Opinión

Jubilación tranquila

Los días posteriores a mi jubilación a los 65 años, tuve sensaciones extrañas. Mi primera reacción fue quedarme fijo mirándome al espejo para intentar descubrir en mi cuerpo los signos de la vejez que me habían hecho merecedor de pasar a esta condición. Me resistía a reconocerlos. Luego pensé en las cosas nuevas que podría hacer y también en aquellas otras actividades desagradables que mi nueva condición me permitiría no hacer. Pero nada. No se me ocurría nada. En realidad, no asumía mi nueva situación. No me la creía.
Pocos días después comencé a tener algunas pesadillas extrañas, que en principio achaqué a alguna mala digestión, aunque también me ocurrieron, incluso, cuando me acostaba sin cenar. La primera de estas pesadillas me llegó en forma de una llamada que me hacía mi antiguo jefe en la Administración. Me advertía que mi pensión había sido retenida y que debía volver a mi anterior puesto de trabajo, pues el mismo permanecía vacante desde que yo lo dejé por no haber podido encontrar repuesto.

"Todo esto se lo contaba a mis compañeras y compañeros del departamento, en una agradable cena de despedida que nos dieron a los últimos tres profesores jubilados del mismo"

Por la mañana, cuando comprobé que todo era un mal sueño, pude respirar tranquilo. Me fui a hacer deporte. Sin embargo, contra todo pronóstico, días después volví a tener otra de estas pesadillas. En este caso me llamaba mi jefe de Departamento en la Universidad. Me increpaba por haberme jubilado antes de tiempo y haberlos dejado a ellos asumiendo el peso de todos los créditos de las asignaturas en las que yo impartía docencia. Y me aconsejó que volviera a dar clases, si no quería tener problemas serios con mi pensión.
Todo esto se lo contaba a mis compañeras y compañeros del departamento, en una agradable cena de despedida que nos dieron a los últimos tres profesores jubilados del mismo. Entre bromas y emociones a flor de piel, por las experiencias vividas juntos en nuestra actividad docente, y ya un poco entonados por los vinos compartidos, les hablé de otros pequeños secretos de mi vida, de forma rápida, para no cansar, que me dieron pie a explicar la interpretación que yo tenía de estas pesadillas que me habían causado cierta preocupación.
Cuando me licencié en Ciencias Económicas, allá por el año 1987, tuve una experiencia similar. Una noche me levanté sobresaltado porque soñaba que el Rector de la Universidad me llamaba muy enfadado y me ordenaba que devolviera el título que me habían dado, porque habían descubierto que el acta de la última asignatura de la carrera no había llegado. La explicación a este mal sueño era muy simple. Esta licenciatura la tuve que realizar compaginando estudios y trabajo, y en junio me quedó una sola asignatura. En septiembre me examiné, pero el profesor tardó muchísimo tiempo en corregir y en comunicarme la nota. Esto me produjo un sentimiento de inseguridad respecto a mi titulación, que me duró varios meses.

"Ante ello, les argumenté a mis colegas que yo había detectado tres situaciones distintas vividas por amigos y conocidos"

Pero la explicación respecto a los malos sueños después de mi jubilación era algo más compleja. Como expliqué ya en otro artículo anterior, el psicólogo positivista Seligman distingue dos fuentes de la felicidad, a saber, el placer y el sentido que da a la vida un determinado compromiso. En el primer caso, la felicidad acaba cuando acaba el placer. En el segundo caso, la felicidad perdura todo lo que perdure el propio compromiso. Creo que este segundo camino es lo mejor para conseguir el objetivo señalado de vivir una vida intensa. Este es el problema. Cuando te jubilas, a veces, te invade un sentimiento de falta de compromiso laboral, que si no sabes compensarlo con un nuevo compromiso, te puede llevar a una situación muy perjudicial. Mi problema era que no aceptaba que había llegado la hora de mi jubilación.
Ante ello, les argumenté a mis colegas que yo había detectado tres situaciones distintas vividas por amigos y conocidos. La primera era la de aquellos que había dedicado toda su vida solo a trabajar. No habían tenido otros objetivos en la vida. Cuando se les acababa el trabajo, les invadía una situación depresiva, que si no era tratada, los podía llevar a la tumba. Conozco algunos casos. La segunda era la de los que, aun habiendo tenido otros objetivos en la vida, habían sido muy activos en todo. Al llegar a la jubilación, cubrían el hueco con mayor trabajo y compromiso. Hasta llegar a la extenuación. Es lo que dicen muchos al preguntarles cómo les va de jubilados. ¡Con mucho más trabajo que antes!, nos confiesan. Pero esta situación también es peligrosa, pues si no eres consciente de tus limitaciones y de tu edad, la hiperactividad te puede pasar factura pronto. También conozco casos de amigos que no han durado mucho en esta vida por esta circunstancia.
La tercera es la que yo llamo de la jubilación tranquila. Para mí la ideal. Es la de aquellos que asumen su nueva situación y adquieren nuevos compromisos, pero siempre acorde a sus limitaciones. Es mi caso, creo. He conseguido que mis colegas de Departamento y mi Universidad, me admitan como colaborador extraordinario unos años más, que me permitirá seguir ligado a la actividad docente, pero de forma muy tranquila y con muy pocas clases y alumnos. También me facilitará abordar proyectos de investigación y publicaciones, pero sin el agobio y el corsé que imponen las revistas científicas cuando has de acumular méritos. Y todo esto me ayudará a ir planteándome otras actividades políticas y sociales que ayuden a los demás. Pero todo hecho desde la libertad que te permite una situación menos encorsetada y dependiente.
Es lo que le agradecí a mis colegas por haberme permitido seguir con ellos de forma tranquila. Y sobre todo les pedí que continuaran admitiéndome de esta forma, pues pronto tendrían que volver a pronunciarse sobre mi continuidad en esta situación unos años más, disfrutando de su compañía, participando en sus investigaciones y comprometiéndome de forma tranquila en las actividades docentes que se organizan. Es algo que se agradece a esta edad.

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