Cuando introducimos una palabra junto a otra dentro del mismo esquema gramatical, aunque sea una simple conjunción, ambas palabras ganan intensidad en el significado.
Si hay algo que distingue la naturaleza humana de la naturaleza divina, eso es la perfección. O dicho de otro modo: el talento humano no ha sido llamado a completar el sentido de la perfección.
Sin embargo, gracias a nuestra capacidad de raciocinio y al lenguaje, sí podemos idealizar, intuir, y acercarnos a la definición de lo que sería un estado perfecto: aquel en que los condicionantes de la existencia encuentran su equilibrio.
De esta guisa, si identificamos esos condicionantes, podremos trabajar con ellos, y convertir la perfección en un referente útil adonde dirigir nuestros pasos.
Dicen mis apuntes que para que haya una base posible son necesarios, al menos, tres puntos. Así, considero que hay tres condicionantes principales de la existencia: la salud, el trabajo, y el hogar.
Dentro del concepto de salud incluimos la paz interior, o salud mental; dentro del trabajo incluimos el conocimiento necesario para realizar un oficio; y dentro del hogar, pensamos en el amor y en los proyectos para fundar una familia.
Ya sé que son tres condicionantes muy interiorizados, y de plena actualidad ahora en la entrada de año, pero sirvan estas palabras para recordar que no debemos distraernos del objetivo fundamental con asuntos secundarios. Un pueblo distraído está llamado a hacer círculos por el desierto.
Se trata, por tanto, de olvidar toda trifulca, y convertir la salud, el trabajo y el hogar, en nuestro destino universal. Será entonces cuando más cerca estaremos de la substancia divina, justicia, o perfección. Será entonces, cuando podremos disfrutar de la belleza, y maravillarnos con la grandeza de la creación.
Por el contrario, la pérdida de esta perspectiva, traerá una involución en el género humano, y tendremos que enfrentarnos a la desdicha.
Es cierto que existe también un condicionante muy poderoso, como es la Historia, el devenir de los pueblos, y que muchas veces trajo el odio y la herida abierta de las guerras. Pero ahora que hemos aprendido su lección, es momento de emanciparnos de ella, y poner nuestro dominio de los elementos al servicio de una globalidad perdurable, donde cada pueblo tenga un papel destacado y diferenciado dentro del conjunto.
Si hay una substancia perfecta esa es la luz, ¿o es que no veis la sintonía de luces del firmamento? Otra cosa es el mundo de las sombras, de la ambición desmedida, de la tentadora dominación.
Vivimos un tiempo histórico, en el que se está configurando una nueva correlación de fuerzas que pudiese ser definitiva. Y mi humilde consejo es la multiplicación de la prudencia en las relaciones humanas.
La prudencia es la mejor forma de preservar ese último tesoro, o condicionante: la libertad.
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