Categorías: Colaboraciones

Juan Díaz, escritor ceutí

Gracias a la generosidad y gentileza de una amiga ceutí, la escritora María Manuela Dolón, han llegado hasta mí dos libros de Juan Díaz Fernández (1925-1996), escritor y docente que, aunque nacido en Tetuán, vivió la mayor parte de su existencia en la ciudad de Ceuta. Murió inesperadamente en un hospital de Málaga, pero sus restos fueron llevados a Ceuta y allí reposan.
Al terminar la lectura de estos dos libros, uno integrado por una antología de artículos periodísticos y el otro por una colección de relatos, en seguida me he hecho la pregunta que sin duda ya se han formulado otros muchos lectores: ¿Cómo puede ser que, fuera de Ceuta, este escritor sea casi un desconocido? La  respuesta a esta pregunta, más que a la obra de Juan Díaz, toda ella impecable y escrita con un estilo suelto y extraordinariamente atractivo, me parece que hay que buscarla en las características de este país: España, en cuestiones literarias, es un ente centralista y todo lo que no pasa por Madrid –o en todo caso Barcelona-, queda marginado y, en consecuencia, irremisiblemente condenado al olvido total. Una marginación y olvido que en este caso no pueden ser más injustos.
En ambos libros  Juan Díaz se nos muestra como un hombre culto, lúcido, sensible, humanista, muy amigo de sus amigos –entre los cuales hay que incluir también animales y plantas-, extraordinariamente pacifista y muy vinculado al tiempo y lugar que le tocó vivir. Por si todo esto fuera poco, para que nada le falte, también habría que añadir a todo esto, una gota de “chauvinismo” (pido perdón al lector por el galicismo), que se advierte sobre todo en su obra “Torre del Faro”. No se alarmen sus admiradores. A mi entender al chauvinismo (otra vez pido perdón por el galicismo) le ocurre como al colesterol –hay uno bueno y otro malo- y, para fortuna de Juan Díaz, el suyo es el bueno, el que deberíamos tener todas las personas honradas. Se verá mejor con dos ejemplos.
El primero, se basa en una experiencia personal. La resumo: un día cualquiera, al salir a la calle, me encuentro con un conocido. Me paro, lo saludo y, disimulando mis intenciones, saco a colación el tema de Granada. Aún no llevamos dos minutos de conversación cuando mi interlocutor ya ha soltado la frase que esperaba: “Granada es la ciudad más bonita del mundo”. Inmediatamente le formulo la pregunta que es fácil imaginar: “Pero, ¿ha visitado usted todas las ciudades del mundo?”. Ha bastado mi pregunta para que el buen hombre cambie su afirmación y, en lugar de “la ciudad más bonita del mundo”, ahora se limite a decir: “Una de las ciudades más bonitas del mundo”. Aún me atrevo a formularle otra pregunta: ¿Cree usted que el Zaidín es uno de los barrios más bonitos del mundo? Ante tal osadía el buen hombre se marcha sin decirme siquiera adiós.
Para el segundo ejemplo me basta con una cita de Juan Díaz. Hela aquí: “En Ceuta se nace también y se tiene enterrados a los padres, a los abuelos y a los bisabuelos, que es tanto como hundir las raíces en la tierra que el destino preparó para cada uno. En Ceuta se crece y se sueña y se tiene el primer amor y se crea un hogar y se tienen unos hijos y se va uno dejando la vida envejeciendo poco a poco.”
Suficiente para que el lector vea la diferencia entre chauvinismo de pacotilla, que sólo se alimenta de la rutina y la ignorancia, y el que, sin la menor alusión a las bellezas del lugar, hunde sus raíces en la tierra y en las lejanías de la Historia. Es éste último el que aquí, allá y acullá, es posible encontrar en las páginas de Juan Díaz. Denostar tal posición del escritor sería una auténtica mezquindad, elogiarla no es más que hacerle justicia.
Hora es, después de la pequeña introducción realizada, de entrar en los dos libros de Juan Díaz.
El primero de estos libros se titula simplemente “Relatos” y lo integran, a más de un sustancioso prólogo de José Ramón Torres Gil, (ignoro si se trata de un lejanísimo pariente), seis narraciones, escritas en distintos momentos de la vida de nuestro autor, pero todas anteriores al año 1987, fecha de la publicación del libro. El propio escritor, en una breve nota que sigue al mencionado prólogo y precede a las seis narraciones, nos informa que todas ellas están basadas en hechos reales, recreados por su propia fantasía. La suma de esa realidad y fantasía da un resultado armónico y de una gran calidad narrativa, en la que no faltan, aquí y allá, el destello lírico ni la pincelada colorista. No me extrañaría que en su intimidad, una intimidad que desconozco totalmente, Juan Díaz también haya practicado la poesía y la pintura, Hay páginas que rozan la prosa poética y otras que son auténticos cuadros impresionistas.
Otra característica muy llamativa de Juan Díaz es el uso -o acaso abuso- de lo que podríamos llamar “narración interrupta”, algo que en tiempos pasados ya practicaron, entre otros, Cervantes. Recordemos la escena de don Quijote y el vizcaíno, ambos con las espadas levantadas dispuestos a despedazarse, pero, al instante, el punto final del capítulo los convierte en estatuas. Será varios capítulos después cuando conoceremos el final de la aventura. En el caso de Juan Díaz la súbita interrupción del relato obliga a la participación del lector; el cual, por más que le pese y quiera mantenerse al margen, tendrá que buscar un final o llenar con su imaginación la escena que el escritor ha saltado.
Especialmente interesantes son para mi gusto dos de los relatos de esta obra. Me refiero al primero y tercero del libro. Sus títulos son: “Frasco, uno más o uno menos” y “A través de la mira telescópica”. En ambos relatos nuestro autor evidencia su espíritu pacifista y la guerra aparece como el mayor de los males que le pueden aquejar al hombre. Huelga añadir que, si todas las guerras son malas, ninguna lo es tanto como una guerra civil, en la que muy bien puede darse la monstruosidad de que un hermano dispare a su propio hermano o un padre a su hijo. En este punto llama la atención la imparcialidad de Juan Díaz, que en ningún momento de ninguno de estos dos relatos mencionados inclina el fiel de su balanza hacia unos ni otros. Ni siquiera es posible encontrar las palabras republicanos ni fascistas. Cabe formularle una pregunta que también es un reproche: ¿Se puede ser imparcial ante quien se rebela contra el régimen que ha elegido libremente en las urnas el pueblo español, trama un golpe de estado que, una vez fracasado, deriva en guerra civil, a la que sigue una dictadura de ribetes fascistas de cuarenta años? Es la pregunta que sin duda más de un lector ya se habrá formulado.
Los otros relatos de este libro completan la personalidad del autor. A través de ellos vamos descubriendo otros recovecos de su interior: su amor a la libertad, su sentido de solidaridad, su enamoramiento del mar y sus infinidades, su contagioso dolor ante el dolor de los que sufren y luchan… Cada uno de ellos daría para escribir un artículo.
El otro libro lo integran una selección artículos, -cincuenta y uno, si no he contado mal-, la mayor parte publicados en “El Faro” de Ceuta,  -no en balde el primero de ellos se titula “El Faro y yo”-, aunque también hay otros que proceden de otras fuentes.
Hablar de cada uno de estos artículos sería el cuento de nunca acabar y posiblemente daría para otro libro tan voluminoso como el que ahora tengo en las manos. Ésta es la razón que me va a obligar a ceñirme tan sólo a los artículos que más me han llamado la atención –los que más me han impactado, como dicen ahora los modernos-, dejando todos los otros en un segundo plano, que en modo alguno significa olvido. Confieso al lector que mi selección va a ser extremadamente subjetiva -¿cuál no lo es?-, y sin otros criterios justificantes que mis gustos y antojos. Formulada la advertencia, paso al estudio de los artículos seleccionados.
El primero es el ya mencionado “El Faro y yo”. La razón es obvia: este artículo, a pesar de su brevedad, nos cuenta un retazo de la vida de Juan Díaz, que a su vez es un retazo de la historia de “El Faro” y de la historia de Ceuta. Cualquier estudiante que quiera hacer una tesis sobre el periodismo en Ceuta en los últimos cincuenta años, necesariamente tendrá que ir a él. Lo mismo el que quiera contar la intrahistoria –si aceptamos el término acuñado por Unamuno-  de la ciudad. Desde el punto de vista personal me ha conmovido la primera visita del joven Juan Díaz al periódico y su entrevista con el redactor Simón de Rodas, porque se parece enormemente a la que yo tuve en Granada, con poco más de veinte años, con José María Bugella, un periodista de enorme valía. Quién que haya colaborado más o menos en la prensa, ¿ no guardará en su mente una historia parecida?
Otro artículo que me parece oportuno señalar es el titulado “Requien por un árbol”, en el que Juan Díaz pone de manifiesto su espíritu ecologista, pero, ¡ay!, se queda a mitad de camino. Después de cantar la hermosura del árbol talado, un “ficus nítida”, y hablarnos de la belleza del ejemplar abatido, añade: “No se me ocurre culpar a nadie”. ¿Cómo? –se preguntará todo lector de esta página-, las sierras y las hachas, ¿han caído acaso del cielo? ¿Nadie envió a los hombres a que hicieran el trabajo? Unas líneas más arriba o más abajo, Juan Díaz nos dice que el árbol ha sido “guillotinado porque estorbaba a otro bloque de cemento y hormigón”. ¿Cómo, después de decirnos esto, puede añadir que no hay culpables? Está clarísimo que el primer culpable es el especulador y el segundo la autoridad que, comprada por el primero, deja hacer y hace la vista gorda. La connivencia de ambos ha dejado el paisaje que ya conocemos en las ciudades de España. El caso de Ceuta sólo es uno más entre los miles y miles que todos conocemos. El columnista cierra los ojos ante el verdadero problema y hace suya la consigna del ministro Fraga Iribarne –ahora Fraga, a secas- relativa a la autocensura. No es éste el único artículo en el que se percibe una personal contención, un decidido deseo de jamás molestar a los poderes fácticos que rigen el país. Esto me hace pensar que, de haber vivido en un ambiente de libertad total, algo que sólo disfrutó muy al final de sus días, Juan Díaz hubiera dado muchísimo más de sí.
A pesar de los pesares este libro, al igual que el anterior, tiene un evidente interés. Un interés que, en la mayoría de los artículos, sobrepasa los estrechos límites de la ciudad de Ceuta. Incluso en los casos en que el autor se limita a un acontecimiento o personaje local, el tratamiento que nuestro autor suele infundirle es casi siempre universal. En todo el libro predomina el tema del hombre, sus amores, dolencias, mezquindades y contradicciones, lo que, unido a un estilo impecable, nimba de universalidad estos artículos. Con este merecidísimo piropo pongo punto final a este trabajo sobre Juan Díaz Fernández.

*Francisco Gil Craviotto - Escritor y miembro de la Academia de las Buenas Letras de Granada

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