ricos y pobres serán cada vez mayores (cómo está ocurriendo). Los pobres serán más y tendrán menos y los ricos serán menos y tendrán más.
Por eso, una persona defensora de este sistema, por muchos datos o vocabulario financiero que utilice, jamás podrá convencerme de ninguna medida económica tomada por el Partido Popular, defensor también a ultranza de este sistema, herederos del franquismo más clasista y refugio histórico de señoritos, fachas, banqueros y negreros. No podrá convencerme porque no soy ciego y porque por mucho que Rajoy se empeñe en decir lo contrario, lo que yo estoy viendo a diario es el empobrecimiento de la masa social del país y la vuelta a condiciones laborales, educativas y sanitarias propias de otro siglo. Tampoco veo que todos esos millones de Bankia y de Europa sirvan ni vayan a servir para el saneamiento de la economía del trabajador o del pequeño o mediano empresario, pero claro, yo no entiendo de economía y aunque mis ojos vean lo contrario, lo que es bueno para los ricos también es bueno para mí, o al menos eso es lo que quieren que crea los voceros del sistema. También leo por ahí que varios Premios Nobel han afirmado que estas políticas sólo traen más crisis, más paro, más podredumbre y más desigualdad, pero supongo que esos serán unos rojos cochambrosos, lectores voraces de Marx, Mao, Lenin o Gramsci cuyo objetivo no es otro que el de destruir los valores de consenso, convivencia y concordia que nuestra “ejemplarísima” Transición trajo a nuestra vida pública.
A nuestro querido Presidente se le llena la boca con la palabra “austeridad”, pervirtiendo su significado cada vez que la escupe. La austeridad consiste en prescindir de lo que no es necesario, en vivir sin despilfarrar. La austeridad es contraria, precisamente, al nivel de vida de tanto empresario y tanto banquero votante del PP.  
Señores del PP (y del PSOE, exhibidores de chaquetas de pana en la calle y votantes de leyes económicas de derechas en el Congreso), el día que hagan una reforma fiscal que obligue a las grandes fortunas del país, a los banqueros y a los grandes empresarios que se quedan con la riqueza creada por los trabajadores a ser austeros, tendrán una mínima legitimidad para pedirle austeridad a un mileurista, un estudiante, un pensionista o un parado. Hasta entonces, y aunque sé que no es su estilo, traten de tener un poco más de vergüenza.