Opinión

El jugador

Era un adicto al juego. Al juego de cartas y más concretamente al rey de todos ellos: el Póker. Llevaba sentado en aquella mesa del casino más de cuatro horas y mis pérdidas eran considerables.

Apostaba fuerte y las fichas de mil dólares habían disminuido drásticamente hasta quedar en un exiguo montón.

Como jugador empedernido, siempre esperaba un golpe de suerte para recuperar lo perdido, pero “la suerte” se había tomado libre ese día.

El crupier repartió de nuevo las cartas. Al levantarlas por una esquina, observé que tenía una doble pareja de ases y jotas.

No era una pésima mano, pero necesitaba algo más para no pronunciar la temida palabra: “Paso”.

Me desembaracé de una de las cartas, buscando un trío, a poder ser de ases, pero la carta que escupió el crupier fue un cinco.

La duda estaba servida. Seguir apostando o darme por vencido.

Inesperadamente, una mujer bellísima se acercó a mi silla.

Acercó sus hermosos labios a mi oído y me susurró quedamente:

- Hoy ganarás mucho dinero.

Sin más preámbulos, tocó el mazo de mis cartas y al mirarlas de nuevo, aparecieron dos ases y tres jotas. Joder...tenía un Full. Un inesperado y potente Full de jotas y ases.

Desconcertado y tratando de no dejar relucir mi nerviosismo, solicité a la mesa, fichas por valor de 10.000 dólares.

Era mi oportunidad.

Aposté todas mis fichas y dejé que la mesa desplegara su juego: Trío de Reyes.

Con una gran sonrisa, mostré mi full y el crupier, acercó con su bastón el cúmulo de ganancias que volvía a situarme a flote de mi depauperada economía.

No reparé que la hermosa mujer ya había desaparecido y, a pesar de levantarme la mesa y buscarla desesperadamente por la multitud de jugadores que embotaban el casino, no fui capaz de dar con ella.

Preguntando a los camareros, mientras me tomaba un gin tonic, y la describía, uno de ellos me habló de una leyenda que la concernía y que la describían como “la dama de la suerte”, pero que nadie la había encontrado tras su inesperada aparición.

Nunca la volví a ver, pero siempre que tenía una jugada indecisa, miraba a mi alrededor para encontrar sus bellas facciones.

No es necesario decir que me arruiné, pero siempre recordaré esa boca y ese estilizado dedo, tocando levemente el dorso de unas cartas, que están destinadas a perder.

Ahora sólo juego a las máquinas tragaperras, pero siempre estoy atento a la entrada en el Bar de mi barrio de una mujer elegante, que presione el pulsador que me dará el bote de aquella máquina para perdedores.

P.D. Los ludópatas siempre recurrimos a excusas inverosímiles para continuar jugando.

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