Opinión

Juegos de azar

Cuando se publique este artículo se habrá celebrado el popular sorteo de Navidad de la Lotería Nacional. Unos pocos habrán estado celebrando la suerte que han tenido. Les habrá tocado uno de los algo más de 13.000 premios que se reparten.

Pero el resto, hasta los catorce millones y medio de cupones que se ponen en circulación, solo se estarán lamentando de la poca fortuna que han tenido. Con las cifras anteriores, la probabilidad matemática de recibir un premio en este sorteo es de 13.334 (casos favorables) entre catorce millones y medio de cupones emitidos, que es el resultado de multiplicar 170 series por 85.000 (casos posibles). Por tanto, la probabilidad aproximada de que nos toque el premio gordo será de uno entre catorce millones y medio.

Todo ello dependiendo del número de billetes que se devuelve. En un lenguaje más popular, cuando queremos decirle a alguien que no tiene ninguna posibilidad de algo, le indicamos que sólo tiene una posibilidad entre un millón. Y si esto ya es una cifra demasiado pequeña para que ocurra algo, cuando la posibilidad es entre catorce millones y medio, la probabilidad se reduce drásticamente. Pese a ello, casi todos seguiremos jugando, año tras año, a la lotería nacional y a otros juegos de azar. ¡Y si nos toca!.

Es lo que siempre se dice. A finales de la década de los setenta del pasado siglo, con algunos años menos, me incorporaba como empleado público en una Agencia del antiguo Instituto Nacional de Previsión, en una lejana localidad al norte de la provincia de Granada, tras haber superado una difícil y reñida oposición.

La necesidad apretaba y yo me esforcé mucho para conseguirla. Teníamos un hijo recién nacido al que alimentar. Entonces yo no creía en los juegos de azar. Mi oposición era radical. Pensaba que era una forma de engañar al pueblo sencillo para que siguiera viviendo de ilusiones.

De la misma forma, tampoco creía la promesa de la existencia de una vida mejor después de la muerte. Entendía que la vía más segura para una vida mejor era la revolución y el reparto de la riqueza entre todos en esta vida. Un familiar mío lo expresaba de una forma más práctica y menos revolucionaria. Sobrino, me decía, la mejor lotería es el trabajo y la economía.

Con mi oposición recién aprobada, tenía la sensación de que, realmente, me había tocado la lotería. Esto reforzaba aún más mi oposición a los juegos de azar. Sin embargo, ocurrió algo que me hizo reflexionar. A la Agencia en la que trabajaba iba todas las semanas un lotero a vender la lotería a los empleados de esta. Todos compraban el mismo número. Yo no participaba, aunque tampoco hacía proselitismo de mi posición.

En esa ocasión el lotero me insistió. Incluso me ofreció la posibilidad de darme el cupón fiado, si es que no tenía dinero. Mi respuesta fue la misma. No era cuestión de dinero, sino de principios. Y no compré. El azar y la suerte quisieron que el número allí vendido a casi todos mis compañeros fuera agraciado con el primer premio. Evidentemente, la alegría de los empleados fue inmensa. No por las cantidades que recibieron, que eran pequeñas, porque no participaban más que en un cupón.

Pero sí por los “agujeros” que pudieron tapar en sus deudas familiares. Yo también lo hubiera hecho. Estábamos empezando y, como todos, teníamos préstamos bancarios que atender. Pero mi persistencia en no participar en lo que consideraba un engaño, me hizo perder la posibilidad de remediar algo mi situación económica algo precaria. Aunque no me arrepiento de lo que hice, sí me siento algo culpable de haber privado a mi familia de una ligera mejora en nuestra economía. El paso de los años me ha ido formando una opinión algo distinta.

Aunque sigo pensando que los juegos de azar son un engaño, sin embargo, participo en algunos. Por ejemplo, en los cupones de la ONCE. Su labor social me parece una labor importante. Y en los numero de la lotería de Navidad y el Niño. Mención aparte del discurso sobre el destino que da el Gobierno a la recaudación, no quisiera yo que volviera tocar el premio a mis compañeros de trabajo y que me quedara, nuevamente, sin él.

La suerte no llama dos veces a la misma puerta, dicen, pero, por si acaso, ahora participo en algunos sorteos. Aunque pensando racionalmente, la probabilidad de que te toque el premio mayor es bajísima, casi cero, sin embargo, te puede tocar.

Y siempre hay “agujeros” que seguir tapando en la economía familiar. De cualquier forma, desde aquellos años, mucho han cambiado las cosas. A lo largo de los mismos he podido ver a familiares y amigos que han tenido la suerte de ser agraciados con algún premio. No se han hecho millonarios, pero han podido, por ejemplo, hacer el viaje en el que siempre soñaron, o ayudar a algún hijo a salir de apuros. Hay miles de historias entrañables que podíamos contar. No se trata de eso. Tampoco de hacer propaganda de los juegos de azar.

Pero sí he de reconocer que la ilusión es necesaria para la vida. Aunque sea por un día, escuchando las voces de los niños del Colegio de San Ildefonso cantando los premios de la lotería de Navidad, y recordando a los que ya no están, pero que, hasta el último de sus días en este mundo, vivieron con la esperanza de que algún premio de las loterías en las que ellos participaban les iba a servir para ayudar a sus hijos y nietos. Muchas felicidades a todos los lectores en estas fiestas y mucha suerte.

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