Antonio y Manuel muestran su agradecimiento a Fatima, la responsable del hostal Euro Dina ubicado en la barriada de Benítez en Ceuta. Ella se ha convertido en su familia en un mundo que se les ha vuelto en contra, ahora más que nunca.
Las historias vitales de Antonio y Manuel pueden ser la de cualquiera de nosotros. La diferencia radica en que un día se torcieron y pasaron de tener un trabajo, una familia y un hogar a no tener nada. Se convirtieron en una especie de juguetes rotos.
Ambos residen en este hostal junto a otros tres españoles más. Cinco personas que representan ese claro vacío que existe en Ceuta, una ciudad que puede gastarse millones en proyectos ambiciosos pero en 2023 no tiene siquiera un albergue y fue incluso capaz de descartar proyectos como el ofrecido por Cruz Roja para reutilizar una de las naves empleadas en la crisis de mayo de 2021 como centro social.
Antonio y Manuel han convertido su vida en un camino común. Ambos compartieron una cabaña en el Monte Hacho. “Eran tres palés y unos plásticos”, confiesan, en donde pasaron “frío” y soportaron “la lluvia constante” haciendo frente a animales que querían colarse en el interior. Un día se la derribaron. Aquella cabaña era su hogar y vieron cómo terminaban con ella en minutos.
Antonio fue trasladado a una de las naves del Tarajal y a Manuel se lo llevaron en una ambulancia al hospital. “Tenía neumonía y covid, me tuvieron cuatro días en la UCI y cuando me desperté no sabía ni dónde estaba”, narra.A Manuel le salvaron la vida en la UCI pero también se la han salvado ahora en el hostal Euro Dina. Confiesa que quería morirse. Enfermo, ha pasado ya por un cáncer, solo le funciona un pulmón, no tiene a nadie y se ve en una habitación de un hostal a donde estos días ya no le llevaban comida. Fatima, la dueña del establecimiento, es algo más que la responsable de su negocio, porque sufre en primera persona por unos huéspedes cuyas vidas se torcieron. No duda en agradecer la rápida intervención de Cruz Roja en la tarde del viernes cuando vinieron a traer ropa de abrigo y alimento a sus huéspedes. Les salvaron la vida, reconoce. Antonio y Manuel charlan con El Faro para contar algo de su periplo. La dignidad nadie se la ha arrebatado todavía. Uno de ellos prefiere que no se le reconozca en las fotos para que su hijo, residente en la península, no sufra al verle. Él le pagó la carrera, no quiere ser ahora un estorbo ni motivo de preocupación.
De las naves del Tarajal pasaron al hostal Dos Mares y de ahí varios de aquellos acogidos del albergue fueron a otros lugares. En el caso de esta pareja, al hostal Dina.
El viernes vinieron de Cruz Roja a traerles comida y mantas porque se morían de frío. No pueden ni lavar la ropa que usan, cuando ya supone algo nada higiénico portarla la tienen que tirar. Este sábado vinieron de Cáritas a llevarles algo de comida y un microondas para calentarla. Antes era Luna Blanca la que, con un convenio con Asuntos Sociales, les llevaba alimento. Pero desde hace unos días dejaron de hacerlo, indicándoles que tenían que ir ellos a recogerla.
Y así, el primer día tras recibir la noticia fue Antonio. Andando llegó hasta Sidi Embarek para volver con un tupper para él y su compañero con una carne que tenía más hueso que alimento. “Ayer”, por el jueves, “no teníamos ni comida, tenemos que estar pidiendo, mendigar”, denuncian. Manuel llegó a advertir a Asuntos Sociales que se pondría en huelga de hambre. Tuvo que dar ese paso para forzar una reacción. Pero él no quiere eso, él quiere ganarse la vida. El sistema como tal no funciona. Es complicado entender que cinco personas tengan que estar en estas condiciones con un operativo de Asuntos Sociales que no es lo eficiente ni rápido que debiera ser. No se dispone de una infraestructura digna para albergar a estas personas a las que prácticamente se les obliga a tener que mendigar para recibir.
Son cinco españoles cuyas vidas se torcieron en un momento y que ahora se ven atrapados en un bucle sin salida. Una madre y su hijo, un discapacitado que estuvo dos años atrapado en Marruecos y estos dos amigos.
“Antes de que me ayuden quiero un trabajo”, resuelve Manuel. Él no quiere que le regalen nada, quiere una oportunidad, sabe conducir todo tipo de vehículos, se ganó la vida de camionero y mecánico, años atrás de militar como todos sus antepasados... Pero lo que funcionaba bien dejó de hacerlo y se quedó en la calle, sin opciones, sin casa, sin dinero y sin una oportunidad.
Antonio y Manuel no quieren caridad, quieren salir adelante, tener una labor. Dicen que nunca se les ha llamado del Plan de Empleo, tampoco les llegan esas famosas ayudas que tanto anuncian los medios de comunicación. La vida les llevó a tener que estar así, metidos en un hostal, representando un cuadro deprimente, terrible, de fractura social absoluta. Son los eslabones rotos de una cadena.
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