Colaboraciones

Buen viaje hacia las estrellas

Hoy falleció mi amigo José Manuel. Me llamaron a las 4 de la tarde para darme la noticia.

Había decidido no luchar con la muerte, se resistió a someterse a la quimio y a la radio para tratar la leucemia que le habían diagnosticado. Alguna vez lo acompañé a Valencia; cada tres meses se sometía a todo tipo de pruebas para ver cómo andaba de plaquetas y de otros componentes que el hematólogo analizaba de arriba a abajo.

La última vez le dijeron que tendría que ingresar en el hospital, no había otra opción que luchar contra la enfermedad de una manera invasiva y a la desesperada.

Mi amigo decidió rendirse; pero no fue una rendición al uso del que se siente vencido, del que tira la toalla estando seguro que no podrá superar la derrota. No era su caso.

Conocía José Manuel hace muchísimos años, se casó con una buena amiga y entró en mi vida como una especie de luz que te hace pensar, meditar sobre asuntos que habían pasado desapercibidos, sobre historias y formas de ver las cosas trascendiendo a lo intangible, rodeando lo inaccesible de la conciencia.

Todos lo quieríamos, su forma de ser trasmitía paz, sosiego, bondad a raudales. Defendía sus tesis sin querer convencer a nadie, sin querer llevar la razón, sin menospreciar otros argumentos: él nos hablaba de sus emociones cuando oía música, cuando veía películas, cuando contaba anécdotas y sacaba conclusiones sobre lo que le había sucedido.

Mi amigo regentaba un puesto de aceitunas heredado de su mujer, Loli, amiga desde la época del instituto, Loli falleció de ELA apenas hace un año. Aquella tienda se remontaba a más de 70 años, era un puestecillo en el mercado conocido en todo el pueblo.

Con los tiempos de la especulación el mercado cerro sus puertas pero José Manuel y otros comerciantes resistieron la decisión del cierre hasta última hora.

Hace unos años el negocio volvió a abrir, esta vez ya convertido en tienda pero con el mismo nombre "ACEITUNAS LOLI Y JOSE".

Para él, aquel trabajo era un refugio en el que llenaba su espacio entre encurtidos de todo tipo que disimulaban un rictus de tristeza sabiendo que lo que sucede de alguna manera ya está escrito; conectarse con otras dimensiones era una tarea personal a la que cada uno llegaría por su cuenta.

La tienda se convirtió para muchos clientes en una especie de confesionario o en un monólogo de las personas que allí acudían, pues rara vez él intervenía. Se limitaba a escuchar a gentes diferentes con distintos problemas y distintas circunstancias. Siempre mantuvo un gesto amable aunque escondía tanto sus emociones que, sólo los que lo conocíamos, podíamos intuir su estado de ánimo.

Tuvo una época hippie militando en movimientos contraculturales y alternativos. Cuando lo conocí estaba interesado en las cartas astrales; pasaba horas y horas desentrañando lo que las estrellas nos contaban. Nunca entendí ese lenguaje pero ponía tanta pasión que acercarte a él suponía todo una lección de tratados mágicos, filosóficos y metafísicos.

En los últimos años tenía obsesión por el karma, por el peso del cuerpo dolor del que habría que liberarse y por las manifestaciones de la muerte y lo ridículo que es tener un plan de fuga con la parca; allí estaría, esperándote en todos los lados.

Le prologué su libro virtual que escribió utilizando el estilo literario del haiku japononés, reflexiones cortas y profundas de prosa poética.

Todo eran reflexiones sobre la muerte, sobre la necrópolis y la acrópolis, sobre los fantasmas y monstruos de una sociedad que olvida la nada que seremos.

Hace pocos días me despedí de él, le dije que nos veríamos, que me esperara de nuevo en verano.

No aceptó ningún medicamento, paulatinamente dejó de comer, se alimentaba de melodías llenas de mantras que seguía con una voz apagada y tenue.

Mi amigo, mi compañero, mi filósofo de tantos días entre aceitunas.

Su legado es intangible, es el peso de la paja, una levedad del Ser que percibimos en silencio y con los ojos cerrados.

Buen viaje hacia las estrellas, hacia los confines del universo.

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