“Desde que todo esto empezó” es una frase que en cualquier otra época y en cualquier otro artículo habría necesitado algo más, una mínima aclaración. Hoy no es necesario, todos sabemos a qué me refiero.
Pues bien, desde que todo esto empezó se puso de moda una corta y pegadiza cancioncilla surgida del talento y creatividad de una joven que dice algo tan contundente como “quédate en tu puta casa”, además llamando “subnormal” a los que no se quedan. En ella se invita amablemente a todo el que sienta aludido a que seamos responsables y respetemos el confinamiento saliendo de casa lo menos posible. Esa canción se ha convertido en el himno oficioso del confinamiento, y aunque inicialmente se viralizó sobre todo entre los jóvenes, en una cuestión de pocas horas casi todos se sumaron y aplaudieron tan melodioso mensaje.
No he escuchado a nadie que le ponga pegas a esa canción. Sin embargo, creo que es hora de que alguien lo diga: es, de muy mal gusto.
No es sólo el hecho de que me molesten las palabras groseras y malsonantes repetidas hasta la saciedad (soy así de antiguo). No es el hecho de que llame “subnormal” (¡qué sofisticado insulto!) a quien tan simpática muchacha le parezca que no cumple el estado de alarma. Tampoco es el hecho de que el mensaje esconda un tono amenazante, autoritario y lleno de ira entre sus idílicos acordes. Lo que de verdad me asquea es la falta de respeto de la que hace gala y con la que se identifica una gran parte de las generaciones más jóvenes. Me asquea que esa supuesta libertad de expresión prime sobre cualquier otro derecho. Me asquea que se ignore el respeto que todos nos merecemos. La falta de respeto es el mayor problema de convivencia que sufrimos hoy en España y se ha heredado de las carencias de EDUCACIÓN de los jóvenes.
Por supuesto, el mensaje que se quiere transmitir con la canción lleva implícito el argumento de que la falta de respeto la tienen los demás, los que no respetan la cuarentena, los que salen a la calle sin necesidad, los insolidarios. Pero eso no nos da derecho a insultar, a amenazar y a algo mucho peor y que está cada vez más de moda, al juicio popular.
Todos los días nos muestran en programas y redes la multitud de iniciativas dignas de admiración para intentar facilitar y ayudar en esta situación. Vemos cómo la imaginación se desborda para combatir el aburrimiento y la inactividad, y se aplaude la originalidad con el milagroso barómetro que domina hoy nuestras vidas: los “likes” en vídeos y publicaciones. Pero hay otra cara menos amable que nos amenaza, una consecuencia peligrosa de la que muy pocos son conscientes.
En las últimas semanas nuestros balcones, terrazas y ventanas se han convertido también en observatorios sociales y juzgados improvisados. Más que nunca nos estamos erigiendo en jueces de todo lo que vemos en el exterior, algo que antes ni se nos ocurría. Y además dictamos sentencia en plenitud de atrevimiento.
En la Línea de la Concepción unos vecinos desde sus balcones decidieron que los ancianos que trasladaban a su pueblo no tenían derecho a ser alojados en ese municipio porque ponían en riesgo la salud de los residentes del pueblo. Por esa razón se pusieron a gritar e increpar con agresividad a la Policía y a la Guardia Civil que los escoltaban.
Una madre cordobesa que llevaba a su hijo a dar un paseo recibió insultos, gritos pidiendo cárcel para ella e incluso intentos de agresión de vecinos-jueces que les recriminaron que caminara por la calle saltándose el confinamiento, sin saber ni querer saber que su hijo tenia autismo y necesitaba y estaba autorizado a dar ese paseo.
Una mujer en Barcelona fue insultada por vecinos desde el balcón por caminar por la calle en la cuarentena, hasta que tuvo que defenderse de los gritos con un “soy médico y vengo de guardia”, momento en el que el juicio vecinal cambió y tornó su sabia sentencia en vítores y aplausos.
Incluso un valiente muchacho en Canarias hizo apología en las redes sociales de la violenta y solidaria bofetada a mano abierta que le dio a su vecino porque le vio haciendo deporte por la calle cuando no se podia, aprovechando para insultarle en las redes y para reivindicar su gesto ante los internautas enfervorizados como un símbolo de expresión hacia todos los insolidarios. Él, al puro estilo americano, se consideraba un héroe que expresaba el sentir popular.
El linchamiento público no es algo nuevo, y los ejemplos se están multiplicando. Aquí la Ley y los cauces para hacerla cumplir poco tienen que ver, importa nuestra percepción de lo que está bien o mal y en darle una vía de escape a nuestra frustración, aunque nos equivoquemos. No es la primera vez, ni será la última, que nos consideramos en posesión de la verdad absoluta. En situaciones de miedo este hábito se intensifica y se eliminan los filtros que dan forma al orden social.
Desde nuestras casas no sólo estamos luchando contra un virus, siempre ha habido virus, epidemias y, aunque no nos lo parezca, cosas mucho peores que por suerte la mayoría no hemos vivido. Estamos luchando tambien para conservar nuestra capacidad de convivir en sociedad desde el respeto mutuo.
Veremos si somos capaces de ir más allá de aplaudir en los balcones y coser mascarillas. Tengo mis dudas.
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