Opinión

Jesús resucita al hijo de la viuda de Naim

La guerra de Siria se ha hecho endémica, y el mundo me parece un gran campo de concentración por el Oriente Medio. Temo que muchos gobernantes se vuelvan locos y hagan de la tierra un caos. Y es que da la sensación de que el ser humano que fue creado a imagen y semejanza de Dios, ya no es lo que era, porque se han perdido por el camino los valores y los sentimientos que nos deben caracterizar: el compromiso, la caridad, la entrega... Se vuelve la vista a otro lado y el hombre se convierte en un gran témpano de hielo”, me comentaba Myriam precisamente en los días en que pasaba Pesah, la Pascua judía, con mucha paz. A los jóvenes amigos octogenarios de la cafetería les había llevado un regalito, que en su sorpresa porque no lo esperaban, le dieron las gracias muy efusivamente. Ella les explicó como una perfecta rabaní, el significado verdadero de esta Fiesta, y ellos se congratulaban de la sapiencia de Myriam, pues ellos no tuvieron la suerte en su juventud europea de vivir un ambiente de educación religiosa trascendental. Ragel, una amiga del grupo, recordó entonces cómo se había salvado en los tiempos de la choá, cuando a ella la metieron en un pozo ciego, para que allí se muriera de miedo y de hambre, se salvó gracias a sus tenues y lastimeros quejidos, que oyeron una familia de campesinos y que vivían en aquella selva. Yo estaba de acuerdo con ella en sus reflexiones, y le agregaba que mis sentimientos estaban confusos, veía a mi país como un enorme estercolero, y no era bueno tener pensamientos tan funestos. Los que nos habían gobernado, nos engañaron como a bobos, sólo se interesaron en su enriquecimiento personal, dejando tirados en la cuneta a ancianos muy necesitados de ayuda, a jóvenes sin futuro, a familias cargadas de deudas y sin recursos... “Es muy penosa la situación que tenemos, pues influye en el día a día de nuestra sociedad, que no vive su vida en las condiciones normales para la consecución de paz y felicidad entre unos y otros, cuando precisamente nos necesitamos todos y debemos empujar a la sociedad entre juntos, para que el progreso continúe”, le dije. Me recordó Myriam cómo Sarah, su vecina con esquizofrenia, le salvó la vida, hacía ahora dos años. Ella se sintió morir, abrió la puerta de su casa, bajaba Sarah, entró y la vio inconsciente en el sillón, pensando que ya estaba muerta. Llamó a la ambulancia y vinieron rápido, eso la salvó, por lo que celebramos alegres su segundo cumpleaños. Fue un injerto de aorta, que lo hizo un joven cirujano recién llegado de América, y compañero de su hijo en el colegio, todo un milagro. “Baruj hachem es lo que digo a cada instante.” Había ido de excursión con el Sindicato hasta las fronteras del Líbano, un lugar hermoso y bien cuidado, con hospitales llenos de sirios a los que ayudan a diario. “Otro día nos llevarán a Nazaret y Jerusalem, para visitas y compras y ya estamos deseando.” Cheer, su nieta, estaba muy contenta, había estado de excursión en un Kibbutz con su colegio, por el Galil. Se levantaban temprano para dar de comer a los animalitos de la granja, y luego iban a recoger los huevos recién puestos de las gallinas que allí se crían... Es hermoso contemplar al Grupo Apostólico cuando ya han dejado las barcas y caminan por un lugar agreste, en silencio, siguiendo al Maestro. La primavera rebosa salud silvestre y Jesús parece feliz al conducir Su mirada por unas tierras que el hombre no ha llegado a pisar. Los demás se encuentran tan cansados que no muestran ganas de admirarse ante tan singular belleza natural. Juan y Zelote se unen al Señor en la contemplación. Un halcón sobrevuela con un pez plateado en el pico, y todos se alegran un poco ante la inesperada escena. Algunos se quejan porque esos lugares tan inhóspitos son difíciles de pisar, por la cantidad de zarzas con espinas, y hojarascas. “Amigos, estoy triste y hastiado. Necesito buscar consuelo en vosotros”, dice Jesús. “Tienes razón, Maestro”, le responde Pedro, que se preocupa tanto por el Señor, comprendiendo Su reproche triste, aunque dulce. Le pide perdón por ser tan necios. “No nos hagas caso, que sin Ti no seríamos nada”, y todos están de acuerdo con las apreciaciones del Apóstol. Dice el Maestro que van a Jerusalem para celebrar la Pascua, y como deben ir por caminos desconocidos para evitar ser vistos, aprovecharán para bendecir a los amigos más pobres que viven por los alrededores. Algunos comentan que llegarán tarde para la Pascua, y otros piensan que sería mejor ir a Nazaret. “Yo Me hubiera ido solo por el camino principal, sé que no habría pasado nada, pues todavía no es la hora. Quiero además obedecer a Mi Madre y a Simón el fariseo, que nos avisó del peligro. Llegaremos al monte Tabor, nos acercaremos a Endor, pasaremos por Naim y luego a la llanura de Esdrelón. No tengáis miedo, que Doras, su hijo y Yocana, están ya en Jerusalem”. Juan dice que será muy hermoso ver el mar de Roma, el Mediterráneo. Desde la cima, el joven Apóstol se esfuerza por contentar al Señor con su dulzura. Jesús lo acaricia y le sonríe. “¿Te acuerdas cuando estuvimos en el Líbano y vimos el Mar, cómo me emocioné mucho, Señor? Fue maravilloso, me deslumbré con el sol, que emitía tanta luz, y las aguas eran tan azules. ¡Tantos caminos para llegar a Dios!”. Judas Tadeo se admira al oírlo:”¡ Eres un poeta!” Juan dice que se le enciende el corazón cuando habla de la belleza que Dios entrega a Sus hijos. Jesús quiere saber cuáles son sueños, por lo que le habla a su alma con gran amor. “Señor, yo quisiera ir por esas tierras más allá del mar, y con ello llevar la Luz del mundo a los que viven en tinieblas, a llevarte por Grecia y Roma, como hizo Tu Madre cuando Te trajo del Cielo para que habitases entre nosotros”. Juan parece que está en éxtasis mientras habla, transportado al mundo donde habitan los ángeles, y sus compañeros al oírlo hablar, observan a Jesús transfigurado por el gozo. “Iremos a ver el Mar y así sabrás lo que te espera”, dice el Señor. Iscariote Le recuerda que han de pasar por Endor, como Él le prometió. “Sí, Judas. Iremos si quieres, pero el lugar es pobre y rocoso”. Judas dice que si Juan quiere ver el Mar, él quiere ver Endor. Y de este modo, toman camino al Tabor, un lugar duro, sin apenas vegetación, (y cuya subida es de vértigo hasta el día de hoy, donde Jesús se transfiguró). Han subido hasta la cima con gran esfuerzo. “Allí no vamos a encontrar nada interesante”, dice Jesús. Pero Iscariote quiere ir como sea. Entran por la espalda del monte. Pedro protesta mucho por la subida, pues el sitio donde van no es ni siquiera una aldea, son algunas casuchas salpicadas por el monte, sin apenas importancia. Dice Judas que quería ir, porque en tiempos de Saúl fue él a consultar a una pitonisa, y quiere saber lo que queda de todo aquello. Ven a unas mujeres con cántaros y preguntan, pero nadie quiere saber nada sobre el lugar. Un viejecito de aspecto desaliñado le indica el lugar donde vive uno que podría saber dónde está esa cueva. Ha entrado a buscarlo en una casa miserable y al momento sale con un hombre tuerto y sucio, que se va con Jesús y los Suyos para acompañarlos. Éste cuenta a Jesús que cría gallinas y las vende a los romanos, de eso vive. “Por causa de una mujer tuve una pelea con un romano, que murió y yo perdí un ojo. Me quitaron todos mis bienes, y me encarcelaron de por vida. Como sabía curar, sané a la hija del carcelero y me dio un poco de libertad, por lo que aproveché para huir. Al pobre carcelero le costó la vida”. El hombre piensa que Dios le ha abandonado después de mucho sufrimiento. Jesús le invita a liberarse del odio pasado y llenarse de amor. “Ya me resultaría muy pesado el amor”, comenta con tristeza, pero Jesús lo toma por el hombro y le dice que Dios lo ama de verdad. “¿Quién eres, Señor?”.- “Soy Jesús de Nazaret, el Mesías. Tanto como has leído, ¿no sabes nada sobre Mí?”. El hombre titubea. “No sabía que fueses tan bueno, incluso hasta con los asesinos. Y es verdad que sin amor el mundo es un infierno. Si Te hubiera conocido antes, Señor, no habría acumulado tanto odio para envenenar a los demás”. Pero Jesús lo consuela, “fuiste bueno cuando curabas a los enfermos con las hierbas. Y cuando sientes remordimientos por la muerte del carcelero es porque guardas bondad en tu corazón. Pero si alguien te curase esa herida abierta, tu bondad crecería poco a poco”. El hombre agacha la cabeza y disimula su llanto. El Maestro lo observa sin decir nada. Han llegado a la cueva que está en ruinas y medio escondida por la maleza. Entra Jesús con todos y ven restos de signos del zodíaco. El techo está adornado por murciélagos con alas extendidas que dan miedo por su aspecto. El hedor a ratones muertos y a pájaros, junto con la humedad del ambiente y el estiércol del suelo, repugna a todos. Jesús pregunta a Judas qué quiere saber y Judas pregunta a Señor si Saúl pecó, pues aquella pitonisa podía llamar a los muertos. Pedro protesta por aquel lugar tan desagradable y pide al Maestro salir al sol y evitar el hedor. Fuera de la cueva el Señor explica: “Saúl cometió muchos pecados graves. Samuel lo ungió rey y fue ingrato con él. Fue también ingrato con David, que lo salvó de Goliat, aunque David lo perdonó. Fue culpable de causar un gran dolor a Samuel, su bienhechor, faltando a la caridad. Culpable de envidia contra David… Y con ello cometió también pecado, pues mató su propia alma”. Judas está pensativo después de las palabras del Maestro, y Jesús aprovecha para preguntarle por qué quería llegar a ese lugar. “Quería descubrir alguna cosa sobre adivinos, magos o espíritus errantes. Pienso que nosotros debemos ser algo adivinos si vamos a predicar. Tú tienes poder, pero nosotros tenemos que buscarlo para hacer cosas extrañas”. Los otros se enfadan con él, lo toman por loco, pero Jesús quiere que siga, para poder rebatirle que la magia no está dentro de las Palabras Eternas del Libro Sagrado. “Judas, no extiendas tu mano al fruto prohibido, como hizo Eva con total falta de prudencia, pues el Señor verá cómo tú sientes una curiosidad ultra terrena y te metes con ello en terreno satánico, y entonces te trataría como mereces por no haber querido obedecer Su Voz. Huye de lo oculto y de lo que no tiene explicación. Acepta a Dios con fe, pero lo que no entiendes, ni puedes explicarte con las fuerzas de la razón, no lo busques con las fuerzas humanas. ¡Huye de eso!, pues si no, te meterías en el mundo del mal. Tú quieres que te admiren por tus prodigios tenebrosos, oscuros. Tienes que conseguir que los demás te admiren por tu santidad, y por la luz que emites y que viene de Dios. No perturbes a los que ya se fueron. Cuando ellos estén en la tierra, los escuchas y obedeces, incluso hasta después que mueran, pero deja que descansen en su segunda vida. Quien no obedece la Voz del Señor, pierde al Señor. Él ha prohibido el ocultismo, la nigromancia y el satanismo. Atente a la Palabra de Dios. Ambiciona la santidad y no el pecado. Judas Mío, pon alas de ángel a tu espíritu, así atraerás corazones para llevarlos a Dios”. Ha terminado Su discurso. Pregunta con dulzura si pueden irse ya. “Salgamos de este lugar contaminado, ya queda poco para la Pascua. Iremos a casa de tu madre santa. ¡Veréis qué paz!” Judas se tranquiliza y todos juntos bajan por un sendero entre ruinas. El hombre tuerto está allí, hinchado de tanto llanto. “Quiero cambiar, Señor. Ayúdame a salir de mi muerte. Pronunciar Tu Nombre sana mi corazón. Aún más es contemplarte y oír Tu Voz”. Jesús accede. “Señor, quiero perdonar y ser perdonado. Tú me enseñas a ser dulce de corazón. Llévame Contigo. Desde ahora no quiero ser ya Félix, ponme otro nombre, Jesús mío. No me dejes solo, yo Te seguiré como perro callejero que encuentra a su amo”. Jesús decide que le llamará Juan, pues para Él es un nombre que le trae bellos recuerdos. “Seguirás con nosotros, pero ¿qué harás con tu casa?”. El nuevo Juan Le dice que dará todo a los pobres. “Sólo necesito paz y amor”. El Maestro dice a los Apóstoles que acojan al nuevo discípulo, y ellos aceptan en silencio. El hombre pide que le esperen, pues va a entregar sus pertenencias antes de marchar, por lo que Jesús aprovecha para decir a los Suyos que no falten a la caridad y sean buenos con él. “Si alguno desprecia al hermano, tendría que arrojarlo de Mi lado. Observad que vinimos por un fin humano y Dios nos concede un don sobrenatural. ¡Qué bueno es el Señor!” El hombre ha salido de su casa con vestidos limpios, unas alforjas y un par de sandalias limpias. Se ha despedido de sus gallinas como si ellas entendieran. El Señor le dice que va a darle todo el amor que el mundo le ha negado. “No pienses más en el pasado, verás cuanto trabajo te espera en adelante, pues con tu experiencia harás mucho bien. Mira a Simón, que fue leproso. Y a Mateo, que fue pecador. Ahora saben comprender a los corazones que sufren”. Y ellos asienten. “Sabemos enseñar a los demás para que eviten el mal, y ayudamos a enderezar al que se dobla”, dice Mateo. “Yo estuve veinte años en las minas de Anatolia, en prisión, haciendo trabajos forzados. Y ahora me encuentro en un florido vergel con vosotros”. Se han encontrado con el viejecito que llevó a Jesús hasta la casa de este nuevo discípulo. Juan le entrega la llave de su casa y lo hace dueño de ella y de sus gallinas. “Yo me voy con el Mesías”: El viejo se pone a gritar de alegría, de tal forma que la gente del lugar acude alborozada. “¡Bendícenos Señor y quédate con nosotros!” Cuando Jesús les dice que van a Naim, todos deciden seguirle. Juan lleva una alforja pesada, y Pedro, curioso, desea saber cuál es su contenido. “Llevo ropa nueva y libros de filosofía, historia, y poesía griega y romana”. Jesús le dice que llevará a sus “amigos libros” a un buen refugio. “Luego te podrán servir para discutir con los paganos sobre Dios”. El hombre se maravilla de lo sabio que es el Señor, por lo que Pedro aprovecha para advertirle que está hablando con la Sabiduría Misma, con la Misma Bondad. “Yo soy sólo un humilde pescador”. El nuevo discípulo le otorga además que es un hombre honrado. “Los hombres falsos me dan repugnancia. Son criminales”, dice a Pedro, que conmovido le coge la alforja con los libros, para aliviarle del sobrepeso. Jesús los observa con complacencia infinita. Andando llegan por fin al poblado de Naim, que hoy día se visita en recuerdo de aquel milagro, rodeado de un cinturón montañoso de escasa altura. Le sigue un nutrido grupo de Endor, junto con el grupo Apostólico, y Juan de Endor. Todos ven de lejos un cortejo fúnebre y piden al Maestro acercarse a ver. Se trata de un joven al que llevan en camilla y envuelto en vendas. La madre va junto a mujeres plañideras llorando sin parar. A Pedro se le saltan las lágrimas, de forma que al mirarle los demás, se contagian. Judas se lamenta:” ¡Si fuese yo el difunto, mi madre moriría de pena!” La madre llora con fuerza. Jesús se acerca a la camilla con infinita compasión. Ella Le dice que está viuda y él es su único hijo. “No llores, madre. Deteneos y poned la camilla en el suelo”. El Rabbí levanta la sábana que cubre al cadáver. Su mirada es fulminante, imponente. Se percibe que algo grande va a ocurrir. “¡Joven, Yo te lo mando! ¡Levántate!” Y el muchacho se incorpora, se extraña de lo que ve alrededor y exclama:” ¡mamá!” Ambos se abrazan. Quitan los vendajes y las capas de bálsamo, como pueden. El joven se encuentra desnudo, por lo que su madre le da su manto, para que se lo eche encima. Jesús llora al ver la escena de amor, e Iscariote se extraña de ello. “¿Por qué lloras, Señor?”- “Pienso en Mi Madre, Judas”. La madre pide a su hijo que bendiga al Santo. “Él es quien te ha dado la vida.” La gente comienza de forma espontánea, a cantar hosannas al Señor y a su Mesías, mientras los Apóstoles y los de Endor se afanan por propagar las maravillas que hace el Maestro. “Sea bendito el Dios de Israel. Bendito el Mesías, Su Enviado. Bendito Jesús, Hijo de David. Un gran Profeta ha nacido entre nosotros. Dios ha visitado realmente a Su Pueblo. Aleluya, aleluya”, corean todos. Luego el sinagogo pide al Señor que se queden a descansar en su casa, pero Jesús se excusa, ya que deben llegar a Jerusalem a su debido tiempo. “Volveré otra vez y Me hospedaré en tu casa”, le dice. Se despide de todos, pues es viernes y deben llegar a casa antes del crepúsculo. “Quiero ir donde Me esperan otros infelices”. Bendice a todos y se encamina hacia Esdrelón. Cuando se ven los campos de Yocana, ya anochece pues el cielo ha tomado un color anaranjado, por lo que apresuran el paso.

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