José Luis, era un niño diferente a nosotros, la sensibilidad y la inteligencia le caracterizaban. Yo nunca había conocido a un niño como él; era sólo algunos años mayor que yo, y sin embargo para mí significaba la otra orilla del conocimiento. Yo pensaba que todo el saber se encontraba en él, y por tanto estaba en posesión de la verdad. No era como los otros niños, él estaba dotado de una rara sensibilidad que le hacia distinguirse de los demás. Yo diría que la poesía se adentraba en él de forma natural, de igual manera que los caminos intricados se adentran en el bosque y se pierden entre su maleza. José Luis, tenía alma de poeta y su brillo me aturdía hasta tal punto, que yo montaraz y arisco por naturaleza, no tenía más remedio que doblegarme a su superior sensatez y cordura. Lo sutil, lo delicado, lo que no tiene nombre, estaba siempre de su parte, y yo, su pequeño aprendiz, no podía, gustoso, sino certificar su veracidad… Sus palabras siempre decían lo justo y de la mejor manera posible. Él era un poeta en todo el sentido de la palabra y yo aprendí por primera vez, que los poetas no sólo estaban en los textos, sino que ahí, en la balaustrada del segundo pabellón existía un poeta en igual concordancia que los anunciados en las páginas de mis libros.
Algunas noches de verano hablábamos, junto al rastrillo de mi puerta, hasta altas horas de la madrugada. Esta costumbre ya siempre nos acompañaría en los siguientes años de la empinada cuesta de la adolescencia; y aún hoy recuerdo aquellas pláticas con un sentimiento a la vez de nostalgia y de inocencia, que me hace añorarlos y desearlos de tal manera, que inevitablemente me transportan a aquellos instantes donde todo el universo estaba por conocer…
Palabras, palabras, palabras… La noche estrellada, constelada… donde los astros giran y gira desde tiempo inmemorial en sus orbitas elípticas con la precisión matemática de lo mejores relojes suizos de la época… Y nosotros, junto a mi puerta, junto al rastrillo de madera adornado con esparragueras, geranios y jazmines de Fina; hablando, soñando, ensimismados en descubrir los secretos que la noche y el cosmos guardan para sí mismos…. ¡Qué insensatez la nuestra, querer arrebatarle a la hora prima que cantaban los serenos y a los espacios infinitos la verdad de su creación y de existencia!
José Luis, hablaba dejando que las palabras, como pompas de jabón, se sostuvieran sutiles en el aire y después, al estallar súbitamente, te golpeasen en las sienes anunciando su verdadero significado que hasta ahora de tanto repetirlas había olvidado. Él, después de cada frase, para dar más énfasis, gesticulaba con su dedo índice y pulgar una especie de acotación, de cálculo, de medida indescifrable… que añadía fortaleza a la argumentación de su pensamiento. Arriba y abajo movía la pequeña medida de sus dedos, como señalando, igual que una veleta señala los vientos, la incuestionable dirección que habría de tomar el sentido de sus palabras.
José Luis*, hace tantos años que no sé de ti, que no hablamos, que no sé ya si aquellas noches en que nuestra inteligencia se moldeaba en el yunque de la «parepateia», a golpes de ideas y de sentimientos fueron realidad, o quizás sólo sueños de mi mente algo extraviada por el abrazo amable de la nostalgia. Hace tantos años que ya he perdido la memoria, y sólo tu nombre como un cartel luminoso que se enciende y se apaga a intervalos, se me acerca entre un rumor de recuerdos y casi como una ráfaga de un viento susurrante me pronuncia que sólo fueron sueños; pero que, al cabo, sin embargo, entre los sueños, olvidados, perdidos, abandonados a su suerte, se encontraban aquellas horas nuestras donde cada palabra era una aventura por descubrir…
Y la noche sigue, estrellada, constelada… donde los astros giran y giran desde tiempo inmemorial. Y tú, moviendo tus dedos índice y pulgar con la medida de siempre, dirás:
-El Universo, el cosmos, siempre permanecen, y en cambio, nosotros vamos cambiando cada segundo, cada minuto, cada hora, hasta olvidarnos, alcanzado el sosiego, de quienes somos y cual fue nuestro nombre…
(*) José Luis, se graduó en la Normal de Magisterio de Ceuta y ejerció de maestro en Barbate, donde tuve la fortuna de ir a visitarlo dando las lecciones a sus sencillos alumnos de este pueblo del litoral gaditano. Más tarde se trasladó a la ciudad de Málaga donde se licenció en Pedagogía, desarrollando otras labores en la Enseñanza Pública en diferentes equipos pedagógicos.
En la actualidad, continúa residiendo en Málaga, y ocupa su tiempo en una actividad literaria llena de sensibilidad como es la poesía, de la que ya ha escrito varios poemarios, que incluyen el recuerdo y el amor por nuestra noble ciudad de Ceuta, a la que siempre tiene dedicado hermosos versos…
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