La culpa es mía: Need for Speed

En pleno bajón post temporada alta el cine pone su vista en propuestas menos virtuosas en lo artístico, lo que no siempre quiere decir carentes de interés, pero lo que sí resulta una evidencia es que cuesta cada vez más (nos vamos acercando peligrosamente al verano) seleccionar películas que uno pueda recomendar sin reparos.

Fruto de dicha sequía y ante la necesidad de un humilde servidor de no faltar a su cita con estas líneas, mis huesos han dado tras enajenación transitoria con nada más y nada menos que Need for Speed, la descacharrante cinta que adapta casi al pie de la letra el archifamoso videojuego homónimo de conducción más que temeraria, violencia más que gratuita y argumento más que inexistente. Con estos mimbres, el cesto no puede ser muy consistente y, así las cosas, nos encontramos a unos tipos muy machos y muy duros cuya vida es la mecánica y la velocidad, con coches tan molones como ellos mismos y haciendo apología del “viva la vida sin complejos e inhibiciones, y si hay que atropellar transeúntes, no pasa nada” (absténganse miembros de la DGT, cuerpos de seguridad o simples personas con más de medio dedo de cerebro). La complejísima historia riza el rizo con un malo de esos que parecen tener como única motivación una carcajada malévola que les inspira por las noches a hacer el canalla porque alguien tiene que dar la réplica (Dominic Cooper, que a gusto se habrá quedado con su paso por este proyecto) y un maníaco expiloto rico, Michael Keaton (quién diría que un día fuiste Batman, muchachote…) que ahora entretiene su insípida vida organizando carreras ilegales de coches trucados para suicidas que no participan por el premio millonario, sino por venganza con música estruendosa a ratos, sensiblera sin motivo también a ratos.
 ¿Falta algo para cumplir el canon de cine de género (malo) que se precie? Veamos… Chica florero que está allí para adornar el cartel promocional y nadie lo esconde, protagonista que hace lo que puede con lo que tiene, que es nada (Aaron Paul, más conocido por ser Jesse en la gloriosa serie Breaking Bad) e iluminación pésima.
Puestas todas las cartas encima de la mesa, entenderán mi estupefacción ante el injusto olvido de Hollywood con respecto a esta obra del semidesconocido (y así seguirá por este camino) Scott Waugh en la ceremonia de los Oscar (permítaseme la ironía resentida por haber perdido ¡más de dos horas! de mi vida en el evento). Pero qué diablos podía pedirle a un intento de seguir la estela de The Fast and the Furious, basado en un videojuego de velocidad y atropellos. La culpa es mía, que soy un melón, por atreverme a digerirla sin antiácido…

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