La sabiduría popular ya lo dejó plasmado, hace mucho tiempo, en el libro de los refranes españoles: “Jugar con fuego es peligroso juego”. Y mucho más peligroso, añado, cuando pueden quemarse quienes ni siquiera intervinieron en dicho juego.
Durante esta semana se han producido algunos hechos que, según pienso, no son precisamente positivos para Ceuta. Me refiero, en primer lugar, a las declaraciones del Embajador de España en Marruecos, Alberto José Navarro, tinerfeño y Diplomático de carrera, el cual, al ser preguntado sobre cómo podría resolverse la cuestión jurídica existente entre ambos países respecto de Ceuta y Melilla, contestó textualmente, a tenor de lo que dicen las crónicas: “Creo que a través del diálogo. No veo otra forma”.
El Sr. Navarro tiene un muy brillante curriculum, enriquecido de modo singular con varios nombramientos realizados por políticos socialistas, entre ellos el del cargo que ahora desempeña. También es canario, es decir, nacido en un archipiélago que figura incluido en el famoso mapa del Gran Marruecos. ¿Habría contestado lo mismo en el caso de que el entrevistador le hubiese preguntado no solamente por Ceuta y Melilla, sino también por las Islas Canarias?
Cuando todos los Gobiernos españoles –todos, con mayor o menor convicción, pero todos- han repetido una y otra vez que estas dos ciudades son España y que nada hay que dialogar sobre ellas, cuando aquella idea de Hassan II sobre la “célula de reflexión” ha sido repetidamente rechazada de plano por España, hablar ahora de diálogo sobre el futuro de Ceuta y de Melilla parece, con todos los respetos, una grave metedura de pata, máxime si quien así se expresa es nada menos que el Embajador de nuestra Nación en el país que las codicia. No me vale, pues, la explicación dada a posteriori por la portavoz de la Embajada, afirmando, en defensa del Sr. Navarro, que dialogar no es lo mismo que negociar. Según decía Fernando Savater en un artículo publicado en “El País”, se dialoga con los amigos y se negocia con los adversarios. En ambos casos, sin embargo, el fin es el mismo: tratar de llegar a un acuerdo para resolver cualquier diferencia. Marruecos y España son, y deben seguir siendo, países amigos, pero la cuestión de Ceuta y Melilla –y de Canarias- enfrenta irremisiblemente a las dos naciones, al menos mientras siga habiendo pretensiones anexionistas sobre aquellas. Y no creo que ni el Sr. Navarro ni nadie logren convencer a Marruecos para que desista de modo definitivo de tales pretensiones, por mucho que dialogaran.
Por añadidura, en estos días se ha presentado a bombo y platillo en Ceuta un libro, derivado de determinada tesis doctoral, que anuncia para un corto futuro la islamización, aunque no la marroquinización, de esta ciudad. No me cabe la menor duda ni del derecho del autor a exponer sus ideas ni de que cuanto diga en dicha obra ha de ser el fruto de una profunda investigación de carácter sociológico y demográfico, pero pienso que este tipo de asuntos, dada su extrema delicadeza, deben tener una repercusión cuidadosamente limitada a nivel de sesudos especialistas y de responsables políticos, para que los estudien y, en su caso, adopten, las medidas adecuadas al respecto, máxime cuando las conclusiones siempre conllevarán un fondo de subjetivismo más o menos acertado. Ni conviene dar tres cuartos al pregonero, ni tampoco, aunque no sea ese el propósito, influir en el ánimo de toda una población, dividiéndola en dos sectores, el de quienes se supone que pronto serán los ganadores, y el de aquellos que perderán. Ello puede suponer un notable impacto sobre la moral y sobre la propia economía de la ciudad, con muy negativas consecuencias respecto al arraigo de los habitantes con mayores raíces de generaciones en ella, además de provocar un efecto disuasorio sobre potenciales inversiones, así como –Dios no lo quiera- un eventual surgimiento de grupos radicales. Con todos esos efectos, resultaría imposible llegar al objetivo común de crear un sólido tejido productivo en esta tierra, así como los ansiados puestos de trabajo que reduzcan a cifras admisibles nuestro alto índice de desempleo. Más bien todo lo contrario.
Se quiera o no se quiera, la presunta islamización conduciría de modo inexorable a la marroquinización. Además ¿podría islamizarse una ciudad española, en la que rige la libertad religiosa consagrada por la Constitución de 1978? Habría más o menos cristianos, pero sus creencias y las manifestaciones externas de las mismas tendrían que ser respetadas, al igual que el calendario festivo nacional, salvo que alguien en el poder local decidiera saltarse la Carta Magna. Por desgracia, eso sí, no sería el primer caso entre las autonomías de nuestra Nación.
Lo cierto es que si Ceuta cotizara en Bolsa, sus acciones habrían dado estos días un doloroso bajón. Menos mal que la memoria colectiva suele ser bastante olvidadiza. Y, por cierto, aclaro que esta ciudad no fue la primera de España en introducir una celebración religiosa musulmana entre sus días de fiesta. Ese camino lo abrió Melilla.
La compleja sociedad ceutí no puede ser diseccionada como si fuera un simple insecto. Detrás hay una historia, unos sentimientos, una esencias y unos valores que merecen ser respetados y defendidos. Eso creo, al menos. Por favor, que no se juegue con fuego, porque así se puede dañar a Ceuta.
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